Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

El viejo que engañó a los gigantes

Había un viejo que tenía muchos hijos y pasaba el tiem­po en los molinos. Una tarde apareció un gigante y se fue derecho al molino. Saludó al viejo y le preguntó si podía pasar la noche en el molino. El viejo no tuvo inconve­niente, pero lo que pensaba el gigante era matar al viejo y quedarse con los molinos. Al día siguiente le dijo el viejo l gigante:
-Bueno, ya has pasado la noche, así que coge el camino y vete con Dios. Pero el gigante le replicó:
-El que sea más fuerte se quedará aquí de amo. Y le contesta el viejo:
-Bien, si así lo quieres, yo no tengo miedo.
Pues va el gigante y lo desafía a una pelea, pero el viejo le dice: ¡pum!, eso no es nada para mí, no nos vamos a pelear sino que cada uno cogerá una piedra y la aprieta con la mano hasta que le saque el agua.
Le pareció bien al gigante, que agarró una piedra, la apretó bien y la sacó triturada, pero ni una gota de agua salió de la piedra. Entonces el viejo hizo como si cogiera una piedra, pero lo que cogió fue un pedazo de requesón y lo aplastó en la mano hasta que escurrió el agua. El gigante se extrañó de aquello y le dijo:
-Pues si eres tan fuerte, vente conmigo a la cueva. Allí hay otros ocho gigantes y todos son más fuertes que yo, así que me persiguen por todas partes y a todos he de servir porque soy el más joven. Si vienes a la cueva, tú serás el jefe y yo seré el primero después de ti y los demás tendrán que obedecernos a nosotros dos. Tú, como jefe, tendrás todo lo que se te antoje y de todo podrás hartarte; sólo ten­drás que ordenar lo que quieras y los gigantes te obedecerán porque eres su jefe.
El viejo convino en ir a la cueva con los gigantes, así que dejaron el molino. En el camino encontraron un cerezo fértil, en cuanto que el gigante lo vio se encaramó a él y llamó al viejo para que subiera, a lo que le dijo el viejo que él no podía subir y pidió al gigante que le inclinara una rama para sentarse y descansar. Obedeció el gigante y le acercó la rama, conque se sentó en ella el viejo, pero en cuanto que el gigante soltó la rama ésta dio un chasquido y mi viejo salió dispa­rado por encima del cerezo y fue a caer en un arbusto en el que había una liebre y.con el susto también aplastó a la liebre. Al gigante le entró la risa y le preguntó al viejo qué es lo que había pasado; va éste y le contesta que desde el cerezo había divisado a la liebre en el arbusto y que había saltado por encima del cerezo con la intención de coger la liebre para la cena. El gigante se extrañó aún más con tal proeza y se asustó.
Conque siguieron adelante y llegaron a la cueva. Allí encontró a los otro ocho gigantes y trabó conocimiento con ellos. El gigante les contó lo que había pasado y todos estuvieron de acuerdo en que el viejo fuera el jefe y en que le obedecerían porque era el de más edad. Pero cuando el viejo empezó a mandar y a pedir lo que tenían y lo que no tenían, los gigantes se hartaron y empezaron a buscar el modo de deshacerse de él. Primero pusieron a prueba su fuerza para ver si era tanta como el gigante había dicho. Salieron a un prado y se pusie­ron a lanzar piedras con los hombros. Los gigantes agarraban unas pie­dras enormes y las lanzaban como si fueran huevos. Cuando le tocó al viejo, miró una piedra y se acercó a ella. Entonces se arremangó y se puso a mirar hacia la cima de las montañas. Los gigantes le pre­guntaron qué es lo que miraba y va él y dice:
-Estoy mirando por encima de qué monte voy a echar esta pie­drecita.
Al oír eso, los gigantes se miraron extrañados y le dijeron que no lanzara la piedra ya que en los alrededores no había ninguna seme­jante y les daba pena quedarse sin ella. El viejo les dijo que o lo hacía así o no la lanzaba de ninguna manera. Los gigantes estuvieron de acuerdo en que no la lanzara y reconocieron que tenía más fuerza que ellos. Otra vez fueron todos por agua. Los gigantes se llevaron pelle­jos de búfalo y el viejo una azada. Los gigantes llenaron los odres de agua y el viejo se puso a cavar alrededor del manantial. Se sorpren­dieron los gigantes y le preguntaron qué era lo que quería. Él les con­testó:
-¿Por qué hemos de venir por agua pudiendo llevarnos todo el manantial y bebérnoslo así en unos cuantos días?
Cuando oyeron esto los gigantes, por miedo de quedarse sin manantial, le dijeron que abandonara aquella descabellada idea. Él les dijo:
-Pues si no lo hago así, no lo haré de ninguna manera.
Los gigantes reconocieron que era más fuerte que ellos y lo deja­ron en paz. A la mañana siguiente se fueron por leña. Cada gigante arrancó un haya, se la echó al hombro y se encaminó a la cueva, pero el viejo se había llevado una carga de cuerdas y se puso a atar los árboles como si quisiera llevarse el bosque entero. Los gigantes le pre­guntaron qué es lo que hacía y él les dijo:
-¿Por qué hemos de venir todos los días por leña pudiendo lle­varnos el bosque entero y quemarlo en diez días?
Se asustaron los gigantes y empezaron a disuadirlo, entonces él les dijo:
-Pues si no lo hago así, no lo haré de ninguna manera.
Los gigantes reconocieron su fuerza y lo libraron de la faena con tal de que no se llevara el bosque.
Cuando vieron los gigantes que no podían con él, empezaron a cavilar cómo se desharían de él para siempre. Todas las noches el viejo era el primero en acostarse, pero como tardaba mucho en dormirse, se quedaba callado bajo la manta. Una noche que los gigantes se esta­ban poniendo de acuerdo para aporrearlo con barras y mazos aque­lla misma noche mientras dormía, él los oyó bajo la manta. Uno dijo que era mejor dejarlo para más tarde, cuando por la noche se des­pertaran. En cuanto que se durmieron los gigantes, se levantó el viejo, metió la albarda bajo la manta, la tapó y él se escondió en el desván. Cuando los gigantes se despertaron, agarraron los mazos y las barras y cada uno aporreó unas cuantas veces la manta. La albarda la deja­ron hecha serrín y ellos disfrutaban por haberle molido los huesos; pensaron tirarlo al día siguiente. Una vez dormidos los gigantes, salió el viejo del desván, apartó la quebrantada albarda y se acostó en el mismo sitio. Por la mañana, fue el primero en levantarse y a los gigan­tes, según se iban despertando, se les salían los ojos de las órbitas al ver al viejo. Por fin se decidieron a preguntarle cómo había pasado la noche y si había notado algo. Él les dijo:
-He dormido bien, sólo que me picaban las pulgas.
Vieron los gigantes que no podían nada contra él, conque la segunda noche acordaron echarle por encima agua hirviendo. Pero el viejo otra vez hizo lo que la primera noche y, cuando los gigantes se durmieron, apartó la albarda y se acostó él en su lugar. Al día siguiente también fue el primero en levantarse. Los gigantes no po­dían salir de su asombro cuando vieron que estaba vivo así que le pre­guntaron cómo había dormido. El viejo les dijo que había dormido bien, sólo que había sentido una lluvia tibia, como si hubiera alguna gotera.
Entonces todos estuvieron de acuerdo en separarse del viejo y se lo dijeron a él. A él le pareció bien, pidió una carga de tesoro y un gigante que los llevara a él y al tesoro hasta su molino. Los gigantes le dieron el que era más fuerte. El viejo se cargó el tesoro, se montó sobre el gigante, ¡y vámonos a casa! Cuando llegaron a casa, tan fati­gado y sudoroso estaba el gigante que al abrir la puerta del molino resopló con todas sus fuerzas de tal modo que los hij(3s del molinero salieron disparados por todas partes, uno a la viga del techo, otro salió por un ventanuco, pero ni uno quedó en el molino. Al ver esto el gigante, se asustó aún más, conque soltó al viejo y al tesoro y echó a correr como un rayo hacia donde estaban los gigantes. Al llegar junto a los otros les contó el prodigio nunca visto:
-Mirad -dijo-, lo fuerte que es él, pues más fuertes son sus hijos. Nada más verme, unos se subieron a una viga para derribar la casa sobre mí, otros salieron por la ventana para no dejarme escapar, que de milagro he salido vivo de allí

090. Anónimo (balcanes)

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