Un día de verano,
Kajortoq, la zorra roja, dejó su camada de cachorros en la madriguera y salió a
buscar algo que comer. En una vasta llanura encontró a Aklaq, el oso pardo, y
dijo:
-Primo, ¡cuánto tiempo
hace que no te veo! ¿Qué es de ti?
-Tengo hambre -respondió
Aklaq.
-Yo también. De veras
-dijo Kajortoq-. Vamos a cazar juntos. Tú vas por este camino y yo por aquél.
-Por este camino no hay
más que perdices blancas -se quejó Aklaq-, y me tienen miedo. Cada vez que me
acerco, salen volando.
-Para mí es fácil
cogerlas -observó la zorra-. Pero -añadió-, yo tengo miedo a los hombres.
-Yo no tengo miedo a los
hombres -dijo Aklaq-, pero soy incapaz de cazar perdices, blancas.
-En ese caso -declaró
Kajortoq-, espérame aquí; voy a cogerte algunas perdices. No tardaré mucho.
Aklaq esperó y Kajortoq
pronto volvió con unas cuantas perdices. El oso pardo estaba contentísimo y dio
las gracias a su compañera una y otra vez. Tenía mucha hambre y se comió las
perdices en seguida. Cuando hubo terminado, dijo:
-Has sido muy amable en
traerme algunas perdices. A cambio, yo ahora te traeré un hombre. Espérame
aquí.
Kajortoq esperó, pero el
oso tardó mucho en volver, y cuando llegó, no llevaba ningún hombre. En lugar
de eso, se tambaleaba al andar; perdía sangre, y el suelo estaba rojo detrás de
él. Un hombre le había disparado una flecha y le había herido en un costado. La
flecha se había roto y la punta quedó hincada en la carne.
Kajortoq se compadeció:
-Primo, lo siento por ti.
Déjame que te cuide.
Kajortoq construyó un
hogar de piedra, encendió una hoguera y calentó algunas piedras.
-Tiéndete aquí -le dijo
al oso-. Estira las piernas, y no te muevas aunque te haga daño. Si te sacudes,
morirás, porque no podré sacar la flecha.
El oso se tendió en el
suelo. La zorra cogió de la hoguera una piedra al rojo y la aplicó a la herida
apretando cada vez más contra ella. Aklaq gemía y aullaba de dolor, pero pronto
cesaron los aullidos. Estaba muerto.
Kajortoq se alzó sobre
sus patas traseras y bailó encima del oso riéndose en voz alta:
-De esto puedo estar
orgullosa. Nadie más que yo ha podido hacerlo. Tengo comida suficiente para
mucho tiempo.
La zorra no volvió a su
cubil, sino que permaneció aquí todo el verano comiendo la carne del oso.
Cuando llegó el invierno
se había quedado sin provisiones. Ya se había comido todo el oso; no quedaban
más que los huesos. Los amontonó y los quemó debajo de unas piedras.
Un rato después vio a
Amaroq, el lobo, que avanzaba hacia ella, y fue a su encuentro.
-¿Cómo estás, primo?
-No demasiado bien
-respondió Amaroq, tengo mucha hambre.
-Ten confianza en mi
-dijo Kajortoq-. Te enseñaré lo que tienes que hacer para conseguir alguna
comida. ¿Ves ese río frente a nosotros?
Señaló un río cercano
cubierto con una delgada capa de hielo. En algunos sitios podía verse el agua
por los agujeros del hielo.
-Vete allí -sugirió
Kajortoq-. Intenta coger algunas truchas. Voy a hacerte un anzuelo. Todo cuanto
tienes que hacer es sentarte junto al agujero, atar el anzuelo a la cola y
dejarla bajar al fondo. Quédate sentado y no te muevas hasta que se ponga el
sol. Entonces tiras del anzuelo. Habrá una trucha atrapada en él. Créame, así
es como yo pesqué las mías.
