El follet es el tercero en discordia de los espíritus familiares de
Eivissa. Aunque de sus andanzas no queda, casi, ningún testimonio, perdura su
nombre -en desuso hoy en nuestro lenguaje coloquial- aplicado siempre a alguien
dotado de una extraordinaria movilidad, incapaz de estarse quieto, de
permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio.
En Rotget té follet decían los
mallorquines de antaño, refiriéndose a las andanzas del famoso bandolero, cuyas
hazañas se sucedían, casi sin interrupción en los más opuestos lugares.
Parecía como si el bandido tuviera una misteriosa habilidad para recorrer las
distancias.
Don Isidoro Macabich -que
tan bien estudió toda la temática de su querida Eivissa y a cuya obra remitimos
al lector interesado en conocer, más detalladamente, curiosos aspectos de la
historia y el folklore pitiusos- cuenta un curioso relato, cuya transcripción
servirá para cerrar esta recopilación, en lo que a Eivissa se refiere. Tiene
que ver con el follet y, aunque el
sucedido es histórico, servirá para dar una muestra de lo arraigadas que
estaban, no hace demasiado tiempo, en las gentes humildes, las fantásticas historias
locales.
«Vivía aquí (en el barrio
de la Peña ), a
mediados del siglo pasado, el sacerdote D. Jaime Cervera. Procedía de familia
marinera, y era de curiosa historia, recio y bragado, aunque ya entrado en
años.
»Convidado a celebración
(confluencia de varias misas de funeral, acos-tumbrada en nuestra campiña) por
su amigo el párroco de Ntra. Sra. de Jesús, se trasladó allí la tarde
anterior. Y, ya anochecido, le rogó dicho señor cura que fuera a confesar a un
hombre que se hallaba en la iglesia, pues tenía él, de momento, ocupación
perentoria. Sentóse en el confesionario y se acurrucó a sus pies un vejete, menudo
y esmirriado.
»-Decid el "yo
pecador" -le indicó don Jaime.
»-Padre -contestó el
campesino-, no vengo a confesarme.
»-Pues entonces, ¿qué
queréis? -le preguntó con extrañeza.
»-Vengo -susurró
misteriosamente el viejo- para que me den ustedes follet.
»-¿Follet, decís?
»-Sí: follet.
»-Esto son supersticiones,
hermano. No hay tal follet ni se
puede creer en, eso. Es pecado. Confesaos en buena hora, si queréis.
»-¡No! Tiene usted que
darme follet.
»A don Jaime, con la
inutilidad de nuevas amonestaciones, se le acabó la cuerda, que siempre fue
corto de genio, y trató de levantarse para dejar el confesionario. Pero se le
abrazaba a las piernas el viejo, repitiendo terca-mente:
»-Que me de follet, que ya sé que ustedes se hacen rogar
mucho, mas, al fin, lo dan.
»-¿Y para qué queréis el follet, buen hombre?
»-¡Para volar! -dijo el
payés, creyendo ganada, al fin, la partida.
»-Pues ¡volad! -replicó
don Jaime, reciamente.
»Y cual si el mismísimo follet le llevase realmente en volandas,
fue a parar el testarudo viejo, a gatas, lanzado rápidamente por don Jaime,
varios pasos "a estribor" del confesionario, según el castizo dicho
marinero del forzudo capellán.»
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. Anonimo (balear-eivissa)
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