Había un zar que tenía un hijo.
Creció el hijo y una vez se fue
de caza y se internó en el bosque. Anduvo de un lado para otro del bosque hasta
que llegó a otro país. En aquel país se encontró con una cabaña en el bosque, y
en la cabaña había un anciano de cabellos blancos que le llegaban hasta el
suelo y con una barba hasta la cintura.
El hijo del zar lo saludó:
-¡Dios te ampare, anciano!
-¡Y que Él sea contigo, hijo! -contestó
el anciano.
-¿Qué te trae por aquí?
-Salí de caza -le dice el hijo del
zar-, me adentré en el bosque y ahora te encuentro a ti.
-¿Quieres quedarte a mi servicio?
-pregunta de nuevo el anciano.
-Sí -responde el hijo del zar.
-Sí -responde el hijo del zar.
-Bien -le dice el anciano-. La
suerte te ha traído hasta mí. Me servirás durante tres años, si durante ese
tiempo te conduces con honradez te daré esposa y casa.
Conque el hijo del zar se quedó
al servicio del anciano.
A la mañana siguiente le dio el
anciano un látigo para que lo hiciera chasquear en los alrededores del lago, ésa
sería su tarea.
Cuando a la noche regresó el hijo
del zar a la cabaña, el anciano le preguntó:
-¿Has cumplido con tu tarea?
-Por cierto que sí -respondió el
hijo del zar.
-¿Y qué has visto? -continuó
preguntando el anciano.
-No he visto nada.
-Bien -le dice el anciano.
Cenaron y se fueron a dormir.
Al día siguiente de nuevo el
anciano ordenó al hijo del zar que tomara el látigo y que lo hiciera chasquear
en los alrededores del lago mientras vigilaba éste. Se marchó el hijo del zar y
se puso a dar vueltas al lago a la vez que hacía restallar el látigo. Hacia el
mediodía una bandada de cisnes llegó volando hasta el lago, se quitaron las
camisas, se bañaron, se vistieron y se marcharon volando.
Cuando por la noche el hijo del
zar volvió a la cabaña, le preguntó el anciano:
-¿Has cumplido con tu tarea?
-Por cierto que sí -dice el hijo
el zar.
-¿Has visto algo en el lago?
-He visto una bandada de cisnes.
-¿Qué más has visto?
-He visto -contesta el hijo del
zar- que se desprendían de sus blancos plumajes y los dejaban en la ladera,
después se han metido en el agua, tras el baño se han vuelto a vestir como
estaban antes y se han ido volando.
-Bien -le dice el anciano. Se
sientan a cenar y después de la
cena se van a dormir.
En cuanto se levantaron al día
siguiente, el anciano volvió a mandar al hijo del zar que se fuera a vigilar
el lago, va y le dice:
-Hoy es tu tercer año. Irás
también a vigilar el lago. Cuando lleguen los cisnes a tomar su baño, se
desnudarán y dejarán sus camisas en la ladera, entonces intenta despistarlos,
coge las camisas y tráemelas. Ten mucho cuidado con lo que haces si es que
quieres ser feliz.
El hijo del zar tomó el látigo,
se fue al lago y se puso a chasquear.
A eso del mediodía aparecieron
volando los blancos cisnes, se quitaron los plumajes y se metieron en el lago
para tomar su baño. El hijo del zar, sin que ellos se dieran cuenta, se deslizó
sigilosamente hasta las camisas, las tomó consigo y se las llevó al anciano.
En ese mismo instante los cisnes se convirtieron en doncellas de extraordinaria
belleza, fueron hasta el anciano y empezaron a pedirle que les diera sus
camisas. El anciano no le dio la camisa a la más hermosa sino que la retuvo
consigo. A las demás les devolvió sus camisas así que se vistieron, se
convirtieron de nuevo en blancos cisnes y salieron volando.
Luego el anciano llevó al hijo
del zar a la cabaña y le dijo:
-Aquí tienes tu doncella-cisne,
toma también su camisa y este tesoro sin cuento. El plumaje manténlo bien apartado
de tu mujer, pues si hasta él llegara se lo pondría y echaría a volar sin que
pudieras encontrarla nunca jamás.
El hijo del zar dio las gracias
al anciano, se metió el plumaje en el pecho, el tesoro se lo cargó a la espalda
y a su mujer la tomó de la mano. El anciano los condujo hasta la salida del
bosque y llegaron felices a casa.
