Hace
mucho tiempo, en cierto reino de cierto imperio había una ciudad donde reinaban
el Zar Gorokh, que quiere decir guisante y la Zarina Morkovya ,
que quiere decir zanahoria. Tenían sabios boyardos, ricos príncipes y robustos
y poderosos campeones, y en cuanto a guerreros no bajaban de cien mil. En la
ciudad vivía toda clase de gente, comerciantes de barbas respetables, hábiles
artesanos, alemanes mecánicos, bellezas suecas, borrachos rusos; y en los
suburbios vivían campesinos que labraban la tierra, cosechaban trigo, lo
llevaban al molino, lo vendían en el mercado y se bebían las ganancias.
En
uno de los suburbios había una casita habitada por un anciano con tres hijos
que se llamaban Pacomio, Tomás y Juan. El anciano no sólo era listo sino astuto
y cuando se encontraba al diablo entablaba conversación con él, lo convidaba a
beber y le arrancaba muchos secretos que luego aprovechaba obrando tales
prodigios, que sus vecinos lo tenían por hechicero y mago, mientras otros lo
respetaban como a un hombre ladino enterado de alguna que otra cosa. El viejo
hacía realmente cosas prodigiosas. Si alguien se sentía consumido por la llama
de un amor desesperado, no tenía más que ir a visitar al hechicero y éste le
recetaba unas raíces que ablandaban enseguida el corazón de la ingrata. Si algo
se perdía, él se las arreglaba para encontrarlo por más escondido que lo
tuviese el ladrón, con agua encantada y una red.
A
pesar de su sabiduría no pudo lograr que sus hijos siguieran su ejemplo. Los
dos mayores eran unos holgazanes que nunca sabían cuándo echar adelante o
cuándo retroceder. Se casaron y tuvieron hijos. Su hijo menor no se casó, pero
el anciano no se preocupaba por él, porque su tercer hijo era tonto e incapaz
de contar más de tres; no servía más que para comer, beber y tumbarse a la
bartola junto al fuego. ¿Por qué preocuparse de un hijo como aquel? Ya sabría
componérselas por sí mismo mucho mejor que un hombre de juicio. Y además Juan
era tan blando y suave, que ni la manteca se fundiría en su boca. Si le pedíais
su cinto os daba también su caftán; si le quitabais los guantes os pedía que
aceptaseis su gorro por añadidura. Por eso todos querían a Juan y lo llamaban
queridito Juan o queridito tonto; en fin, era tonto de nacimiento, pero un
muchacho muy amable.
El
anciano vivió con sus hijos hasta que le llegó la hora de morirse. Entonces
llamó a sus tres hijos y les dijo:
-Queridos
hijos, la hora de mi muerte ha sonado y habéis de cumplir mi deseo. Cada uno de
vosotros ha de venir a mi tumba a pasar una noche en mi compañía. Primero tú,
Tomás; después tú, Pacomio, y el tercero tú, Juanito el tonto.
Los
dos mayores, como personas juiciosas, prometieron obedecer; pero el tonto, sin
prometer nada, se limitó a bajar la cabeza.
Murió
el anciano y lo enterraron. Comieron tortas y pastelillos y empinaron el codo
de lo lindo, todo en honor del difunto, y al tercer día tocó al mayor de los
hijos, Tomás, ir a su tumba. Se ignora si fue por pereza o por miedo, el caso
es que dijo a Juan el tonto:
-Mañana
he de levantarme temprano para moler trigo; ve tú en lugar de mí a la tumba de
nuestro padre.
-¡Está
bien! -contestó Juanito el tonto, que con un pedazo de pan bajo el brazo, fue a
la tumba, se acostó y empezó a roncar.
Dieron
las doce de la noche, la tumba empezó a moverse, sopló un viento recio, cantó
la lechuza, cayó la losa de la tumba, y el difunto salió y dijo: -¿Quién hay
aquí?
-Yo
-Contestó Juan el tonto.
-Bien,
querido hijo; yo premiaré tu obediencia.
Apenas
dijo estas palabras cantaron los gallos y el difunto volvió a hundirse en la
tumba. Juanito se volvió a casa y se acostó junto al fuego, y sus hermanos le
preguntaron:
Y bien, ¿qué ha pasado?
