Vivía en cierto reino un zar que no
había pensado aún en casarse y que tenía a su servicio un arquero llamado
Andréi.
En cierta ocasión salió Andréi de
caza, y aunque anduvo por el bosque todo el día, la suerte no quiso que cobrara
ni una sola pieza. Al anochecer emprendió Andréi el regreso, muy triste por su
mala fortuna, y de pronto vio una tórtola posada en una rama.
“Menos mal -se dijo el buen arquero-, por lo
menos no volveré con el morral vacío”.
Disparó Andréi una flecha e hirió
al ave. La tórtola cayó sobre la húmeda tierra. Andréi la levantó, y se
disponía ya a retorcerle el cuello, para meterla en el morral, cuando la
tórtola le dijo:
-No me mates, arquero Andréi, no me
retuerzas el cuello. Llévame viva a tu casa y déjame en el poyo de la ventana. Cuando
veas que me entra sueño, golpéame con la mano derecha cuán fuerte puedas y
alcanzarás una dicha infinita.
Andréi quedó atónito, y no era para
menos. ¡La tórtola hablaba como las personas! En fin, llevó Andréi el ave a su
casa, la dejó en el poyo de la ventana y se puso a esperar.
Al poco tiempo, la tórtola ocultó
la cabeza bajo el ala y se durmió. Recordó Andréi lo que el ave le había dicho
y la golpeó muy fuerte la mano derecha. La tórtola cayó al suelo y quedó
convertida en una doncella, en la princesita María , tan hermosa que ni en los
cuentos tenía igual.
062. Anónimo (rusia)
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