Hace mucho tiempo, en un
pueblo a orillas del océano Ártico, los cazadores de focas tuvieron un mal
invierno. Continuamente se desataban tormentas de nieve que hacían imposible
cazar, la gente pasaba hambre.
Los cazadores invitaron a
magos famosos para invocar a los espíritus en el gran iglú ritual que llamaban qalgie. Pero los magos fueron incapaces
de atraer a las focas y el hambre amenazaba el poblado. Un joven llamado
Taligvak vivía con esta gente. Nadie le quería, y vivía él solo fuera del
poblado, lejos de los demás. Era muy pobre; carecía de casi todo lo necesario.
Nadie quería entregarle una hija por esposa, y así Taligvak no tenía quien le
cosiera ropa caliente. Sólo tenía un cuchillo, y con él pudo construirse una
casa de nieve. Pero era tan pequeña que no podía acostarse dentro, y tenía que
permanecer sentado hasta cuando quería dormir. Además, como en su iglú no había
lámpara de grasa, Taligvak pasaba frío. Cuando sus guantes se helaban de
escarcha, tenía que ponerlos debajo de la ropa, pegados a la piel, y el calor
de su cuerpo los secaba mientras dormía.
Puede ser que todo el
mundo evitara a Taligvak porque le tenían miedo. Siendo tan joven, tenía fama
de ser un mago poderoso. Se decía que dominaba extrañas fuerzas mágicas. Se
creía que no había nada que Taligvak no pudiera hacer: sus medios eran los
espíritus del aire y de la oscuridad, que, apiadándose de él, acudían a su
llamada y hacían milagros con él. Todos hablaban atemorizados de los extraños
poderes del joven, pero, como no era de su gusto, le mantenían a distancia. Sin
embargo, ahora que les amenazaba el hambre, se preguntaban si no debían pedirle
ayuda.
La gente se reunió en el qalgie, el gran iglú ritual, para
discutir qué hacían. Acordaron que el único que podría ayudarles en esta época
de mala suerte era Taligvak. Rápidamente enviaron tres hombres para que le
llevaran al qalgie.
Cuando los tres hombres
llegaron al iglú de Taligvak, dos de ellos tenían tanto miedo que no se
atrevieron a pasar dentro. El tercero, que tenía más valor, miró dentro y dijo:
-Taligvak, la gente
quiere que vayas al qalgie. Ven a
verles.
Taligvak guardó silencio
durante un rato. Luego respondió:
-El viento está
acarreando una tormenta. Fuera hace frío y yo no tengo nada caliente que
ponerme, ni siquiera guantes ni botas. No voy a ir.
Al oír su negativa, los
mensajeros volvieron al qalgie.
Entonces mandaron una mujer que le llevó guantes y botas. La mujer le tomó del
brazo y le condujo al gran iglú.
Taligvak entró en el iglú
reptando por el pasillo bajo. Cuando llegó a la entrada de la sala grande, se
negó a entrar, prefiriendo quedarse de pie junto a la puerta, sin moverse, sin
decir una palabra. La gente tenía los ojos fijos en él. Uno de ellos habló:
-Quieres un iglú caliente;
quieres quedarte con nosotros, tener buena ropa, guantes y pieles calientes
para dormir. Te daremos todo esto, si haces un agujero en el hielo justo aquí
al borde del iglú y haces venir a las focas. Nos vamos a morir de hambre,
seguro. ¡Cógenos algunas focas!
Taligvak se quedó algún
tiempo donde estaba. Luego fue hacia la pared del qalgie y se arrodilló en el hielo.
-No miréis lo que hago
-ordenó a la gente-. Tenéis que poneros a bailar.
La gente empezó a cantar
y bailar mientras él hacía el agujero en el hielo. Sopló en el hielo una y otra
vez, y la fuerza mágica de su aliento iba ahuecando la superficie. Finalmente
el hielo se rompió y el agua burbujeó en el agujero.
Entonces el joven pidió a
los bailarines que se acercaran y miraran. Todos vieron con sus propios ojos el
agua en el fondo del agujero y soltaron un grito de alegría.
-Ahora -dijo Taligvak-
poneros a bailar otra vez y no miréis lo que voy a hacer.
Llevaba en la mano un
arma mágica. Era un arpón como un juguete de niño. Lo blandió sobre su cabeza y
cantó una invocación a los espíritus para que le ayudasen:
¡Que alegría oír subir desde el fondo del agua
un animal muy gordo
que dará a todos
de comer cuanto quieran!
¡Qué alegría verlo tendido
en el suelo del iglú,
cuando lo saquen
del fondo del agua!
Mientras cantaba, estaba
arponeando una foca que había respondido a su llamada, y la había sacado al
suelo del iglú. A sus órdenes, la gente arrastró la bestia al otro lado del qalgie, a un colgadizo de nieve que
formaba una habitación auxiliar. Les mandó que sacaran el gancho del arpón del
cuerpo de la foca.
Cuando le llevaron el
gancho del arpón, volvió a colocarlo en el mango de su arma. Luego ordenó que
despedazaran el animal y repartieran la carne.
Mientras unos comían y
otros cantaban, reanudó la guardia junto al agujero. Prohibió a la gente mirar
lo que hacía y se puso a cantar otra vez:
¡Qué alegría para los hombres
cuando del hielo
se saca una foca grande
del agujero donde iba a respirar!
¡El mango de mi arpón es para ella
como un lazo que la aprieta!
