En el camino de las montañas de aquella zona[1]
había (así lo afirmaban los lugareños) algunas lagunas encantadas. Esto era
sabido desde tiempos remotos, y la tradición[2]
enseñaba que al pasar cerca de una de estas lagunas debía mantenerse completo
silencio.
Pero sucedió una vez que dos arrieros habían parado
en un pueblito y uno de ellos había bebido de más, quedándose despierto toda la
noche y jugando a las cartas con mediana fortuna. Cuando al amanecer su
compañero fue a buscarlo para que reiniciaran el viaje por los caminos andinos,
este arriero estaba de ánimo más que exaltado.
El sol ya estaba bastante alto cuando pasaron cerca
de una laguna encantada. El arriero, lejos de mantener silencio, cantaba a viva
voz con desarticulado tono y timbre ajado y aguardentoso.
Su compañero no quería pensar en las posibles
consecuencias, prefería decirse a sí mismo que aquello podía ser no más que una
superstición. Y el arriero seguía cantando.
Cuando estaban pasando directamente junto a la
laguna y el arriero se desgañitaba en sus cantares de borracho, de repente
comenzó a surgir una inexplicable niebla de las inmóviles aguas. El sol pleno
que los acompañaba hasta ese momento desapareció detrás de esta cortina
nebulosa, y súbitamente la nieve comenzó a caer sobre ellos aunque no parecía
venir del cielo ‑que de todos modos ya no se veía‑ sino de la misma niebla,
apenas por encima de sus cabezas.
La reacción de ambos arrieros fue bien distinta. Uno
fue presa del terror, al comprobar que en unos segundos apenas si veía un par
de metros por delante de sí. El otro, el cantor del alcohol, prorrumpió en una
carcajada.
Pero esta vez no se trataba de la influencia de la
bebida que lo volvía inconsciente. El arriero sabía por qué reía. Había oído
muchas historias sobre la niebla[3],
que en muchas zonas era considerada más que un fenómeno natural. De hecho, las
había oído desde niño, porque en el lugar donde se había criado se conocía bien
el aspecto de la niebla como espíritu con voluntad propia.
Así que el arriero bajó de su caballo en medio de la
cerrada niebla, se plantó firmemente sobre sus talones y, sin dejar de reír,
dio la espalda
la laguna, se bajó los pantalones y mostró con
desprecio sus partes traseras al espíritu encarnado en la niebla[4].
Ante el total asombro de su compañero, la maniobra
del arriero surtió efecto inmediato. La niebla se retiró a una velocidad
irreal, como afirmando su origen sobrenatural, y en cuestión de un minuto el
sol de aquel claro día volvía a brillar sobre ellos.
Sin hacer siquiera un comentario sobre el suceso, el
arriero se subió los pantalones, volvió a montar su caballo y reanudó el andar
y el canto. El otro, sin habla tras lo sucedido, se limitó a seguirlo.
Fuente:
Néstor Barrón
066. Anónimo (patagon)
[1] La
referencia es a la cordillera andina cerca de la comuna de San Fabián de Al¡co,
en Chile.
[2]Concretamente,
se trata de una tradición puelche‑peweche.
[3] Aunque muy distinta en su desarrollo y situación geográfica ‑la otra
se relacionaba con el mar‑, esta historia guarda claras similitudes con
"El espíritu de la neblina". En ambas, la niebla es un ser mágico con
voluntad y poderes propios.
[4] Este
"sistema" para enfrentar al espíritu de la niebla está documentado en
una zona chilena, la conocida como Cancha de Parra. Es de suponer que nuestro
arriero provendría, al menos, de las inmediaciones.
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