Había en el campo una estancia. En
la estancia había un puesto que 'taba muy lejos. El puestero se jue, dejó el
puesto solo, y se dejó olvidado un gallo. El gallo siguió viviendo solo. En la
noche se subía a dormir en un árbol, y todas las madrugadas cantaba como de
costumbre. En eso lo descubrió un zorro, y cuando vio que vivía solo este
gallo, determinó de comerlo. Pero el gallo era muy vivo y el zorro no lo podía
cazar. Cada vez que se allegaba a las casas el zorro, el gallo lo vía y se
subía al árbol. Entonces empezó a pensar cómo lo podía engañar al gallo, tan
avisado como era, y hacerlo bajar. Entonces llegó un día el zorro, al puesto, y
con mucha amabilidá lo saludó, preguntandolé por qué estaba solo. El gallo le
dijo que estaba solo porque los dueños se habían ido. El zorro lo invitó a
bajarse para que conversaran en el suelo. El gallo le decía que él estaba muy
bien arriba del monte. El zorro que ya se moría di hambre pensó que tenía que
engañarlo de alguna forma y hacerlo bajar. Empezó a andar por ahí cerca, hasta
que encontró un pedazo de papel tirado en la basura, y vino otra vez al árbol y
le dijo al gallo:
-Mira acá lo que dice: «los perros
no pueden matar a los zorros y el zorro no puede matar al gallo». Ésa es la
orden del gobierno y todos tienen que cumplirla.
Y el zorro volvía a ler y lo
invitaba al gallo que se baje, que ya eran hermanos. En eso el gallo descubrió
que venía un recorredor de campo con varios perros y pensó que ésa era su
salvación. Esperó que estuvieran cerquita, y entonce le dijo al zorro:
Salió el zorro disparando para ese
lado y ahí no más lo agarraron los perros. Cuando el gallo vio que los perros
lo agarraban los tarascones, le gritaba al zorro:
Pero, qué, el zorro no atinaba a
nada, como lo tenían los perros por matarlo, y al fin lo mataron no más, con el
decreto y todo.
Gabriela Romero, 64 años. El Sauce.
Chacabuco. San Luis, 1950.
Cuento 64. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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