Había un pastor que por muchos
años servía a cierto amo y lo hacía muy fiel y honestamente. Una vez que iba
con las ovejas oyó un silbido en el bosque y no sabía qué podía ser. Se adentró
en el bosque tras aquella voz para ver qué era. Y lo que vio es que se había
prendido un fuego y en medio de él una culebra silbaba. Al verlo, el pastor se
quedó mirando qué iba a hacer la culebra, pues estaba cercada por el fuego que
se le estaba acercando. Entonces la culebra gritó desde entre las llamas:
-¡Pastor, por Dios, sácame de
este fuego!
Entonces el pastor le alcanzó su
cayado por entre las llamas y ella salió arrastrándose por él, y del bastón a
la mano y por el brazo al cuello y se le enroscó alrededor del cuello. Al ver eso el pastor se quedó muy sorprendido y le dijo a la culebra:
-¡Maldita la hora! Te libero a ti
para perderme yo.
La culebra le contestó:
-No te apures por nada, sólo
llévame a casa de mi padre. Mi padre es el zar de las culebras.
Entonces el pastor empezó a
disculparse alegando que no podía dejar sus ovejas, y la culebra le dijo:
-En ningún modo te preocupes por
las ovejas; a las ovejas no les va a pasar nada; vámonos cuanto antes mejor.
Así que el pastor se fue con la
culebra a través del bosque y finalmente llegó a un portón que era de
culebras. Cuando llegaron allí, la culebra que iba al cuello del pastór silbó y
las otras inmediatamente se desenredaron. Entonces la culebra le dijo al
pastor:
-Cuando lleguemos al palacio de
mi padre él te dará "cualquier cosa que le pidas: oro, plata, piedras
preciosas, pero tú no cojas nada, pídele solamente LA LENGUA DE LOS ANIMALES".
Él se hará de rogar por mucho rato pero al final te la dará.
En eso llegaron al palacio del
padre y éste, llorando, le preguntó a la culebra:
-Por Dios, hija, ¿dónde estabas?
Ella le contó todo lo que le
había pasado, que la había cercado el fuego y que el pastor la había liberado.
Entonces el zar de las culebras le dijo al pastor:
-¿Qué quieres que te dé como
recompensa por haber liberado a mi hija?
El pastor respondió:
-No quiero otra cosa sino que me
des la lengua de los animales. Pero el zar replicó:
-No es eso para ti, pues si te la
diera y tú se lo dijeras a alguien morirías en el acto, pide otra cosa, que sea
lo que sea te la daré.
A eso le respondió el pastor:
-Si es que me vas a dar algo,
dame la lengua de los animales y si eso no me lo quieres dar, pues quédate con
Dios, que a mí no me hace falta nada.
Y cogió el camino de vuelta. Pero
el zar lo hizo volverse diciéndole:
-¡Deténte! Ven aquí si realmente
es eso lo que quieres. Abre la boca. El pastor abrió la boca, el zar de las
culebras le escupió en la boca y le dijo:
-Ahora escúpeme tú en la boca.
El pastor le escupió en la boca y
luego el zar volvió a escupirle al pastor. Así por tres veces se escupieron el
uno al otro en la boca, conque le dice el zar de las culebras:
-Ahora posees la lengua de los
animales. Vete con Dios, pero si quieres seguir vivo no se lo digas a nadie,
pues si se lo dices a quienquiera que sea, morirás al instante.
El pastor se marchó por el bosque
y según iba andando escuchaba y entendía todo lo que hablaban los pájaros y
las hierbas y todo lo que está sobre este mundo. Cuando llegó a donde estaban
las ovejas vio que no faltaba ninguna así que se echó un poco a descansar. Nada
más tumbarse llegaron volando dos cuervos que se posaron en un árbol y se
pusieron a charlar en su lengua; decían:
-Si este pastor supiera que ahí
mismo donde está tumbado ese cordero negro hay un sótano bajo la tierra lleno
de oro y plata.
El pastor, en cuanto que lo oyó,
se fue a contárselo a su amo y su amo dispuso el coche, desenterraron la
trampilla del sótano y se llevaron el tesoro a casa. Este amo era un hombre
honesto y todo el tesoro se lo dio al pastor diciéndole:
-Aquí tienes, hijo, este tesoro
es todo tuyo ya que Dios te lo ha dado a ti. Hazte una casa, luego cásate y
disfruta del tesoro.
El pastor tomó el tesoro, se hizo
una casa, buscó esposa y empezó a darse buena vida; poco a poco se convirtió
en el hombre más rico -no sólo de aquel pueblo, sino también de los alrededores-.