El lobo se sentó junto al
agujero sin moverse. Mientras tanto, la zorra roja echó a andar por la orilla
diciendo que iba a buscar algo que comer. Pero, en lugar de eso, se escondió
detrás de una peque-ña colina a observar al lobo, pero con cuidado de que él no
la viera. Amaroq se quedó todo el día donde estaba, esperando confiado los
resultados de la pesca. Pero cuando el sol llegó al oeste se dio cuenta de que
no había cogido nada. Indignado, gruñó:
-Kajortoq me mintió. ¡Voy
a perseguirla y a comérmela!
Intentó levantarse, pero
su cola estaba atascada en el hielo. Tiró de ella una y otra vez, hasta que, de
repente, salió; la cola se había partido. Espumajeando de ira y sangrando
profusamente, el lobo rastreó la llanura tras las huellas de Kajortoq. Pero la
zorra se había escondido en su cubil.
El lobo no tardó en descubrir
su madriguera y se puso a gritar:
-¡Sal de tu agujero para
que te pueda comer!
-¿Qué dices? -respondió
Kajortoq sacando la cabeza de su cubil para mirar. Al hacerlo, con un ojo
cerrado, ladeó la cabeza-. Nunca te había visto. ¿Qué quieres?
-Hoy me has engañado y me
he quedado sin cola. ¡Ahora voy a comerte!
-Yo no sé nada de eso
-replicó Kajortoq saliendo de su agujero-. ¿Has preguntado a esa zorra roja de
allí? Debe haber sido ella. He oído pasar a alguien por mi puerta hace un
ratito.
El lobo se marchó
impaciente para ir tras la otra zorra roja. Kajortoq vio cómo se iba y siguió
mirando hasta que el lobo sucumbió a su herida. A la mañana siguiente, después
de haber perdido toda la sangre, Amaroq estaba muerto. Kajortoq se alzó sobre
sus patas traseras y empezó a bailar dando vueltas alrededor de él.
-Puedo alardear de esto.
Nadie más que yo pudo hacerlo.
Vivió del lobo todo el
invierno. Cuando hubo comido toda la carne, apiló los huesos y se fue a otra
parte en busca de comida.
Un día vio yendo hacia
ella una osa parda que parecía más grande y más aterrorizante que cualquier
otro oso que Kajortoq hubiera visto. La osa se dirigió a la zorra de mal humor.
-¿Conocías a mi hijo? Se
marchó la primavera pasada a cazar, pero no volvió. He encontrado sus huesos
cerca de esta colina.
-Yo no sé nada de eso
-respondió Kajortoq-. No le he visto. Voy a ir contigo y así podrás enseñarme
dónde están sus huesos.
Se marcharon juntas. La
zorra reconoció el sitio donde había matado a Aklaq. Al ver que la osa lloraba,
aparentó estar muy triste.
-Las lágrimas no te van a
servir de nada -dijo a la osa madre-. Creo que sé quién mató a tu hijo.
Espérame aquí un rato.
Kajortoq subió a la cima
de la colina. Desde esta posición privile-giada miró en todas direcciones y vio
otro oso pardo. Volvió rápida-mente junto a la osa y dijo:
-El que mató a tu hijo
está allí al otro lado. Vete a atacarle. Es grande y fuerte, pero yo te
ayudaré.
Mientras los osos
luchaban, Kajortoq saltaba alrededor aparentan-do ayudar. En realidad, no hacía
más que salpicarse de sangre el pelo. Final-mente, la osa mató al otro oso. Se
volvió hacia la zorra y le dijo agradecida:
-Me has ayudado. Gracias.
Llévate toda la carne. Yo estoy can-sada y herida y no quiero nada.
La osa se puso en camino
hacia su madriguera, pero murió a causa de sus heridas antes de perderse de
vista. Kajortoq volvió a bailar de alegría. Estaba contenta; los dos osos le
proporcionarían carne suficiente para mucho tiempo.
Fuente: Maurice Metayer
036. Anónimo (esquimal)
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