-¡Nada!
-contestó él.- He dormido toda la noche, pero tengo hambre y comería algo.
La
siguiente noche tocaba por turno a Pacomio, el segundo hijo, ir a la tumba de
su padre. Después de mucho pensar, se dirigió a Juanito el tonto y le dijo:
-He
de levantarme muy temprano para ir al mercado. ¿No podrías ir en mi lugar o la
tumba de nuestro padre?
-¡Está
bien! -contestó Juanito el tonto, que después de comerse una tortilla y una
sopa de coles, se dirigió a la tumba y se echó a dormir a pierna suelta. A
media noche, la tumba empezó a moverse, sopló la tempestad, una bandada de
cuervos volaron haciendo giros, cayó la losa de la tumba y el difunto asomó la
cabeza y preguntó:
-¿Quién
hay aquí?
-Yo
-contestó Juanito el tonto.
-¡Bien,
hijo mío! -dijo el anciano,- no te olvidaré, porque no me has desobedecido.
Apenas
pronunciadas estas palabras, contaron los gallos y el difunto volvió a
desaparecer en la fosa.
Juanito
el tonto se despertó, fue a acurrucarse junto al fuego y sus hermanos le
preguntaron.
-Y
bien, ¿qué ha pasado?
-¡Nada!
-contestó Juanito.
Y
al tercer día los hermanos dijeron a Juanito el tonto.
-Ahora
te toca a ti ir a la tumba de nuestro padre. El deseo de un padre se ha de
cumplir.
-¡No
faltaba más! -contestó Juanito el tonto, que después de comer una fritada, se
puso la blusa, y se dirigió a la tumba.
A
media noche la losa de la tumba se levantó y el difunto salió y preguntó:
-¿Quién
hay aquí?
-Yo
-contestó Juanito el tonto.
-¡Bien,
hijo obediente! -dijo el anciano.- No en vano has cumplido mi deseo. ¡Verás
premiada tu fidelidad!
Y
se puso a gritar con una voz monstruosa y a cantar en voz de ruiseñor:
-¡Eh,
tú! ¡Sivka-burka, vyeshchy kaurka! ¡Párate ante mí como la hoja ante la hierba!
Y
le pareció a Juanito el tonto como si se acercase corriendo un caballo que
hacía temblar la tierra y echaba fuego por los ojos y nubes de humo por las
orejas. Se detuvo ante el difunto como si las patas se le hubieran clavado en
el suelo y habló con voz humana diciendo:
-¿Qué
quieres?
El
anciano se introdujo por una oreja, tomó un baño fresco, se secó, se vistió las
ropas más finas y salió por la otra oreja tan joven y hermoso, que no hay
lengua que pueda expresarlo ni pluma que pueda describirlo, ni imaginación que
pueda imaginarlo.
-¡Querido
hijo mío, aquí tienes mi valiente corcel; y tú, caballo, mi buen corcel, sirve
al hijo como serviste al padre!
Apenas
hubo pronunciado estas palabras, los gallos de la aldea batieron las alas y
cantaron anunciando el nuevo día, el anciano se hundió en la tumba y sobre la
tumba creció la hierba. Juanito el tonto se encaminó paso a paso a su casa, se
acostó en su rincón de siempre y empezó a roncar hasta hacer temblar las
paredes.
-¿Qué
sucede? -preguntaron sus hermanos. Él, por toda respuesta, agitó la mano.
Y
así continuaron viviendo juntos, los hermanos mayores pasando por listos, y el
menor pasando por tonto. Vivieron así un día y otro día y como una mujer forma
un ovillo arrollando hilo, así se arrollaban los días para ellos hasta que
quedaron del todo enrollados.
