Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

La niebla

En el camino de las montañas de aquella zona[1] había (así lo afirmaban los lugareños) algunas lagunas encantadas. Esto era sabido desde tiempos remotos, y la tradición[2] enseñaba que al pasar cerca de una de estas lagunas debía mantenerse completo silencio.
Pero sucedió una vez que dos arrieros habían parado en un pueblito y uno de ellos había bebido de más, quedándose despierto toda la noche y jugando a las cartas con mediana fortuna. Cuando al amanecer su compañero fue a buscarlo para que reiniciaran el viaje por los caminos andinos, este arriero estaba de ánimo más que exaltado.
El sol ya estaba bastante alto cuando pasaron cerca de una laguna encantada. El arriero, lejos de mantener silencio, cantaba a viva voz con desarticulado tono y timbre ajado y aguardentoso.
Su compañero no quería pensar en las posibles consecuencias, prefería decirse a sí mismo que aquello podía ser no más que una superstición. Y el arriero seguía cantando.
Cuando estaban pasando directamente junto a la laguna y el arriero se desgañitaba en sus cantares de borracho, de repente comenzó a surgir una inexplicable niebla de las inmóviles aguas. El sol pleno que los acompañaba hasta ese momento desapareció detrás de esta cortina nebulosa, y súbitamente la nieve comenzó a caer sobre ellos aunque no parecía venir del cielo ‑que de todos modos ya no se veía‑ sino de la misma niebla, apenas por encima de sus cabezas.
La reacción de ambos arrieros fue bien distinta. Uno fue presa del terror, al comprobar que en unos segundos apenas si veía un par de metros por delante de sí. El otro, el cantor del alcohol, prorrumpió en una carcajada.
Pero esta vez no se trataba de la influencia de la bebida que lo volvía inconsciente. El arriero sabía por qué reía. Había oído muchas historias sobre la niebla[3], que en muchas zonas era considerada más que un fenómeno natural. De hecho, las había oído desde niño, porque en el lugar donde se había criado se conocía bien el aspecto de la niebla como espíritu con voluntad propia.
Así que el arriero bajó de su caballo en medio de la cerrada niebla, se plantó firmemente sobre sus talones y, sin dejar de reír, dio la espalda
la laguna, se bajó los pantalones y mostró con desprecio sus partes traseras al espíritu encarnado en la niebla[4].
Ante el total asombro de su compañero, la maniobra del arriero surtió efecto inmediato. La niebla se retiró a una velocidad irreal, como afirmando su origen sobrenatural, y en cuestión de un minuto el sol de aquel claro día volvía a brillar sobre ellos.
Sin hacer siquiera un comentario sobre el suceso, el arriero se subió los pantalones, volvió a montar su caballo y reanudó el andar y el canto. El otro, sin habla tras lo sucedido, se limitó a seguirlo.

Fuente: Néstor Barrón

066. Anónimo (patagon)


[1] La referencia es a la cordillera andina cerca de la comuna de San Fabián de Al¡­co, en Chile.
[2]Concretamente, se trata de una tradición puelche‑peweche.
[3] Aunque muy distinta en su desarrollo y situación geográfica ‑la otra se rela­cionaba con el mar‑, esta historia guarda claras similitudes con "El espíritu de la neblina". En ambas, la niebla es un ser mágico con voluntad y poderes propios.
[4] Este "sistema" para enfrentar al espíritu de la niebla está documentado en una zona chilena, la conocida como Cancha de Parra. Es de suponer que nuestro arriero provendría, al menos, de las inmediaciones.

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