Kajortoq, la zorra roja,
deambulaba al borde de un acantilado cuando vio a un ratón comiendo musgo.
Acercándose al ratón, Kajortoq dijo:
-Conozco un sitio cerca
de aquí donde hay frutas silvestres. Es una repisa estrecha de rocas, a donde
podemos llegar siguiendo el sendero que recorre el centro del acantilado.
El ratón siguió a
Kajortoq sin dudarlo y, saltando sobre los huecos de las rocas, pronto se
encontró en una situación precaria al borde del precipicio. La zorra, que iba
delante del ratón, se dio la vuelta y le advirtió:
-Ten cuidado aquí. Es
fácil perder pie. Ten cuidado de no caerte. ¡Salta rápidamente a este lado!
El ratón hizo lo que le
indicó Kajortoq, pero cuando sus patas se posaron en las resbaladizas rocas
dieron con una piedra suelta, y cayó al fondo del acantilado. Cuando Kajortoq
llegó abajo encontró al ratón muerto y se dispuso a comerse a su víctima.
Días más tarde había
acabado toda la comida y salió a continuar la caza. Finalmente vio un pájaro
sentado sobre sus huevos en un nido en la copa de un árbol. Llamó al pájaro:
-Quiero comer unos
huevos. Tírame uno.
Aunque el pájaro
apreciaba sus huevos, estaba asustado y dejó caer uno al suelo. Kajortoq lo
comió rápidamente y se marchó del árbol.
Pronto volvió a pedir más
huevos. Esta vez el pájaro respondió:
-No, no te los voy a dar.
Al oír esto, Kajortoq
chilló:
-¡Si no me das algunos de
tus huevos, los cogeré todos, porque voy a cortar este árbol con mi hacha!
Intimidado, el pobre
pájaro dejó caer unos cuantos huevos al suelo y la zorra comió hasta hartarse y
se fue. Tulugaq, la corneja, había estado viendo esto y se acercó a hablar con
el pájaro:
-¿Por qué dejaste comer
tus huevos a esa zorra renegada? -preguntó.
El pájaro explicó que, si
no hubiera dado algunos huevos a Kajortoq, la zorra hubiera usado su hacha para
cortar el árbol y todos los huevos estarían perdidos. Tulugaq replicó:
-Esa zorra no es más que
una mentirosa; ¡no tiene hacha! Lo único que intenta es asustarte.
No bien se hubo marchado
la corneja, Kajortoq volvió pidiendo aún más huevos y amenazando otra vez con
cortar el árbol. Esta vez el pájaro habló sin miedo ni dudas.
-No te voy a dar más
huevos. Los guardo para mí.
Kajortoq sospechó:
-¿Quién anduvo contando
cuentos de mí?
-La gran corneja me dijo
que no tienes ningún hacha y que no puedes cortar este árbol donde yo tengo mi
nido -respondió el pájaro-. No te daré más huevos.
La zorra roja se fue
mascullando
-Esa corneja no es más
que una charlatana.
Se encaminó a un espacio
abierto donde se acostó aparentando estar muerta. Curiosa, Tulugaq se acercó a
la zorra, graznando ruidosamente y picoteándole las nalgas y las patas traseras
para ver si la zorra se movía. Con grandes dificultades, la zorra se quedó
perfectamente quieta hasta que Tulugaq, segura de que Kajortoq estaba muerta,
pasó a la cabeza de la zorra para sacarle los ojos de un picotazo. De repente,
la corneja se encontró aprisionada en las fuertes mandíbulas de la zorra.
Kajortoq llevó a su
víctima a una pequeña colina y se dispuso a comérsela. Pero antes de que
pudiera empezar, la corneja habló:
-¿De dónde sopla el
viento? -preguntó la corneja.
La zorra pensó:
-¿Cómo preguntas eso?
¿Estás loca?
Para decirlo abrió la
boca de par en par y la corneja se escapó volando.
Fuente: Maurice Metayer
036. Anónimo (esquimal)
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