Y
un día supieron que los capitanes del ejército iban por todo el reino con
trompetas y clarines y tambores y platillos, y hacían sonar las trompetas y los
tambores, proclamando en los mercados y en las plazas la voluntad del Zar, y la
voluntad del Zar era ésta: El Zar Gorokh y la Zarina Morkovya
tenían una hija única, la
Zarevna Baktriana , heredera del trono, tan hermosa, que
cuando miraba al sol, el sol se avergonzaba y cuando miraba a la luna, la luna
se sentía humillada. Y el Zar y la
Zarina pensaron: ¿A quién podremos dar la hija en matrimonio
para que gobierne nuestro reino, lo defienda en tiempo de guerra, se siente a
juzgar en el real consejo, ayude al Zar en su vejez y sea su sucesor cuando
muera? El Zar y la Zarina
deseaban un novio que fuese un valiente guerrero, un hermoso campeón, que amase
a la Zarevna
y se hiciese amar de ella. Pero el asunto del amor no era tan fácil, pues
ofrecía una gran dificultad: la
Zarevna no amaba a nadie. Cuando su padre el Zar le hablaba
de un pretendiente, siempre contestaba ella: "¡No lo amo!" Si su
madre la Zarina
le indicaba a alguien, siempre contestaba: "¡No es guapo!". Por fin
el Zar y la Zarina
le dijeron:
-Querida
hija y mimada niña, más de tres veces bella Zarevna Baktriana, ha llegado el
tiempo de que elijas esposo. Pon tus ojos en los pretendientes que te rodean;
los reales e imperiales embajadores están todos en la corte; se han comido
todos los pasteles y han dejado seca la bodega, y ¡aun no has elegido el amado
de tu corazón!
Entonces
la Zarevna
les dijo:
-Mi
soberano papá y mi soberana mamá, me aflige vuestra pena, y de buena gana os
obedecería; pero permitid que la suerte decida quién es mi prometido. Erigidme
un aposento a la altura de treinta y tres pisos con una ventana saliente
encima. Yo, la Zarevna ,
me sentaré en ese aposento junto a la ventana y vosotros mandad publicar una
proclama. Que todo el mundo acuda: Zares, Reyes, Zareviches, Príncipes,
adalides, jóvenes valientes, y el que dé un brinco hasta mi ventana en su bravo
corcel y cambie los anillos conmigo, ése será mi esposo y vuestro hijo y
sucesor.
El
Zar y la Zarina
siguieron el consejo de su prudente hija.
-¡Está
bien! -dijeron.
Mandaron
construir una torre de treinta y tres pisos, de fuertes vigas de roble, y
adornaron el aposento de la
Zarevna con graciosos relieves y con brocados venecianos y
tapicerías de perlas y de oro, y lanzaron pregones y soltaron palomas
mensajeras, y mandaron embajadores a todos los reinos, convocando a todos los
caballeros para que acudiesen al imperio del Zar Gorokh y de la Zarina Morkovya ,
para que quien llegase de un brinco, en su magnífico corcel, al aposento de la
hija y cambiase los anillos con la Zarevna Baktriana , la tomase como esposa y
heredase con ella el trono, ya fuese Zar o Rey, Zarevitz o Príncipe, o aunque
no fuese más que un libre y esforzado cosaco sin cuna ni linaje.
Llegó
el día señalado y la gente se aglomeró en los prados donde se levantaba el
aposento de la Zarevna ,
que parecía cuajado de estrellas, y ella misma se dejó ver en la ventana,
ataviada con las más ricas prendas y refulgente de piedras preciosas. La
multitud producía un rumor de admiración semejante al de un gran océano. El Zar
y la Zarina
ocuparon su trono y a su lado se colocaron sus magnates, sus boyardos, sus
capitanes y campeones. Llegaban los pretendientes de la Zarevna Baktriana
galopando, haciendo cabriolas, pero cuando veían tan alto el aposento,
desmayaban sus corazo-nes. Se esforzaban en quedar bien, corrían, tomaban
velocidad y daban un brinco; pero caían al suelo como costales llenos,
provocando la risa de la muchedumbre.
En
aquellos días en que los pretendientes de la Zarevna Baktriana
hacían lo posible para conquistarla, se les ocurrió a los hermanos de Juanito
el tonto ir también a ver la diversión. Se arreglaron, pues, para salir y
Juanito el tonto les dijo:
-¡Llevadme
con vosotros!
-¡Calla,
tonto! -le contestaron.- Quédate en casa a cuidar de las gallinas. ¿Qué has de
hacer tú allí?
-¡Tenéis
razón! -dijo él, y fue al gallinero y se tumbó en el suelo.