Tenía sus propios pastores, vaqueros, porqueros, mozos de cuadra, muchos bienes
y grandes riquezas. Una vez, estando cerca la Navi dad, le dijo a su mujer:
-Prepara vino, aguardiente y todo
lo que sea necesario porque mañana nos iremos a la granja a llevárselo a los
pastores para que también ellos lo celebren.
La mujer obedeció y dispuso todo
tal como le había sido ordenado. Al día siguiente se fueron a la granja y a la
tarde el amo se dirigió a todos los pastores:
-Ahora reuníos todos, comed,
bebed y alegraos que yo me quedaré con el ganado toda la noche.
Y así lo hizo, el amo se quedó
con el ganado. A eso de la medianoche los lobos empezaron a aullar y los
perros a ladrar; los lobos preguntaron en su lengua:
-¿Nos dejáis ir a nosotros?
Haremos un buen estropicio y así habrá carne para vosotros también.
Y los perros les respondieron en
su lengua:
-Venid y así nosotros también
comeremos.
Entre los perros había uno viejo
al que sólo le quedaban ya dos dientes. Este perro viejo se dirigió a los
lobos:
-Puro con esos grandísimos hijos
de...! Mientras a mí me queden estos dos dientes no haréis vosotros ningún
daño a mi amo.
Y todo esto lo estaba escuchando
el amo y entendía lo que decían. Cuando al día siguiente amaneció, el amo
ordenó matar a todos los perros menos al perro viejo. Los criados le decían:
-¡Por Dios, amo, que es una pena!
Pero el amo les respondió:
-Haced lo que os he dicho.
Luego se dispuso para la vuelta y
él y su mujer montaron a caballo; él iba sobre un caballo y su mujer sobre una
yegua. Anda que te anda, el hombre se adelantó bastante y la mujer se quedó
rezagada. Entonces el caballo sobre el que iba relinchó; el caballo le dice a
la yegua:
¡Vamos, más deprisa, que te estás
quedando atrás!
Y la yegua le responde:
-Para ti es fácil; llevas sólo un
pasajero, pero yo llevo tres: llevo al ama, en ella va su hijo y dentro de mí
un potrillo.
Reparó en esto el hombre y se
echó a reír, y la mujer, que se dio cuenta, espoleó a la yegua, alcanzó al
hombre y le preguntó de qué se reía. Él le respondió:
-Pues no tengo motivo, me río por
reír.
Pero no se contentó la mujer sino
que continuó insistiendo para que su marido le dijera por qué se había reído.
Él se resistía:
¡Déjame en paz, mujer! ¿Qué te
pasa? Si no lo sé ni yo.
Pero cuanto más se resistía él,
más porfiaba ella para que le dijera por qué se había reído. Por fin le dijo
el hombre:
-Si te lo digo, moriré al
instante.
Pero ella siguió porfiando sin
importarle nada y le decía que no tenía más remedio que contárselo. En ésas
llegaron a casa. Desmontaron de los caballos y el hombre en seguida encargó un
féretro; cuando estuvo terminado lo colocó delante de la casa y le dijo a su
mujer:
-Ahora me voy a meter en la caja
para decirte por qué me reí, tal como te dije, moriré inmediatamente.
Así que se acostó en la caja y
echó una última mirada a su alrededor, en eso vio que el perro viejo había
venido de la granja y se había sentado a la cabecera a llorar. Al ver esto el
hombre le dijo a su mujer:
-Trae un pedazo de pan y dáselo a
este perro.
La mujer trajo el pan y se lo
echó al perro, pero el perro ni siquiera lo miró, entonces llegó un gallo y se
puso a picotear el pan; conque va el perro y le dice al gallo:
¡Infeliz glotón! ¡A ti no se te
quita el hambre aunque veas que el amo va a morirse!
Y el gallo le responde:
-Pues que se muera cuando es tan
bobo. Yo tengo cien mujeres, a todas las atraigo a un grano de maíz allí donde
lo encuentro y cuando ellas vienen yo me lo trago, si a alguna se le ocurre
protestar yo me lío a picotazos con ella; y él no es capaz de poner a raya a
una sola.
Al oír eso, el hombre salió de la
caja, cogió un palo y llamó a su mujer a la habitación:
-Ven aquí, mujer, para que te lo
cuente.
Y venga a acariciarle las
costillas:
-¡Pues eso era, mujer! ¡Pues eso
era!
Y de esta manera la mujer se
tranquilizó y nunca más volvió a preguntarle por qué se había reído.
090. Anónimo (balcanes)
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