Es que el tigre vivía pensando cómo
podía hacer pa matar al zorro, y un día es que le dice a la tigra:
-¿Sabís que me voy hacer el muerto
pa matarlo a Juan? Mandá aviso no más a los animales y comprá las velas, y
café, y aguardiente pal velorio. Éste tiene que venir, y áhi lo voy a cazar.
Se corrió la voz en seguida de la
muerte del tigre y lo mandaron a llamar a Juan. Juan tenía desconfianza, pero
claro, comu era pariente no podía faltar al velorio del tigre. Entós se buscó
un caballo, el más ligero. Lo convenció al avestruz que lo lleve, que 'tá de
luto, y necesita dir con urgencia al velorio. Una vez que el avestruz se dejó
poner freno y recau,
ya no tuvo más remedio que obedecer al jinete. Y siguió viaje, el zorro. Llegó
a la casa y se bajó, y de lejito no más, con el caballo de la rienda, saludó.
Áhi 'taba el tigre tirau en el
suelo, como un muerto, con las velas puestas. Todos andaban por áhi, y la
tigra, que andaba llorando, le dice:
Ya vido el zorro que el tigre no
parecía muerto, y le dice a la tigra:
Entós el tigre hizo juerza y se
largó un cuesco
con la sorpresa de todos. Entós Juan montó a caballo, y dijo:
Juan Lucero, 65 años. El Durazno.
Pringles. San Luis, 1950.
Cuento 141. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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