Pero
cuando sus hermanos se hubieron alejado, Juanito el tonto salió a la llanura y
gritó con voz de guerrero y silbó con silbido de héroe:
-¡Eh,
tú! ¡Sivka-burka, vyeshchy kaurka! ¡Párate ante mí como la hoja ante la hierba!
Y
he aquí que el fogoso caballo se acercaba corriendo haciendo temblar la tierra
y echando fuego por los ojos y nubes de humo por las orejas, y se detuvo y preguntó
con voz humana:
-¿En
qué puedo servirte?
Juanito
el tonto se introdujo en una oreja, se bañó, se peinó y salió por la otra oreja
tan joven y hermoso, que no hay lengua que pueda expresarlo ni pluma que pueda
describirlo ni imaginación que pueda imaginarlo. Montó en su buen caballo y
golpeó sus lomos con un látigo de plata de Samarcanda, y el fogoso caballo se
encabritó y corrió saltando por encima de los bosques y por debajo de las
nubes, y cuando llegaba a los grandes ríos los cruzaba nadando y cuando llegaba
a los riachuelos los barría con la cola y alargaba las patas y pasaban por
debajo las montañas. Y Juanito el tonto vio la torre de la Zarevna Baktriana ,
se lanzó al espacio como un radiante halcón y de un brinco pasó rozando el piso
treinta y uno y desapareció de la vista como una exhalación, dejando, detrás un
viento de tempestad. La gente rugía:
-¡Detenedlo!
¡Paradlo!
El
Zar dio un brinco en su trono. La
Zarina lanzó una exclamación. La gente se quedó atónita.
Los
hermanos de Juanito el tonto volvieron a casa y comentaban lo sucedido:
-¡Ése
era un verdadero campeón! ¡Sólo le faltaban dos pisos para llegar a la ventana!
-¡Pues
ése era yo, hermanos! -dijo Juanito el tonto.
-Conque
tú, ¿eh? ¡Calla, tonto, y vete a la estufa a avivar el fuego!
Al
día siguiente los hermanos se dispusieron a asistir a los festejos del Zar y
Juanito el tonto les dijo:
-¡Llevadme
con vosotros!
-¡Calla,
tonto! -contestaron los hermanos. ¡Quédate en casa para ahuyentar los
gorriones de los guisantes como un espantajo! ¿Qué tienes tú que hacer allí?
-¡Tenéis
razón! -dijo él, y fue al plantío de guisantes y ahuyentó los gorriones.
Pero
cuando los hermanos se hubieron alejado, Juanito el tonto corrió a la llanura,
gritó con voz de guerra y lanzó un silbido heroico:
-¡Eh,
tú! ¡Sivka-burka, vyeshchy kaurka! ¡Párate ante mí como la hoja ante la hierba!
Y
he aquí que el fogoso corcel llegó corriendo y haciendo temblar la tierra y
levantando haces de chispas de sus veloces herraduras; sus ojos lanzaban llamas
y de sus orejas salían nubes de humo.
-¿Qué
quieres?
Juanito
el tonto entró por una oreja y salió por otra tan joven y de tan bello aspecto
que ni puede describirse ni puede imaginarse; montó el bravo animal y golpeó
sus piernas con un látigo circasiano. Y el caballo emprendió veloz carrera
saltando por encima de los bosques y por debajo de las nubes, y a cada brinco
avanzaba una legua larga. Al segundo brinco pasó por el río, y al tercer brinco
llegó ante la torre de la
Zarevna. Entonces se lanzó al aire como un águila, con tal
ímpetu, que llegó al piso treinta y dos y pasó de largo como un huracán. La
gente gritó:
-¡Detenedlo!
¡Paradlo!
El
Zar dio un brinco en su trono y la
Zarina lanzó una exclamación, los príncipes y los boyardos se
quedaron con la boca abierta.
Los
hermanos de Juanito el tonto volvieron a casa y comentaron:
-Ese
joven guerrero de hoy se ha portado mejor que el de ayer. ¡Sólo le faltaba un
piso para llegar a la ventana!
-¡Pues,
hermanos ése era yo! -dijo Juanito el tonto.