Mucho se alegraron el zar y la
zarina con el regreso del hijo al que creían perdido en el bosque. El hijo del
zar les contó que había estado al servicio del anciano y cómo
había conseguido a la doncella-cisne. Después entregó a su madre el plumaje
para que lo guardara y le dijo que de ninguna forma se lo diera a su mujer, ya
que se convertiría en cisne, saldría volando y nunca jamás la encontraría.
A partir de entonces el hijo del
zar y su doncella-cisne vivieron felices.
Una vez salió el hijo del zar de
caza y su mujer se quedó sola con la suegra, y venga a insistirle a su suegra:
-¡Dame, madre, mi camisa y así
seas feliz! Yo nunca me voy a ir de casa, sólo deseo ponérmela.
Pero la suegra no se la quiso
dar.
Pasado algún tiempo volvió a
salir de caza el hijo del zar. Y la mujer empezó a porfiar de nuevo y a rogar y
a suplicar a su suegra, la zarina:
-¡Dame, madre, mi camisa y así
tengas salud! Yo nunca me voy a ir de casa. Deja que me la ponga para estar más
guapa.
Pues no. Su suegra no quiso darle
la camisa.
Volvió a salir de caza el hijo
del zar y su mujer se quedó en casa con la zarina, de nuevo empezó a rogar y
suplicar a su suegra:
-¡Dame, madre, la camisa, por tu
único hijo!, que yo nunca voy a irme de palacio, verás qué hermosa estaré
cuando me ponga esa camisa.
Se dejó engañar la suegra y le
dio la camisa. En cuanto que se la puso, se transformó en cisne y dijo:
-Adiós, madre, búscame en la
colina de cristal -salió volando por la ventana y desapareció.
Cuando a la noche regresó a casa
el hijo del zar, su madre le contó que su mujer no había dejado de acosarla,
que había conseguido su camisa a fuerza de artimañas y que en cuanto la obtuvo
salió volando. Al oírlo, al hijo del zar le invadió una pena tan grande que
casi se muere de tristeza. En seguida
montó a caballo y, atravesando el bosque, se fue a la cabaña del
anciano de blancos cabellos y luenga barba.
Cuando lo encontró, no le dijo
quién era.
-¡Que Dios te ampare, anciano!
-¡Y que Él sea contigo, hijo! -le
replicó el anciano-. ¿Qué te trae por aquí?
-He venido -le dice el hijo del
zar- a hacerte una pregunta.
¿Sabes dónde se encuentra la
colina de cristal?
-Hijo -responde el anciano- yo
soy zar de treinta y dos vientos. Si existe una colina de cristal en algún
lugar del mundo, ellos lo sabrán y te conducirán hasta
ella.
Y a la noche, hete aquí a uno de
los vientos que silbando dice:
-¡Buenas noches, zar viento!
-¡Que Dios sea contigo, servidor
viento! ¿Has visto tú en algún rincón del mundo la colina de cristal?
-No la he visto -responde el
viento.
Llegó otro viento que, entre
silbidos, dice:
-¡Buenas noches, zar viento!
-¡Que Dios sea contigo, servidor
viento! ¿Has visto tú en algún rincón del mundo la colina de cristal?
-Yo no la he visto -responde el
viento-, pero he oído que existe tal colina en algún lugar.
Llegó el viento del norte, los
árboles se inclinaron hasta el suelo en su presencia, entonces dijo:
-¡Buenas noches, zar viento!
-¡Dios te las dé a ti! -le
respondió el anciano.
-¿Has visto en algún rincón del mundo,
servidor viento, la colina de cristal?
-La he visto -murmuró el viento-;
justamente de allí vengo ahora.
-Pues mañana, servidor viento,
llevarás allí a este hombre.
Se levantó el viento del norte
antes de que amaneciera, se cargó a la espalda al hijo del zar que estaba
dormido, lo llevó bajo la colina de cristal y allí abajo lo dejó. El hijo del
zar, cuando se despertó y vio que había sido conducido bajo la colina de
cristal, se alzó y empezó a subir. Gateando llegó hasta la mitad, pero resbaló
y cayó abajo. De nuevo empezó a subir la colina, gateando recorrió más de la
mitad, pero patinó y volvió a caer. Otra vez empezó a subir el hijo del zar,
pasito a pasito finalmente alcanzó la cima. Encontró una cabaña y en la cabaña
una anciana. El hijo del zar le dijo:
-¡Que Dios te ampare, anciana!
-Que Él sea contigo, hijo! ¿Qué
te trae por aquí?
