Había cierto zar que tenía una
única hija y ésta de excepcional belleza; por voluntad divina y por la
hermosura de ella anunció al mundo que si se encontraba a un joven que
adivinara qué señal tenía la doncella y en dónde la tenía, se la daría por
esposa junto con la mitad de su reino, y que el que no fuera capaz de
adivinarlo se convertiría en cordero o si no perdería la cabeza. Esta
extraordinaria noticia se extendió por el mundo, de modo que se presentaron
miles de pretendientes de todos los lugares, pero todo en vano, gran número de
jóvenes se convirtieron en corderos y otro sinfín de ellos se quedaron sin
cabeza. Esta noticia le llegó a un joven, pobre de caerse muerto pero astuto,
que también codició a la hermosa doncella y la mitad del reino, conque se fue a
donde estaba ella, pero no en calidad de pretendiente sino sólo para verla y
preguntarle algo. Y al llegar al palacio del zar ¡qué más quieres ver! se
apelotonaban a su alrededor Dios sabe cuántos corderos de toda clase y, al
saltar por entre ellos, empezaron a balar, esto era como una señal para que
desistiera de aquel pensamiento y no se volviera él también cordero, y
aquellas cabezas que estaban cortadas y sujetas en las picas en fila empezaron a
derramar lágrimas. Al ver todo aquello se asustó y se dio la vuelta para
escapar de allí, pero lo detuvo cierto tipo que llevaba las ropas todas
manchadas de sangre, con alas y un único ojo en la frente, que le gritó:
-¡Deténte! ¿Adónde vas? Atrás o eres hombre muerto.
Así que se encaminó de nuevo en busca de la hija del
zar, que lo recibió y le dijo:
-¿Has venido tú también a pedir mi mano?
-No, honorable zarevna, sino que he oído que se acerca
el feliz momento de tu boda y he venido a preguntarte si necesitas algún vestido
para la boda.
-¿Qué vestidos tienes? -le pregunta ella, y él le
contesta:
-Tengo enaguas de mármol, camisas de rocío, pañuelos
bordados de sol con puntillas de estrellas y de luna, chapines de oro seco ni
tejidos ni forjados; si quieres comprar de todo esto, ordena que te lo traiga;
pero sólo una cosa más, cuando te vayas a probar cada uno de estos vestidos,
nadie podrá estar con nosotros, sólo nosotros dos; si te conviene así,
fácilmente llegaremos a un acuerdo, si no te conviene, entonces no se lo mostraré
a nadie sino que le servirán a mi novia.
Se lo creyó la hija del zar y dijo que le trajera todo
aquello. Él se marchó y volvió con todo. Dios sabe de dónde sacó y consiguió
todo aquello. Entonces se encerraron en una cámara y lo primero que ella se probó
fueron las enaguas, mientras, él atisbaba por si acaso le veía la señal en
algún lugar de las piernas hasta que, para su grandísima suerte, le vio una
estrella de oro en la rodilla derecha, y al verla no dijo nada sino que pensó
para sí:
-¡Bendita sea esta mañana por los siglos de los
siglos!
Después la hija del zar empezó a probarse la camisa y
el resto de las cosas, pero él ya no se preocupaba de si tenía ella alguna otra marca, todo le sentaba muy bien a ella, como
si se lo hubieran hecho a la medida. Entonces se pusieron de acuerdo sobre el
precio, ella le pagó tanto como habían acordado y él cogió su dinero. Pasados
unos cuantos días, se vistió lo mejor que pudo y se fue a pedir la mano de su
hija al zar. Cuando se presentó ante el zar, le dijo:
-¡Honorable zar! He venido para pedir la mano de tu
hija, así que dámela
-Bien -responde el zar- ¿pero sabes la condición para
pretender a mi hija? Ten mucho cuidado, pues si no adivinas su señal, estás
perdido y si la adivinas, como recompensa, la tendrás a ella y la mitad de mi
reino.
Él, haciendo una reverencia al zar, le dice:
-Pues bien, zar y suegro mío. Si sólo es eso, ya es
mía. Tu hija tiene una estrella de oro en la rodilla derecha.
Se sorprendió el zar y se preguntaba cómo sabría él
aquello, pero no había otra salida, así que le entregó la doncella y se
casaron. Cuando llegó el día de repartir el reino, le dijo su yerno:
-En lugar de darme la mitad de tu reino, prefiero que
devuelvas a esos pobres desgraciados a su estado anterior.
A esto le contestó el zar que eso no estaba en sus
manos sino en las de su hija, «tu mujer», le dijo. Entonces él se lo pidió a su
mujer y ella le dijo:
-Haz que me corra la sangre bajo esta estrella y que
cada uno de los corderos la lama con la lengua, úntales también con sangre el
labio inferior, que de este modo todos los corderos recobrarán su apariencia
humana y las cabezas revivirán y volverán a ser hombres como antes lo eran.
Así lo hizo él y, después de que todos hubieran
recuperado su aspecto anterior, los convidó a la boda y luego se fue a casa con
la doncella cantando y disparando [1] de alegría, allí los invitó a comer y a beber,
después cada uno se fue a su casa y él se quedó con su doncella, que Dios sabrá
qué ha sido de ellos, y ahora los hemos recordado.
090. Anónimo (balcanes)
[1] En
algunas zonas de Yugoslavia era costumbre hacer disparos al aire en fiestas y
celebraciones como muestra de alegría. Esta costumbre todavía se mantiene en
algunos lugares.
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