-¡Cierra
el pico! Con que tú, ¿eh? ¡Vete a la estufa y no digas sandeces!
Al
tercer día, los hermanos de Juanito el tonto se arreglaron para asistir al gran
espectáculo, y Juanito el tonto les dijo:
-¡Llevadme
con vosotros!
-¿Nosotros
ir con un tonto como tú? ¡Quédate en casa y da de comer a los cerdos! ¿Qué te
has creído?
-¡Cómo
queráis!
Fue
a la pocilga, y dio de comer a los cerdos, pero cuando los hermanos se hubieron
alejado, salió a la llanura y llamó con su voz guerrera y con un silbido
heroico:
-¡Eh,
tú! ¡Sivka-burka, vyeshchy kaurka! ¡Párate ante mí como la hoja ante la hierba!
Y
he aquí que llegó la fogosa montura, haciendo temblar la tierra y abriendo una
fuente donde tocaban las patas delanteras y apareciendo un lago donde tocaban
las traseras, y lanzando llamas por los ojos y nubes de humo por las orejas.
-¿Qué
quieres? -preguntó con voz humana.
Juanito
el tonto entró por una oreja y salió por otra, convertido en un apuesto
guerrero y más hermoso de lo que puede uno representar en sueños. Montó a
caballo, empuñó las riendas, golpeó a su montura en el rabo y el brioso corcel
salió volando más veloz que el viento, y en un abrir y cerrar de ojos, llegó
ante la torre de Zarevna. Entonces el jinete azotó con el látigo las costillas
de la cabalgadura y ésta se levantó como una serpiente enfurecida, y de un
brinco alcanzó la ventana donde se asomaba la Zarevna Baktriana.
Juanito el tonto le tomó en sus manos de héroe, besó sus labios de miel, cambió
con ella los anillos, y fue arrebatado como por un huracán hacia los prados,
arrollando cuanto hallaba a su paso. La Zarevna sólo tuvo tiempo de incrustar en su
frente un brillante como una estrella porque el poderoso guerrero se desvaneció
enseguida de su vista. El Zar se levantó lleno de admiración, la Zarina , lanzó un grito de
sorpresa y los magnates se retorcían las manos sin proferir palabra.
Los
hermanos de Juanito el tonto llegaron a su casa y se pusieron a discutir sobre
lo que habían visto:
-El
campeón de hoy ha sido el mejor y él es el novio de la Zarevna. Pero ¿quién
es?
-¡Pues,
hermanos, ése era yo! -dijo Juanito el tonto.
-¡Cállate
de una vez! ¿Qué habías de ser tú? Vete a la estufa a avivar el fuego y no te
metas en nuestras conversaciones.
Pero
el Zar Gorokh mandó cercar la ciudad poniendo estrecha vigilancia y permitiendo
la entrada a todo el mundo, pero prohibiendo que nadie saliese, luego publicó
un bando ordenando, bajo pena de muerte, que todos los habitantes de la ciudad,
ancianos y jóvenes, fuesen a la corte del Zar a rendirle homenaje, esperando
encontrar la persona en cuya frente luciese el brillante que su hija la Zarevna había incrustado
en la de su prometido.
Desde
las primeras horas del día la gente empezó a acudir a la corte, y a todos les
miraban la frente, pero en ninguna frente aparecía la estrella. Llegó la hora
de la comida, pero en las salas del palacio no se veía ninguna mesa puesta.
También los hermanos de Juanito el tonto fueron a enseñar su frente,
obedeciendo la orden del Zar, y Juanito el tonto les dijo:
-¡Llevadme
con vosotros!
-¿Llevarte?
-le contestaron.- ¡Siéntate en tu rincón y caza moscas! ¿Pero cómo es que
tienes la cabeza vendada con esos trapos? ¿Te la has lastimado?
-Ayer,
cuando estabais fuera, andaba distraído y me di un golpe con la puerta. La
puerta no se hizo daño, pero a mí me salió un chichón en la frente.
En
cuanto los hermanos hubieron salido, Juanito el tonto fue a pasar por debajo de
la ventana donde estaba sentada la
Zarevna con el corazón turbado. Los soldados del Zar lo
vieron y le preguntaron:
-¿Por
qué llevas vendada la frente? ¡Quítate esos trapos, que la veamos! ¿No hay una
estrella en tu frente?
