Tres hermanas, una de las
cuales pronto iba a tener un niño, fueron a coger fruta. Mientras la estaban cogiendo empezó a llover y, buscando
dónde refugiarse del chaparrón, descubrieron una cueva de oso abandonada. Se apretujaron en la
cueva y esperaron hasta que cesó la lluvia.
De repente oyeron ruido
fuera y vieron un oso gigantesco que las miraba con curiosidad desde el pasillo
de la entrada. Dos de las hermanas lograron arrastrarse por un agujero pequeño
y escapar, pero la tercera, que estaba embarazada, se encontró acorralada en la
cueva. El oso la atacó y la mató.
Cuando el oso desgarró el
cuerpo de la mujer, encontró un niño completamente formado en el seno de su madre.
El oso, que era hembra, echó a un rincón el cuerpo de la mujer, pero decidió
quedarse con el niño y criarlo como si fuese suyo.
Durante mucho tiempo el
niño vivió arrimado a la que creía su madre. Aprendió a andar y a tocarlo todo.
Un día descubrió unos huesos en un rincón y, comparándolos con su cuerpo
desnudo, vio que eran como los suyos.
-¿De dónde han salido
estos huesos, mamá? -preguntó a la osa.
-No lo sé -mintió-,
estaban aquí cuando yo vine.
Más tarde, cuando el niño
se aventuró por primera vez a salir fuera, la luz cegadora del día le golpeó
duramente en la cara. Sin embargo, según se iba haciendo mayor, cada vez salía
más y daba largos paseos. Un día mató su primera pieza de caza: un ratón
pequeño. Lo llevó orgulloso a casa para enseñárselo a la osa, que quedó tan
satisfecha y feliz con él que, desde entonces, el niño siempre llevaba caza a
la cueva.
A su tiempo el niño se
convirtió en un hábil cazador de caribús. Yendo de caza un día, siguió el río
hasta el mar y, estando allí, vio algunas criaturas que andaban de pie como él.
Volvió a casa sin que esta gente le viera y preguntó a la osa:
-¿Quiénes son estos seres
que se parecen a mí?
La osa respondió:
-Son hombres, y te van a
matar. No vuelvas allí.
Un día el niño le dijo a
la osa:
-Los animales se han
marchado de esta zona. Han huido por el olor de los huesos y los trozos de piel
y por la suciedad que hay en nuestra cueva. Vamos a amontonar estas cosas para
quemarlas.
Hicieron esto y, durante
el calor del verano, limpiaban de vez en cuando la zona alrededor de la cueva.
Pero la curiosidad del
niño se despertó. A pesar de las advertencias de la osa, en sus cacerías se
acercaba cada vez más al mar. Aquí se escondía acurrucado y observaba a los
hombres, comparando su cuerpo con el suyo. Por fin abandonó su escondrijo y se
acercó a ellos.
Los hombres quedaron
sorprendidos al ver a un niño desnudo. Cuando le preguntaron y les habló de su
extraña madre, con patas y dientes enormes, se dieron cuenta de que debía ser
el niño de Ilviak, el hijo de su hija, que un oso había matado cuando estaba
embara-zada.
Ahora el abuelo hizo al
niño un arco y flechas y le enseñó a usarlo. Luego le mandó que volviera a la
cueva de la osa.
-Cuando llegues, esconde
el arco, y espera a que la osa duerma, entonces mátala con tus flechas.
El niño regresó a la cueva
sin ninguna pieza de caza. Explicó a la osa que no había podido encontrar nada,
porque los alrededores de la cueva olían muy mal, y sugirió encender una
hoguera al día siguiente y quemar la basura. Al otro día, el niño azuzó las
llamas y las alimentó con sauces, mientras la osa se echaba a dormir al calor.
Le pidió al niño que la despiojara y, mientras éste lo hacía, se quedó dormida.
Aprovechando la situación, el niño fue a buscar el arco. Cuando tensó el arco
para lanzar la flecha hacia la osa, la gigantesca bestia se despertó.
Estaba furiosa y gruñía
de rabia.
-¿Qué haces? Te he,
prohibido usar el arco y las flechas.
La osa persiguió al niño
dando vueltas y más vueltas alrededor del fuego ardiente, hasta que, dando un
brinco repentino, el niño saltó sobre el fuego y disparó la flecha, matando a
la osa.
El niño había matado a la
que durante mucho tiempo había creído su madre, y así es cómo se fue con los
hombres que vivían a la orilla del mar. Se dice que era muy fuerte y ágil, y
que ni en los juegos ni en la caza ningún niño de su edad podía superarle.
Fuente: Maurice Metayer
036. Anónimo (esquimal)
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