Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

La lengua de los animales


Había un pastor que por muchos años servía a cierto amo y lo hacía muy fiel y honestamente. Una vez que iba con las ovejas oyó un silbido en el bosque y no sabía qué podía ser. Se adentró en el bosque tras aquella voz para ver qué era. Y lo que vio es que se había prendido un fuego y en medio de él una culebra silbaba. Al verlo, el pastor se quedó mirando qué iba a hacer la culebra, pues estaba cercada por el fuego que se le estaba acercando. Entonces la culebra gritó desde entre las llamas:
-¡Pastor, por Dios, sácame de este fuego!
Entonces el pastor le alcanzó su cayado por entre las llamas y ella salió arrastrándose por él, y del bastón a la mano y por el brazo al cue­llo y se le enroscó alrededor del cuello. Al ver eso el pastor se quedó muy sorprendido y le dijo a la culebra:
-¡Maldita la hora! Te libero a ti para perderme yo.
La culebra le contestó:
-No te apures por nada, sólo llévame a casa de mi padre. Mi padre es el zar de las culebras.
Entonces el pastor empezó a disculparse alegando que no podía dejar sus ovejas, y la culebra le dijo:
-En ningún modo te preocupes por las ovejas; a las ovejas no les va a pasar nada; vámonos cuanto antes mejor.
Así que el pastor se fue con la culebra a través del bosque y final­mente llegó a un portón que era de culebras. Cuando llegaron allí, la culebra que iba al cuello del pastór silbó y las otras inmediatamente se desenredaron. Entonces la culebra le dijo al pastor:
-Cuando lleguemos al palacio de mi padre él te dará "cualquier cosa que le pidas: oro, plata, piedras preciosas, pero tú no cojas nada, pídele solamente LA LENGUA DE LOS ANIMALES". Él se hará de rogar por mucho rato pero al final te la dará.
En eso llegaron al palacio del padre y éste, llorando, le preguntó a la culebra:
-Por Dios, hija, ¿dónde estabas?
Ella le contó todo lo que le había pasado, que la había cercado el fuego y que el pastor la había liberado. Entonces el zar de las cule­bras le dijo al pastor:
-¿Qué quieres que te dé como recompensa por haber liberado a mi hija?
El pastor respondió:
-No quiero otra cosa sino que me des la lengua de los animales. Pero el zar replicó:
-No es eso para ti, pues si te la diera y tú se lo dijeras a alguien morirías en el acto, pide otra cosa, que sea lo que sea te la daré.
A eso le respondió el pastor:
-Si es que me vas a dar algo, dame la lengua de los animales y si eso no me lo quieres dar, pues quédate con Dios, que a mí no me hace falta nada.
Y cogió el camino de vuelta. Pero el zar lo hizo volverse diciéndole:
-¡Deténte! Ven aquí si realmente es eso lo que quieres. Abre la boca. El pastor abrió la boca, el zar de las culebras le escupió en la boca y le dijo:
-Ahora escúpeme tú en la boca.
El pastor le escupió en la boca y luego el zar volvió a escupirle al pastor. Así por tres veces se escupieron el uno al otro en la boca, con­que le dice el zar de las culebras:
-Ahora posees la lengua de los animales. Vete con Dios, pero si quieres seguir vivo no se lo digas a nadie, pues si se lo dices a quien­quiera que sea, morirás al instante.
El pastor se marchó por el bosque y según iba andando escucha­ba y entendía todo lo que hablaban los pájaros y las hierbas y todo lo que está sobre este mundo. Cuando llegó a donde estaban las ovejas vio que no faltaba ninguna así que se echó un poco a descansar. Nada más tumbarse llegaron volando dos cuervos que se posaron en un árbol y se pusieron a charlar en su lengua; decían:
-Si este pastor supiera que ahí mismo donde está tumbado ese cordero negro hay un sótano bajo la tierra lleno de oro y plata.
El pastor, en cuanto que lo oyó, se fue a contárselo a su amo y su amo dispuso el coche, desenterraron la trampilla del sótano y se lle­varon el tesoro a casa. Este amo era un hombre honesto y todo el teso­ro se lo dio al pastor diciéndole:
-Aquí tienes, hijo, este tesoro es todo tuyo ya que Dios te lo ha dado a ti. Hazte una casa, luego cásate y disfruta del tesoro.