Juanito
el tonto no quiso quitarse las vendas y los soldados armaron un escándalo que
atrajo la atención de la
Zarevna y ésta ordenó que le llevasen al joven a su
presencia, le quitó el vendaje de la frente y allí encontró la estrella. Cogió
a Juanito el tonto por la mano y lo condujo a presencia del Zar Gorokh.
-¡Mira,
querido y soberano papá, éste es mi prometido esposo y tu yerno y sucesor!
No
había más que decir. El Zar ordenó que se sirviera el banquete y Juanito el
tonto y la Zarevna
se casaron, celebraron la boda durante trece días y se divirtieron de lo lindo.
El Zar nombró a los hermanos de Juanito el tonto capitanes de su ejército y les
regaló una aldea y una casa a cada uno.
Los
hermanos de Juanito el tonto eran listos, y cuando fueron ricos, no es de
admirar que todos los tomaran por sabios. Y cuando se vieron encumbrados
empezaron a mostrarse altivos y orgullosos, no permitían que la gente del
pueblo entrara en su patio y obligaban a los cortesanos y a los boyardos a
descubrirse cuando llegaban a la escalera. A tal punto llegó su soberbia, que
los boyardos fueron a ver al Zar y le dijeron:
-Soberano
Zar, los hermanos de tu yerno se jactan de saber dónde crece el manzano de
hojas de plata y de manzanas de oro y desean traértelo como presente.
El
Zar mandó comparecer a los hermanos de Juanito el tonto y les dijo que fueran a
buscarle el manzano de las hojas de plata y de las manzanas de oro, y, como
nada tenían que replicar, se vieron obligados a obedecer. El Zar les mandó
escoger los mejores caballos de su establo y ellos emprendieron el viaje en
busca del manzano de las hojas de plata y de las manzanas de oro. Y al cabo de
unos días, Juanito el tonto se levantó, montó en su jamelgo, de cara a la
grupa, y salió de la ciudad. Al llegar a campo abierto cogió su rocín por la
cola, lo tiró al suelo y gritó:
-¡Venid,
cuervos y milanos, aquí tenéis con qué desayunaros!
Enseguida
llamó a su caballo, le entró por una oreja, le salió por otra, y el caballo lo
llevó a Oriente, donde crece el manzano de hojas de plata y manzanas de oro, en
un terreno de arenas de oro. Lo arrancó de raíz y regresó; pero antes de llegar
a la ciudad del Zar Gorokh, levantó su tienda con el mástil de plata en el
campo y se echó a dormir. Y he aquí que sus hermanos volvían por aquel camino
con las narices caídas y sin saber que excusa dar al Zar de su fracaso, y
acertaron a ver la tienda y junto a ella el manzano, y despertaron a Juanito el
tonto y empezaron a regatear con él ofreciéndole por el árbol tres carretadas
de plata.
-
El manzano es mío, caballeros, y no se compra ni se vende, pero se da por un
capricho. Un capricho no es gran cosa. ¡Dadme los dos un dedo del pie derecho y
trato concluido!
Los
hermanos hablaron entre sí, pero no tuvieron más remedio que acceder. Juanito
el tonto les cortó un dedo del pie derecho a cada uno y les entregó el manzano,
que ellos llevaron al Zar.
-¡Mira,
oh Zar! -le dijeron en tono jactancioso.- Hemos tenido que andar mucho, hemos
sufrido grandes penalidades; pero hemos satisfecho tu deseo.
El
Zar estaba encantado. Organizó festejos en honor de los hermanos, mandó
anunciar su hazaña al son de trompetas y tambores y les regaló una villa a cada
uno, elogiando la lealtad con que le habían servido.
Luego,
los otros cortesanos y boyardos le dijeron:
-No
es tan gran servicio como te parece el manzano de hojas de plata y de manzanas
de oro. Los hermanos de tu yerno se jactan de que son capaces de ir al Cáucaso
y traerte la guarra de cerdas de oro, de dientes de plata y de veinte lechones.