Y otra vez, gracias a su
canción mágica, Taligvak sacó al hielo una foca grande, gorda. La gente lloraba
de alegría; ya no temían morir de hambre.
Pasó el invierno, y la
oscuridad se levantó del cielo y la tierra. Volvió la primavera, y al llegar,
la gente abandonó su campamento en el hielo para ir tierra adentro a cazar
caribús y pescar en los lagos.
En ese momento Taligvak
recibía ayuda de los demás, pero, en cierto modo, le dejaban solo. También él
fue tierra adentro, pero iba detrás de los otros, con sus pieles de dormir, su
cuchillo y sus artilugios de costura a la espalda. (Se decía que las agujas que
usaba estaban hechas de los huesos de la pata de un conejo.)
Pronto llegó el deshielo.
Taligvak siguió solo, mientras los demás acampa-ban a alguna distancia cerca del
río Padlek. Abandonado, vio cómo se aceleraba el deshielo; la nieve desaparecía
poco a poco de la superficie de la tierra, los ríos empezaron a abrirse y el
agua corría. Vio al caribú bajar hacia el río. Alentado por estas señales de
primavera, Taligvak se puso a buscar materiales para hacer un kayak. Encontró
algunos trozos de madera que flotaban a la orilla del mar. Puso trampas en los
sauces y cazó conejos. Limpió las pieles y quitó cuidadosamente el pelo.
Después, eligiendo los
trozos de madera que eran más fáciles de trabajar, los talló con su cuchillo
para formar un armazón de kayak. Esto le llevó algún tiempo; el sol ya
calentaba más y más. Taligvak vio a los peces saltando en el río y cogió unos
cuantos. Vio algunos pájaros y consiguió echar el lazo a un somorgujo. Le cortó
el cuello en anillos e hizo algunas tiras finas. Ahora tenía todo lo necesario
para terminar el kayak.
Tomó las pieles de
conejo, que había puesto aparte a remojar en agua, y las extendió sobre el
armazón del kayak. Cosió las pieles con las tiras finas hechas del somorgujo.
Su kayak estaba listo.
Cuando estaba probando el
kayak apareció de repente un rebaño de caribús en la otra orilla, frente a él.
Parecían dispuestos a entrar en el agua para cruzar el rio. Taligvak preparó su
kayak para cazar-los. Su única arma era el cuchillo, y tenía miedo. A pesar de
esto, se acercó a uno de ellos y lo mató.
Más tarde, mientras comía
la carne del caribú, observó la forma de los huesos y se preguntó qué podía hacer
con ellos. Tomó una tibia, la batió con una piedra y la partió en dos a lo
largo. Con una de las mitades del hueso hizo un arma puntiaguda, que montó en
un trozo de madera. Ahora, cuando el caribú llegaba a la orilla opuesta del
río, no sentía miedo, porque tenía en su poder una lanza firme y aguzada.
Salió en su kayak al otro
lado del río con intención de no dejar escapar ni un solo caribú. De hecho,
usando hábilmente su lanza, los mató todos, uno tras otro. De esta caza no se
desperdició nada. La carne y las pieles las dejó fuera a secar. La médula y las
lenguas fueron conservadas en bolsas hechas de los estómagos de los primeros
animales. No se tiró nada.
Esa misma noche llegó
gente a su campamento. Se había construido un abrigo de paredes bajas, hecho de
piedra y turba, y cuando vio a esta gente a lo lejos se preguntó quiénes
serían. Continuó observándoles desde su refugio.
Cuando se acercaron vio
que eran gente de su poblado. Se levantó rápidamente y fue a saludarlos. Tenían
hambre, y el hambre les hizo volver junto a Taligvak y junto al río que sabían
que estaba lleno de peces en esta época del año. Además tenían curiosidad por
saber si aún estaba vivo.
Taligvak dio de comer a
esta gente hambrienta. El plato que colocó en el suelo era un pedazo viejo de
piel de foca, que habían tirado porque no les parecía bastante bueno para
ellos. En este trozo de piel Taligvak puso un poco de carne, una pequeña ración
de médula y unas cuantas lenguas; poco de todo para una multitud grande y
hambrienta. Mandó a la gente que se sentara frente a él, al otro lado del
plato, les dijo que no mirasen lo que hacía y se puso a cantar:
¡Llegaron a casa de Taligvak,
y qué suerte que tenga
algunas lenguas que ofrecerles,
y que haya matado un caribú muy gordo,
eso, ya lo sabéis!
No hace falta que os lo diga.
Pero mirad este plato,
este pobre plato de nada,
está lleno hasta rebosar...
¡Rebosa!
Y la gente vio cómo el
plato en que Taligvak había puesto tan poco se llenaba más y más. Taligvak
continuó su canto mágico:
¡De las orillas del río Padleq
vinieron junto a mí
y yo maté un caribú muy gordo
en mi kayak cosido con tiras finas,
eso, ya lo sabéis!
No hace falta que os lo diga,
pero mirad este plato,
este pobre plato de nada,
está lleno a rebosar...
¡Rebosa!
La carne continuaba
aumentando en el plato hecho de piel. Había mucha gente allí, y tenía mucha
hambre. Llevaban demasiado tiempo sin comer carne. Comieron hasta reventar,
pero no pudieron terminar lo que había en el plato mágico del pobre Taligvak.
Fuente: Maurice Metayer
036. Anónimo (esquimal)
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