El pastor tomó el tesoro, se hizo una casa, buscó esposa y empe­zó a darse buena vida; poco a poco se convirtió en el hombre más rico -no sólo de aquel pueblo, sino también de los alrededores-. Tenía sus propios pastores, vaqueros, porqueros, mozos de cuadra, muchos bienes y grandes riquezas. Una vez, estando cerca la Navi­dad, le dijo a su mujer:
-Prepara vino, aguardiente y todo lo que sea necesario porque mañana nos iremos a la granja a llevárselo a los pastores para que tam­bién ellos lo celebren.
La mujer obedeció y dispuso todo tal como le había sido ordena­do. Al día siguiente se fueron a la granja y a la tarde el amo se dirigió a todos los pastores:
-Ahora reuníos todos, comed, bebed y alegraos que yo me que­daré con el ganado toda la noche.
Y así lo hizo, el amo se quedó con el ganado. A eso de la media­noche los lobos empezaron a aullar y los perros a ladrar; los lobos pre­guntaron en su lengua:
-¿Nos dejáis ir a nosotros? Haremos un buen estropicio y así habrá carne para vosotros también.
Y los perros les respondieron en su lengua:
-Venid y así nosotros también comeremos.
Entre los perros había uno viejo al que sólo le quedaban ya dos dientes. Este perro viejo se dirigió a los lobos:
-Puro con esos grandísimos hijos de...! Mientras a mí me que­den estos dos dientes no haréis vosotros ningún daño a mi amo.
Y todo esto lo estaba escuchando el amo y entendía lo que decían. Cuando al día siguiente amaneció, el amo ordenó matar a todos los perros menos al perro viejo. Los criados le decían:
-¡Por Dios, amo, que es una pena!
Pero el amo les respondió:
-Haced lo que os he dicho.
Luego se dispuso para la vuelta y él y su mujer montaron a caba­llo; él iba sobre un caballo y su mujer sobre una yegua. Anda que te anda, el hombre se adelantó bastante y la mujer se quedó rezagada. Entonces el caballo sobre el que iba relinchó; el caballo le dice a la yegua:
¡Vamos, más deprisa, que te estás quedando atrás!
Y la yegua le responde:
-Para ti es fácil; llevas sólo un pasajero, pero yo llevo tres: llevo al ama, en ella va su hijo y dentro de mí un potrillo.
Reparó en esto el hombre y se echó a reír, y la mujer, que se dio cuenta, espoleó a la yegua, alcanzó al hombre y le preguntó de qué se reía. Él le respondió:
-Pues no tengo motivo, me río por reír.
Pero no se contentó la mujer sino que continuó insistiendo para que su marido le dijera por qué se había reído. Él se resistía:
¡Déjame en paz, mujer! ¿Qué te pasa? Si no lo sé ni yo.
Pero cuanto más se resistía él, más porfiaba ella para que le dije­ra por qué se había reído. Por fin le dijo el hombre:
-Si te lo digo, moriré al instante.
Pero ella siguió porfiando sin importarle nada y le decía que no tenía más remedio que contárselo. En ésas llegaron a casa. Des­montaron de los caballos y el hombre en seguida encargó un fére­tro; cuando estuvo terminado lo colocó delante de la casa y le dijo a su mujer:
-Ahora me voy a meter en la caja para decirte por qué me reí, tal como te dije, moriré inmediatamente.
Así que se acostó en la caja y echó una última mirada a su alrede­dor, en eso vio que el perro viejo había venido de la granja y se había sentado a la cabecera a llorar. Al ver esto el hombre le dijo a su mujer:
-Trae un pedazo de pan y dáselo a este perro.
La mujer trajo el pan y se lo echó al perro, pero el perro ni siquie­ra lo miró, entonces llegó un gallo y se puso a picotear el pan; con­que va el perro y le dice al gallo:
¡Infeliz glotón! ¡A ti no se te quita el hambre aunque veas que el amo va a morirse!
 Y el gallo le responde:
-Pues que se muera cuando es tan bobo. Yo tengo cien mujeres, a todas las atraigo a un grano de maíz allí donde lo encuentro y cuan­do ellas vienen yo me lo trago, si a alguna se le ocurre protestar yo me lío a picotazos con ella; y él no es capaz de poner a raya a una sola.
Al oír eso, el hombre salió de la caja, cogió un palo y llamó a su mujer a la habitación:
-Ven aquí, mujer, para que te lo cuente.
Y venga a acariciarle las costillas:
-¡Pues eso era, mujer! ¡Pues eso era!
Y de esta manera la mujer se tranquilizó y nunca más volvió a pre­guntarle por qué se había reído.

 090. Anónimo (balcanes)

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