Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

El perro y la niña


Hace mucho tiempo la enfermedad azotó a varias familias que vivían juntas. Mucha gente murió. Entre las víctimas estaba una pareja. Su joven hija no murió, pero quedó sola en el mundo con su perro.
Los demás supervivientes, temerosos de la tragedia que había acabado con sus compañeros, se marcharon de la zona, abandonando a la joven huérfana, que se encontró privada de toda ayuda. Sola con su perro, eran dos seres solitarios en una tierra vacía.
Sin saber qué hacer, la niña y el perro se marcharon del poblado. Vagaron solitarios, y no tardaron en perderse, lejos de cualquier lu-gar habitado. Pero finalmente tropezaron con un iglú, muy pequeñito, que pudieron usar como refugio.
Una vez instalados dentro, la niña se buscó sitio cerca de la lám-para de grasa. Frente a ella, al otro lado de la habitación, preparó una cama para el perro. Allí se quedarían.
Durante los días que siguieron, cuando el tiempo era agradable y no había peligro de pasar frío, los dos cazaron piezas pequeñas. Cogieron perdices, marmotas y pájaros para comer. Como no tenían armas, debían conformarse con esto. Los animales más grandes, como el caribú, había que olvidarlos. De esta manera la niña y su perro lograron sobrevivir en el inhóspito desierto helado.
Una noche el perro enfermó. Aparentemente tenía fiebre. La transpiración de su cuerpo le congeló la piel, cubriéndolo de escarcha y carámbanos. Al despertar, la niña encontró el perro en un estado lamentable. ¿Qué le había pasado? Tembló al pensar que pudiera estar muy enfermo y quizá morirse. Desesperada, hizo subir al perro a su cama, donde intentó secarle el pelo. A pesar de sus cuidados, el estado del perro empeoraba. Parecía que iba a morir congelado.
De repente, el perro se levantó y dijo con voz triste y desalen-tada:
-Mañana vendrá por ti un oso blanco. Quiere que seas su esposa.
Diciendo esto, el perro cayó en un profundo sueño.
Al día siguiente, algo recuperado después de descansar, el perro habló otra vez:
-Mira hacia el norte. Es de allí de donde vendrá el oso blanco.
Durante el día, la niña salió varias veces del iglú a otear el horizonte norte. Ya tarde, la niña volvió al iglú diciendo:
-¡Le he visto!
Al oír esto, el perro le dijo que fuera a preparar la comida para el visitante. Lo preparó todo rápidamente y luego salió fuera a ver cómo se acercaba el oso. Entró de nuevo en el iglú para decirle al perro que pronto llegaría el oso. Sin vacilar, el perro le dio nuevas instrucciones:
-Siéntate junto a la puerta. Cuando el oso termine de comer, te dirá que te quiere. Finge que le escuchas con atención. Luego, cuan-do yo te haga una señal, sal corriendo.
Apenas había terminado de hablar el perro, entró el oso. La chica se dispuso a servirle la comida y luego fue a sentarse a la puerta. Cuando terminó de comer, el oso dijo:
-He venido a llevarme a la chica para que sea mi esposa.
El perro contestó:
-Si te la llevas, ¿qué va a ser de mí? Es la única que puede cazar para mí en este sitio donde no vive nadie.
-Si es necesario te mataré, porque la chica se viene conmigo -respondió el oso.
En ese momento el perro hizo una señal y, al verla, la chica salió del iglú. Una vez fuera se quedó cerca de la entrada escuchando el ruido de la pelea que tenía lugar dentro. Tan pronto como se apagó el ruido echó un vistazo dentro. Lo primero que pensó es que el perro, que estaba tan débil por su extraña enfermedad, estaría muerto. Para sorpresa suya, el perro estaba vivo. ¡Había matado al oso!
La chica y su perro estaban muy contentos. Ahora no sólo había comida de sobra, sino que, mejor aún, el perro recobró la salud.
Su piel no tardó en brillar como antes. En los días que siguieron, los dos reanudaron su costumbre de ir a dar paseos y coger los pequeños animales que estaban a su alcance.
Poco después, este agradable paréntesis se interrumpió y el perro enfermó de nuevo. Su piel perdía brillo. La fiebre y la delgadez le redujeron a un estado de debilidad. Una vez más su compañera procuró reconfortarle y cuidarle. La enfermedad del perro no hacía sino agravarse. Se estaba volviendo piel y huesos.