El
Zar mandó comparecer a los hermanos de Juanito y les dijo que fueran a buscarte
la guarra de cerdas de oro, de dientes de plata y de veinte lechones, y como
nada tenían que replicar, se vieron obligados a obedecer. Y emprendieron el
viaje en busca de la guarra de cerdas de oro, de dientes de plata y de veinte
lechones. Y oportunamente, Juanito el tonto se levantó, montó en su vaca de
cara a la grupa y salió de la ciudad. Cuando estuvo en campo abierto cogió la vaca
por la cola y la derribó gritando:
-¡Venid
corriendo, lobos grises y preciosas zorras! ¡Aquí tenéis una buena comida!
Luego
llamó a su corcel, le entró por una oreja y le salió por la otra, y el caballo
lo llevó a las tierras del Sur y lo introdujo en una espesa selva donde la
guarra de cerdas de oro estaba arrancando raíces con sus colmillos de plata,
rodeada de veinte lechones. Juanito el tonto sujetó a la guarra con una lazada
de seda, colgó los lechones del arzón de su silla y emprendió el regreso, y
cuando ya estaba cerca de la ciudad de Gorokh, levantó su tienda con el mástil
de plata y se echó a dormir. Y he aquí que sus hermanos, que regresaban
cabizbajos por aquel camino, sin saber qué excusa presentar al Zar, acertaron a
ver la tienda y junto a la tienda estaba atada al lazo de seda la guarra de
cerdas de oro, de dientes de plata y de veinte lechones, y despertaron a
Juanito el tonto y empezaron a regatear con él, ofreciéndole por la guarra tres
sacos de piedras preciosas.
-La
guarra es mía, caballeros, y no se compra ni se vende; pero se da por un
capricho. Un capricho no es gran cosa. ¡Dejaos cortar un dedo de la mano y
trato concluido!
Los
hermanos hablaron entre sí y se dijeron: "¿Si un hombre puede vivir sin
seso, por qué no ha de vivir sin dedos?" Y dejaron que Juanito el tonto
les cortara un dedo a cada uno, y él les entregó la guarra que se apresuraron a
ofrecer al Zar, dándoselas de valientes.
-Zar
-le dijeron,- hemos viajado por mares inmensos, hemos atravesado bosques
impenetrables, hemos cruzado desiertos arenosos, hemos sufrido frío y hambre;
pero hemos satisfecho tu deseo.
El
Zar estaba lleno de gozo al contar con tan fieles servidores, dio un banquete a
todo el mundo, premió a los hermanos de Juanito el tonto nombrándolos boyardos
y no se cansaba de elogiarlos.
Entonces,
los otros cortesanos y boyardos le dijeron:
-No
es tan gran servicio como te parece, ¡oh, Zar! traerte la guarra de cerdas de
oro, de dientes de plata y de veinte lechones. Una guarra es una guarra aquí y
en todo el mundo, aunque tenga cerdas de oro. Pero los hermanos de tu yerno se
jactan de poderte hacer un mayor servicio. Dicen que son capaces de traerte del
establo de la
Serpiente Goruinich el caballo de crines de oro y cascos de
diamantes.
El
Zar mandó comparecer a los hermanos de Juanito el tonto y les dijo que fueran a
buscarle a los establos de la Serpiente Goruinich el caballo de las crines de
oro y cascos de diamante. Los hermanos protestaron, jurando que nunca habían
dicho tales palabras, pero el Zar no quiso escucharlos.
-Tomad
-les dijo- de mis tesoros cuanto necesitéis y de mis ejércitos la fuerza que
queráis, y traedme el caballo de las crines de oro y cascos de diamantes. Sois
los primeros en mi reino pero si no me lo traéis, os degradaré y os reduciré a
la condición de pelagatos.
