Una vez un hombre ascendió a la montaña en busca de sus animales. Pero le sucedió que se perdió, y la noche lo alcanzó tratando de encontrar el camino que llevara de regreso a su casa, sin lograrlo.
Entonces decidió pernoctar en el monte. Buscaba un buen lugar para descansar y dormir, cuando de pronto vio un fuego en medio del bosque. Alrededor de aquel fuego bailaba una extraña anciana.
Se dirigió donde estaba la anciana, y al llegar cerca de ella, pudo ver que había una casa hecha con materiales recogidos del monte, en la que se guardaba todo: maíz, papas, arvejas...
El hombre saludó con mucho respeto a la anciana y pasó la noche con ella. Así se enteró de que la anciana era la Kvpvka [1], y que no era del todo humana y que tenía muchos poderes. Y fue profundizando la amistad con ella, y finalmente la Kvpvka lo tomó como marido.
Al enterarse de que aquel hombre era viudo, muy pobre y tenía cuatro hijos, le dijo:
‑Tráelos aquí, que tenemos de todo.
Así el hombre llevó a sus hijos a la casa de la Kvpvka , donde les dieron de comer como hacía mucho tiempo que los pobres no comían, y les dieron también abrigo y alojamiento.
Pero esa noche, cuando todos se disponían a dormir, uno de los hijos del hombre vio los pies de la anciana y se echó a reír con la inocencia y la violencia de los niños, diciendo:
‑¡Mira, mira! ¡La viejita sólo tiene dos dedos en la pata!
Al oír la burla del pequeño, la Kvpvka montó en cólera de una manera terrible. Pateó su casa y todo ‑el alimento, las riquezas, el fuego, ella misma- desapareció en menos de un segundo.
El hombre, desesperado, se lamentó de la imprudencia de su pequeño hijo, por la cual ahora debía volver a su pobre casa debajo del monte a vivir nuevamente en la miseria.
Fuente: Néstor Barrón
066. Anónimo (patagon)
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