Cuando estaba muy grave, el perro dijo:
-Dos osos blancos van a venir por ti. Llegarán mañana del norte. Tienes que hacerles algo de comer y luego seguir mis instrucciones como antes.
Al día siguiente, la chica hizo lo que el perro le había dicho. Todo estaba listo cuando los osos entraron en el iglú. La comida estaba servida en la mesa delante de ellos. Mientras comían, la chica fue a sentarse cerca de la puerta.
Cuando terminaron de comer, uno de los osos dijo:
-Hemos venido a buscar la chica.
Sin molestarse en levantar la cabeza, el perro contestó:
-Si os la lleváis, ¿qué va a ser de mí? Es la única compañía que tengo en esta tierra vacía.
-No importa -contestó el otro oso-. Nos la llevaremos incluso si para ello hay que matarte y, como somos dos, no esperamos que haya ningún problema.
Al oír esta respuesta, el perro miró a la chica y le hizo una seña. Inmediatamente, ella salió. Entonces estalló una gran pelea entre los dos osos y el perro. Durante un tiempo, que parecía larguísimo, la batalla fue encarnizada. Al principio la chica podía oír ladrar a su compañero, pero el ruido de la pelea hacía imposible saber qué pasaba dentro. La chica esperaba.
Cuando todo estuvo tranquilo, asomó la cabeza al iglú para ver cuál había sido el resultado de la lucha. Para su sorpresa, los dos osos estaban muertos. Allí quedaba su perro, vencedor por segunda vez. Su regocijo fue grande. El perro recobró la salud y la cantidad de carne fresca era tal como no habían visto nunca hasta entonces.
La chica entendió ahora las razones de las enfermedades periódicas de su perro. Cada vez que notaba peligro perdía peso a propósito, para hacerse más resistente. Aunque aparentaba encontrarse muy mal, en realidad estaba en forma para luchar.
Se reanudó la vida normal. Cuando se hacía necesario, cogían perdices y marmotas para comer. El tiempo era espléndido. La chica y su perro eran felices. Desgraciadamente, su alegría no duró mucho; el perro se puso gravemente enfermo otra vez.
Esta vez la chica sabía que algún peligro estaba a punto de acecharles. Trató en vano de cuidar a su compañero para que sanase. Nada daba resultado. La muerte parecía segura. Cuando el fin aparentaba estar cercano, el perro reunió las pocas fuerzas que tenía y le dijo a la chica.
-Mañana vendrán tres osos por ti. En mi débil estado, yo no sé si voy a poder protegerte. Lo intentaré. Tú y yo hemos sufrido juntos muchas calamidades. Desde que la gente nos abandonó como basura, hemos tenido que luchar por vivir. Un oso, o dos osos he podido con ellos. Tres osos... No sé, pero no puedo dejarte ahora. Después de decir estas palabras, se quedó dormido.
La chica hizo lo mismo que había hecho anteriormente. La comida estaba preparada. Llegaron tres osos y, mientras comían, la chica se colocó junto a la puerta. Mientras tanto, el perro se acurrucó en un rincón fingiendo estar dormido.
Los osos estaban muy confiados. Alargaron la comida. Había mucho tiempo. Cuando hubieron terminado, anunciaron que habían ido a buscar a la chica. Al oír esto, el perro protestó:
-¿Y yo qué? No me podéis dejar solo aquí. Necesito la ayuda de mi compañera.
-Eso no nos preocupa -contestaron los osos-. Somos tres, te mataremos y luego nos llevaremos a la chica.
El perro hizo una seña a la chica poniéndose en pie de un salto. La joven salió, mientras pensaba:
-¿Qué posibilidades de vencer tendrá ahora mi pobre perro?
La batalla que siguió fue muy enconada. Finalmente terminó. Casi sin atreverse a mirar dentro, la chica entró en el iglú.
¿Y qué vio, sino tres osos yaciendo muertos en el suelo? No daba crédito a sus ojos. En esta lucha el perro había ganado su mayor batalla. Nunca más el peligro amenazó a estas dos criaturas solitarias. Vivieron pacífica y tranquila-mente en su casa del desierto hasta el fin de sus vidas.

Fuente: Maurice Metayer

036. Anónimo (esquimal)

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