Con
esto, aquellos buenos guerreros, aquellos campeones inútiles, emprendieron el
viaje, arrastrando los pies y sin saber adónde dirigirse. Oportunamente,
Juanito el tonto se levantó y a horcajadas en su bastón, salió al campo descubierto,
llamó a su caballo, le entró por una oreja y le salió por la otra y el caballo
lo llevó a las tierras de Poniente, hacia la gran isla donde la Serpiente Goruinich
guardaba en su establo de hierro, bajo siete cerrojos, bajo siete puertas, el
caballo de las crines de oro y de los cascos de diamantes. Después de mucho
viajar, subiendo y bajando, avanzando y retrocediendo, Juanito el tonto llegó a
la isla, luchó tres días con la
Serpiente hasta que la mató; pasó tres días más descerrajando
las puertas y derribándolas, cogió el caballo por la crin y emprendió el
regreso. Pero a pocas leguas de la ciudad, levantó su tienda con el mástil de
plata y se echó a dormir. Y he aquí que sus hermanos volvían por el mismo
camino, sin saber qué decir al Zar Gorokh. De pronto uno de ellos notó que la
tierra temblaba. Era que el caballo de crines de oro estaba piafando. Miraron a
todos lados y vieron una luz como de antorcha encendida a lo lejos. Era la crin
del caballo que brillaba como el fuego. Se detuvieron, despertaron a Juanito el
tonto y empezaron a regatear por el caballo ofreciéndole por él, cada uno, un
saco de piedras preciosas.
-El
caballo es mío, caballeros, y no se compra ni se vende; pero se da por un
capricho. Pero un capricho no es gran cosa. ¡Dejadme que os corte una oreja y
trato hecho!
Los
hermanos dejaron que su hermanito les cortara una oreja, y él les entregó el
caballo de las crines de oro y no cesaban de darse tono, contando tales
embustes que a los que escuchaban les dolían los oídos de oírlos.
-Hemos
ido -dijeron al Zar- más allá de la tierra de Tres Veces Diez, más allá del
gran Océano; hemos luchado con la Serpiente Garuinich
que por cierto nos arrancó una oreja, como puedes ver; pero todo nos parece
poco, pues por servirte nadaríamos en ríos de sangre, sacrificaríamos los
brazos, las piernas y toda nuestra vida.
En
su alegría, el Zar los colmó de riquezas, les nombró los primeros de sus
boyardos y dio tal banquete, que las cocinas del palacio fueron insuficientes,
aunque estuvieron cociendo y asando en ellas durante tres días, y las bodegas
se quedaron secas, y en el banquete, el Zar colocó a uno de los hermanos de
Juanito el tonto a su derecha y al otro a su izquierda. Y el banquete
transcurría en completa alegría y los invitados estaban ya casi hartos, y
animados por el vino, hablaban produciendo un ruido como de colmena, cuando
vieron entrar a un apuesto guerrero, que no era otro que Juanito el tonto,
vestido como el día en que dio, montado en su corcel, el brinco de treinta y
tres pisos. Y cuando sus hermanos lo vieron, el primero estuvo a punto de
atragantarse con el vino que bebía, y por poco se ahoga el otro con un trozo de
ganso que en aquel momento se llevaba a la boca, y dejaron caer las manos y se
quedaron girando los ojos, sin saber qué decir. Juanito el tonto hizo una
profunda reverencia ante su suegro, el Zar, y le contó cómo había ido en busca
del manzano de hojas de plata y de manzanas de oro, y de la guarra de cerdas de
oro, dientes de plata y veinte lechones, y del caballo de crines de oro y
cascos de diamantes, y enseñó los dedos de los pies y de las manos y las orejas
por los que había cambiado todas aquellas cosas con sus hermanos.
El
Zar Gorokh se encolerizó en gran manera y golpeó el suelo con los pies. Ordenó
que sacaran de allí a escobazos a los hermanos de Juanito el tonto y al primero
lo mandó a la pocilga a cuidar de los cerdos y al segundo al gallinero a cuidar
de las aves de corral.
A
Juanito el tonto lo sentó a su lado y lo nombró jefe de todos sus boyardos, y
capitán de sus capitanes. Y siguieron el festín con más alegría que antes hasta
que se lo comieron y se lo bebieron todo. Y Juanito el tonto empezó a gobernar
el reino, y sus leyes fueron sabias y terribles, y cuando murió su suegro se
sentó en el trono. Tuvo muchos hijos y sus súbditos lo amaban como a un padre y
sus vecinos le temían, pero la Zarevna Baktriana era tan hermosa en su vejez
como lo fuera en su juventud.
062. Anónimo (rusia)
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