Había un pescador que una vez
durante tres días seguidos no pudo coger nada más en su red que una anguila
por día. El tercer día, al coger la tercera anguila, se enfadó y dijo:
-Que se lleve el diablo una pesca
tan mala, que no se coge al día más que una anguila.
En eso se puso a hablar una de
las tres anguilas y dijo:
-No maldigas así, pobre hombre;
tú no sabes lo que has cogido; has atrapado una enorme fortuna; sólo tienes que
matar a una de nosotras tres y hacerla en cuatro partes, una se la das a comer
a tu mujer, otra a la perra, otra a la yegua y la cuarta la entierras encima de
la casa; entonces tu mujer te dará dos hijos gemelos, la perra te parirá dos
cachorros, la yegua dos potros y encima de la casa te brotarán dos sables de
oro.
Obedeció el pescador a la anguila
e hizo todo lo que ella le había dicho y todo se le cumplió al primer año:
parió su mujer dos gemelos, la perra dos galgos, la yegua dos potros y encima
de la casa le brotaron dos sables.
Cuando los hijos se hicieron
mozos, uno de ellos dijo a su padre:
-Padre, veo que eres un hombre
pobre y que no nos puedes dar de comer, así que voy a coger un caballo, un
perro y un sable y me voy por el mundo; soy joven, aún estoy verde, allá donde
me hallo está mi sustento.
Tras hablar con el padre se fue a
su hermano y le dijo:
-¡Adiós, hermano! Me voy por el
mundo, cuida de la casa y saca provecho a tu trabajo, respeta a padre; toma
este frasquito lleno de agua, llévalo siempre contigo y, cuando veas que se
enturbia el agua, sabrás que he muerto.
Dicho esto, emprendió el camino.
Andando por el mundo llegó a una
gran ciudad y mientras paseaba por ella lo vio la hija del zar que se enamoró
perdidamente de él y le dijo a su padre, el zar, que lo invitara a casa, el
padre accedió.
Cuando el joven entró en el
palacio del zar y cuando la doncella lo miró mejor y vio el sable, el perro y
el caballo, y que todos eran de lo mejorcito del mundo, entonces se enamoró aún
más y le dijo a su padre:
-Padre, yo quiero casarme con
este joven.
No tuvo inconveniente el zar ni
al joven le pareció mal, conque se pusieron de acuerdo y se casaron como Dios
manda.
Una tarde, mirando con su mujer
por la ventana, vio no muy lejos de la casa una montaña grande que ardía en
medio de enormes llamas; preguntó a su mujer qué era aquello y ella le
respondió:
-¡No me preguntes, mi señor!
Aquélla es una montaña prodigiosa que durante el día relampaguea y durante la
noche arde y el que a ella se acerca para verla, al instante se queda mudo y no
puede moverse del sitio.
No quiso escucharla, se montó en
su caballo, se ciñó el sable, se llevó su perro y se marchó a la montaña. Al
llegar a la montaña vio sentada en una peña a una vieja que tenía un
bastón en una mano y unas hierbas en la otra. En cuanto vio a la vieja le
preguntó por qué aquella montaña era así y ella le dijo que se acercara y se
enteraría. Se acercó y la vieja lo condujo a un patio cercado por huesos de
hombres valerosos y todo el patio estaba lleno de gente muda e inmóvil. Apenas
hubo entrado en el patio, él y su caballo y su perro se quedaron mudos y
petrificados en el sitio en donde se encon-traban.
En aquel mismo momento a su
hermano se le enturbió el agua del frasquito, conque anunció a sus padres que
su hermano, el hijo de ellos, estaba muerto y que se iba a buscarlo; de un
lugar a otro, de ciudad en ciudad, hasta que lo llevó la suerte a la misma
ciudad y delante del palacio del zar. Al verlo, el zar fue a darle las albricias
a su hija y le dijo:
-¡Aquí tienes a tu marido!
Salió corriendo y, al ver a su
cuñado, que era igualito que su hermano -como las dos mitades de una naranja-
y viendo el mismo caballo, el mismo perro, el mismo sable, se le acercaron los
dos, el zar y la hija, empezaron a besarlo y se lo llevaron a casa pensando el
zar que era su yerno y la hija que era su marido. El mozo se extrañó de tantos
amores, luego se acordó de que lo estaban tomando por su hermano y empezó a
comportarse como si fuera el marido de ella y yerno del zar.
Cuando llegó la noche se fueron a
acostar y la mujer creyéndolo su marido lo llamó para que se acostara con ella,
pero él, en cuanto que se acostó, sacó el sable y lo puso en medio de los dos.
Ella le preguntaba sorprendida qué le pasaba y él le dijo que se le había ido
el sueño, se levantó y se asomó a la ventana, entonces vio aquella montaña
prodigiosa y preguntó:
-Pero, dime, esposa mía, ¿por qué
está ardiendo esa montaña?
Ella le respondió:
-Por Dios, ¿no te dije la otra
noche lo de la montaña?
-¿Cómo era? -insistió él, y ella
le respondió:
-Que el que va allí se queda mudo
e inmóvil, y bien asustada que estaba pensando que te habías ido allí.
Al oírlo él, se acordó de lo que
había pasado y estaba impaciente por que llegara el día. Cuando amaneció, se
montó en su caballo, se ciñó el sable, se llevó el perro y se puso en camino
hacia la montaña; al ver a la vieja sacó el sable, la embistió con el caballo y
le azuzó el perro sin decir ni una sola palabra. La vieja se asustó y gritaba
que no la matase.
-¡Suelta a mi hermano! -gritaba
él.
Entonces la vieja le llevó a su
hermano y le devolvió el habla y el alma.
Cuando los hermanos se
encontraron y por su salud se preguntaron, luego a casa se marcharon. En el
camino, el hermano que había estado petrificado dijo:
-¡Ah!, hermano, por amor de Dios,
juntemos nuestras fuerzas para salvar a aquella gente que está hechizada como
lo estaba yo.
Así lo hicieron: entre los dos
cogieron a la vieja, le quitaron la hierba y se pusieron a frotársela a
aquella gente hasta que todos empezaron a hablar y a moverse. Cuando
devolvieron la vida a todos los que allí estaban hechizados, mataron a la
vieja, los dos hermanos se fueron a casa del zar y los otros a las suyas.
¡La mentira oída, la mentira
contada y tu fatiga aliviada!
090. Anónimo (balcanes)
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