Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

De los follets

El follet es el tercero en discordia de los espíritus fa­miliares de Eivissa. Aunque de sus andanzas no queda, casi, ningún testimonio, perdura su nombre -en desuso hoy en nuestro lenguaje coloquial- aplicado siempre a alguien do­tado de una extraordinaria movilidad, incapaz de estarse quieto, de permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio.
En Rotget té follet decían los mallorquines de antaño, refiriéndose a las andanzas del famoso bandolero, cuyas ha­zañas se sucedían, casi sin interrupción en los más opuestos lugares. Parecía como si el bandido tuviera una misteriosa habilidad para recorrer las distancias.
Don Isidoro Macabich -que tan bien estudió toda la te­mática de su querida Eivissa y a cuya obra remitimos al lector interesado en conocer, más detalladamente, curiosos aspectos de la historia y el folklore pitiusos- cuenta un curioso relato, cuya transcripción servirá para cerrar esta recopilación, en lo que a Eivissa se refiere. Tiene que ver con el follet y, aunque el sucedido es histórico, servirá para dar una muestra de lo arraigadas que estaban, no hace de­masiado tiempo, en las gentes humildes, las fantásticas his­torias locales.
«Vivía aquí (en el barrio de la Peña), a mediados del si­glo pasado, el sacerdote D. Jaime Cervera. Procedía de fa­milia marinera, y era de curiosa historia, recio y bragado, aunque ya entrado en años.
»Convidado a celebración (confluencia de varias misas de funeral, acos-tumbrada en nuestra campiña) por su ami­go el párroco de Ntra. Sra. de Jesús, se trasladó allí la tar­de anterior. Y, ya anochecido, le rogó dicho señor cura que fuera a confesar a un hombre que se hallaba en la iglesia, pues tenía él, de momento, ocupación perentoria. Sentóse en el confesionario y se acurrucó a sus pies un vejete, me­nudo y esmirriado.
»-Decid el "yo pecador" -le indicó don Jaime.
»-Padre -contestó el campesino-, no vengo a confe­sarme.
»-Pues entonces, ¿qué queréis? -le preguntó con ex­trañeza.
»-Vengo -susurró misteriosamente el viejo- para que me den ustedes follet.
»-¿Follet, decís?
»-Sí: follet.
»-Esto son supersticiones, hermano. No hay tal follet ni se puede creer en, eso. Es pecado. Confesaos en buena hora, si queréis.
»-¡No! Tiene usted que darme follet.
»A don Jaime, con la inutilidad de nuevas amonestacio­nes, se le acabó la cuerda, que siempre fue corto de genio, y trató de levantarse para dejar el confesionario. Pero se le abrazaba a las piernas el viejo, repitiendo terca-mente:
»-Que me de follet, que ya sé que ustedes se hacen ro­gar mucho, mas, al fin, lo dan.
»-¿Y para qué queréis el follet, buen hombre?
»-¡Para volar! -dijo el payés, creyendo ganada, al fin, la partida.
»-Pues ¡volad! -replicó don Jaime, reciamente.
»Y cual si el mismísimo follet le llevase realmente en volandas, fue a parar el testarudo viejo, a gatas, lanzado rápidamente por don Jaime, varios pasos "a estribor" del confesionario, según el castizo dicho marinero del forzudo capellán.»

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. Anonimo (balear-eivissa)

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