Había una mujer estéril que
rogaba a Dios para que le diera un hijo, aunque sólo fuera como un grano de
pimienta. Dios le cumplió el deseo y dio a luz a un niño como un grano de
pimienta. Al principio, en su alegría, no le importaba que su hijo fuera tan
pequeñito, pero después le entró una gran pena al ver que otros niños de la
misma edad que el suyo crecían y se casaban, mientras que el suyo seguía siendo
como un grano de pimienta. Conque le dio por llorar y quejarse continuamente.
En cierta ocasión, mientras dormía, se le apareció alguien diciéndole que no
llorase más ya que su hijo llegaría a ser tan alto como un álamo. Tras ese
sueño recobró la alegría, pero no le duró mucho, pues al poco viene el hijo y
le dice que tiene que irse a donde le fue dicho en el sueño.
Conque se fue y la madre se quedó
llorando. Al cabo de mucho andar llegó al palacio de un zar y se metió en los
jardines, y he ahí que la hija del zar estaba sentada debajo de un árbol y
lloraba. «Que Dios te ampare», le dijo, y acto seguido le preguntó por qué
lloraba, entonces ella le respondió que el árbol debajo del cual estaba sentada había dado tres manzanas de
oro y su padre le había mandado cuidarlas, pero vino el dragón comelotodo por
debajo de la tierra y en tres mañanas se llevó, una por una, las tres manzanas,
así que ahora no se atrevía a decírselo a su padre pues éste, al día siguiente,
recibiría a muchos invitados para mostrarles lo que Dios le había otorgado. Le
aconsejó él que callara pues pensaba quitarle al dragón las tres manzanas si
ella dejaba que dos de sus criados fueran con él. Luego compró una oveja, la
mató y puso los cuatro perniles en un zurrón, el resto lo tiró, y llevando
también una cuerda se marchó con los criados al lago que estaba detrás de la
ciudad, allí agarró una piedra y les dijo a los criados que fueran soltando la
cuerda hasta que él llegara al fondo y que cuando tirara de la cuerda lo
subieran.
Así que lo bajaron los criados, y
hete allí un hermoso jardín y una casa. Al entrar en la casa vio al dragón
comelotodo que, sentado junto al fuego, estaba cocinando algo en un gran
caldero. El dragón, en cuanto lo vio, se lanzó hacia él, pero él rápidamente le
tiró un pernil. En tanto que el dragón agarraba al vuelo la carne él robó una
manzana. Otra vez se lanzó el dragón al ataque y él le tiró otro pernil a la
vez que cogía una manzana. Cuando el dragón se hubo engullido el pernil, de
nuevo se lanzó contra él, así que le tiró el tercer pernil a la vez que cogía
la tercera manzana. Cuando por cuarta vez se lanzaba el dragón contra él, le
tiró el cuarto pernil y echó a correr, justo cuando se estaba agarrando a la
cuerda apareció el dragón, conque a toda prisa cortó un trozo de su propia
pierna y también se lo tiró, sacudió la cuerda y lo sacaron a la superficie.
Después entregó las manzanas a la hija del zar y se marchó.
No había pasado mucho tiempo
cuando el dragón empezó a salir todos los días del lago, y todos los santos
días se comía a una doncella que le tenían que mandar de la ciudad. Así que le
llegó el turno a la hija del zar que ya estaba prometida. El padre y la madre y
todos los caballeros la acompañaron hasta el lago y,
después de abrazarla y besarla, se marcharon llorando, de modo que se quedó
allí sola esperando al dragón. Espera que te espera se puso a rogarle a Dios
que le mandara a Pimientita, el que le había quitado las manzanas al dragón,
para que la salvara. En esto llegó Pimientita a la ciudad, que estaba de luto.
En cuanto que se enteró de lo que sucedía se marchó corriendo al lago y
encontró a la hija del zar allí sentada llorando, así que va y le pregunta si
se casaría con él si logra salvarla del dragón. Ella le contesta:
-Me casaría, pero tú no puedes
salvarme; sólo hay uno que podría hacerlo y no está aquí.
-¿Y quién es ése? -pregunta él,
ella responde-: La verdad es que es pequeño como un grano de pimienta, pero él
sí que me salvaría.
Pimientita se rió de buena gana y
le explicó que ahora Pimientita era un buen mozo y que había venido para
salvarla. Ella se quedó muy sorprendida, pero cuando vio el anillo que ella
misma le había dado al recuperar las manzanas, se convenció de que era cierto.
Entonces Pimientita le pidió que lo espulgara un poco y en caso de que se
durmiera que lo despertase en cuanto se agitara el lagó. Él se apoyó en su
regazo y ella le empezó a rebuscar en la cabeza, así que se durmió. De repente
retumbó el lago, ella se echó a llorar y como le cayera a él una lágrima en la
mejilla, se sobresaltó, cogió la espada y se preparó para esperar al dragón. Y
hete aquí al dragón con nueve cabezas: aguardó a que llegara y le cortó una
cabeza, y el dragón que lo persigue y él que le corta otra cabeza, así hasta
que le cortó las nueve. Luego le pidió el pañuelo a la doncella, cortó las
nueve lenguas y las envolvió con él, a la doncella le dijo que a nadie contara
quién la había salvado, pues él volvería a su debido tiempo, y así se marchó.
Cuando la doncella se aproximaba
a casa se encontró con su prometido que le dijo: «Si no cuentas que yo te he
salvado te mataré, ya que para ti es lo mismo». Ella se lo pensó un poco, pero
recordando lo que había dicho Pimientita, que vendría a su debido tiempo, le
prometió que diría que él era quien la había salvado. Su prometido se marchó
a recoger, como prueba, las nueve cabezas cortadas.
Cuando llegaron a casa sus padres
no sabían a quién agasajar más, a ella o al novio, y pensaron celebrar las
bodas inmediatamente, pero ella se fingió enferma.
Al cabo de varios días hete aquí
a Pimientita que dice que él ha salvado a la doncella. ¿Y a quién había de
creer el zar? La doncella no se atreve a hablar pues el otro amenazaba con
matarla, así que el zar convocó un tribunal para que juzgara. El tribunal dijo
que para el que tuviera pruebas sería la doncella. Pero cuando uno saca las
cabezas y el otro las lenguas de nuevo el tribunal no sabe a quién creer, pues
mientras éste dice que no cortó las cabezas inmediatamente sino que fue primero
a llevar a la doncella junto a su padre, aquél saca el pañuelo de la doncella,
y el primero replica que el pañuelo se le había caído a ella de miedo. Entonces
dijo el zar que a la mañana siguiente fueran los dos a rezar a la iglesia,
allí también estaría la doncella, y ella sería para el primero que llegara.
Pimientita no quería ir hasta que no tocaran las campanas, pero el otro se
levantó a medianoche y nada más pisar en la iglesia se abrió la tierra bajo sus
pies y por todas partes le cortaron cuchillos. Luego la doncella encendió una
vela y se sentó junto al hoyo a esperar al que le estaba destinado. Cuando sonó
la campana, hete aquí a Pimientita. Al ver el zar quién era el honrado casó a
su hija con Pimientita.
Después se fue Pimientita a ver a
su madre para que comprobara que él era grande.
090. Anónimo (balcanes)
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