-¡Pues nada bueno, abuela! -responde
el hijo del zar-. Busco a la doncella-cisne porque he oído que está en la
colina de cristal. ¿Sabrías tú decirme dónde está, ya que la doncella-cisne es
mi mujer?
-Ay, ay, hijo mío, la huella bien
la has seguido. Pero yo tengo trescientas doncellas-cisne y todas son iguales.
Las traeré todas delante de ti, si entre todas ellas reconoces a tu mujer,
llévatela; pero si no la encuentras, perderás la cabeza.
¿Qué otra cosa podía hacer sino
aceptar la condición? Tanto había soñado con la doncella-cisne que pensó: o la
encontraba o moriría.
La anciana sopló un cuerno y al
instante llegó volando una enorme bandada de blancos cisnes que levantó un
murmullo con el rozar de sus alas. Al llegar se transformaron en doncellas y se
colocaron en fila. Entonces la anciana tomó al hijo del zar de las manos y, de
una en una, se fueron acercando a todas ellas a la vez que le preguntaba:
-¿Es ésta?
-No.
-¿Es ésta?
-No.
-¿Y ésta?
-Tampoco.
Al aproximarse a una, la más
hermosa de todas, y preguntarle la anciana: “¿Es ésta?» -se sonrió ella y le
hizo un guiño sin que lo viera la anciana.
-Sí -respondió el hijo del zar.
-¿Seguro?
-Sí.
-¿Seguro?
-Sí.
La vieja hizo un ademán a todas
las demás, que se convirtieron en cisnes y se marcharon volando. Se quedó sólo
la suya, que le susurró al oído:
Quienquiera que sea el que te
lleve el almuerzo, tú no te lo comas hasta que te lo lleve yo.
Conque le dice la vieja:
-Si no la llegas a reconocer,
habrías perdido la cabeza. Pero todavía no es tuya. Te hubiera sido mejor
cuidarla cuando estaba contigo. Ahora tienes que superar tres pruebas y sólo
entonces será tuya. Vete a esa montaña, y tienes hasta la noche para traerla
hasta la colina de cristal.
Cogió el hijo del zar un pico y
una azada, se fue allí y empezó a cavar. ¿Pero cómo iba a realizar aquella
tarea él solo y en un solo día? Se sentó a descansar y empezó a suspirar.
Cuando llegó la hora del almuerzo, allá que fue un niño a llevarle algo de
comer. Pero le dijo:
-No quiero lo que me traes -y lo
mandó de nuevo a casa.
Al poco, hete allí a su mujer que
le trae el almuerzo, al verlo tan triste y tan abatido le dice:
-No te preocupes por nada. Come y
vete a dormir. Por la noche, cuando llegues a casa, la vieja te preguntará:
«¿Has terminado tu tarea, servidor?» y tú, muy furioso,
dile: «Pues claro, pero ahora, abuela, dame de cenar, sabes que estoy
hambriento y hasta a ti te comería».
Almorzó el hijo del zar, se
acostó y se durmió, mientras, su mujer, con mucha rapidez y sigilo, se fue a
pedir ayuda a sus hermanas las doncellas-cisne y a los vientos, conque los
vientos en un instante trasladaron la montaña hasta la colina de cristal. Al
ponerse el sol, el hijo del zar se despertó y vio que ya se habían llevado la
montaña, así que cogió el pico y la azada y se fue a buscar a la abuela. Cuando
llegó cerca de la cabaña, empezó a gritar:
-¡Buenas noches, abuela! ¿Está
preparada la cena?
-¿Has terminado tu tarea,
servidor? -preguntó la abuela.
-Pues claro -chilló el hijo del
zar-, así que dame en seguida la cena, sabes que estoy hambriento y hasta a ti
te comería.
Se extrañó la vieja y rápidamente
le dio de cenar.
A la mañana siguiente le dice la
vieja:
-Servidor, hoy irás a aquella
montaña y talarás todos los árboles que hay en ella, después cortarás la madera
y la apilarás en montones.
Se echó el servidor el hacha al
hombro y se fue al bosque. Clic, clac, con un gran esfuerzo, al mediodía
llevaba cortados tres árboles. Se sentó en un tronco y empezó a lamentarse y a
suspirar. ¿Cómo iba a talar todos los árboles antes del anochecer? Al mediodía
de nuevo el niño le llevó el almuerzo, como el día anterior, pero el hijo del
zar lo mandó a casa diciéndole:
-No quiero lo que me traes.
Al poco, hete allí a su mujer que
le trae el almuerzo, al verlo tan pensativo y preocupado, le dice:
-No te inquietes. Almuerza, vete
a dormir, a la noche ve a la cabaña y haz lo mismo que ayer.
Almorzó el hijo del zar, se tumbó
y se durmió, otra vez a hurtadillas reunió su mujer a las
doncellas-cisne y pidió a los vientos que talaran el bosque. En un santiamén
los vientos habían terminado, entonces las doncellas cortaron la leña y la
apilaron en montones. Al ponerse el sol se levantó el hijo del zar y, cuando
vio que todo el bosque había sido talado, se echó el hacha al hombro y se fue a
la cabaña. Al llegar, gritó furioso:
-¡Buenas noches, abuela! ¿Está
lista la cena?
-¿Has terminado tu tarea,
servidor? -preguntó la vieja.
-Pues claro -gritó el hijo del
zar-, conque dame en seguida la cena, sabes que estoy hambriento y hasta a ti
te devoraría.
Se apresuró la vieja y
rápidamente le dio la cena.
El tercer día ordenó la vieja al
hijo del zar:
-Hoy, sirviente, segarás aquel
sembrado, trillarás y aventarás el trigo y molerás el grano para que con la
harina te pueda amasar una hogaza para el camino.
El servidor cogió la hoz y se fue
al sembrado. Hacia el mediodía de nuevo fue el niño a llevarle el almuerzo,
pero le hizo volverse por donde había venido. Llegó su mujer con el almuerzo.
Comió y se tumbó a dormir. Mientras, su mujer reunió a todas las
doncellas-cisne, segaron y amontonaron la parva, después pidieron a los vientos
que se lo trillaran. Llegaron los vientos a la era y en un santiamén estaba
todo trillado, luego lo aventaron, hicieron un molino de viento y molieron el
grano. Cuando a la tarde se puso el sol, se levantó el hijo del zar y se fue a
ver a la vieja.
-¡Buenas noches, abuela! -le
gritó furioso-. Ya te he terminado la tercera prueba. Conque manda a las
doncellas que traigan la harina y amasa una gran hogaza.
La vieja se asustó mucho, hizo
sonar el cuerno, reunió a las doncellas-cisne y les ordenó que trajeran la
harina y amasaran una hogaza. La mujer del hijo del zar le hizo una señal con
la mano y le dijo:
-Esta noche la vieja te va a
encerrar en una cuadra. Allí habrá caballos, bueyes y gente. Todos ellos te van
a atacar, pero no tengas miedo de nada. Pégalos tú también a ellos y grita.
Cuando terminaron de cenar, la
vieja llamó al hijo del zar y le dijo:
-Una cosa más. Esta noche me
vigilarás el ganado, como desaparezca alguno, perderás la cabeza, si me los
cuidas bien tendrás tu hogaza para el camino y un caballo, así que te podrás
llevar a tu doncella-cisne.
Conque se marchó a la cuadra. A
eso de la medianoche todos se pusieron a atacarlo, los bueyes y los caballos y
la gente: mugidos, relinchos, gritos. Ellos le chillaban a él y él aún más
fuerte a ellos. Así se estuvieron peleando durante más de una hora, luego se
apartaron.
En cuanto amaneció se fue el hijo
del zar delante de la cabaña y empezó a gritar y a vocear a la vieja, que no
quería abrir la puerta. Estaba asustada pensando: «No llega a la hora
prevista, de modo que éste es más fuerte y tiene peor genio que yo. Mejor que
le deje marchar, no vaya a ser que me mate,. Así que le abrió la
puerta. El hijo del zar le gritó:
-¿Has cocido ya la hogaza?
Y la vieja, temblando de miedo,
contestó:
-Sí, la he cocido.
-Pues déjame marchar -le gritó el
hijo del zar aún más furioso. La vieja fue a la cabaña a por la hogaza,
entonces se le aproximó su mujer y le dijo:
-Ahora la vieja te va a mostrar
muchos caballos hermosos y fuertes, también otros feos y pequeñajos, tú escoge
para nosotros los dos más feos.
Volvió la vieja trayendo la
hogaza y unos caballos que colocó frente a él.
-Aquí tienes -dice la vieja-,
escoge los que quieras, uno para ti y otro para tu mujer.
El hijo del zar escogió los dos
caballos de peor aspecto que, por cierto, eran caballos alados. Montaron en los
caballos, cogieron la hogaza y se fueron a casa volando. Después vivieron
felices en su reino por muchos años.
090. Anónimo (balcanes)
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