Hace mucho tiempo la
enfermedad azotó a varias familias que vivían juntas. Mucha gente murió. Entre
las víctimas estaba una pareja. Su joven hija no murió, pero quedó sola en el
mundo con su perro.
Los demás supervivientes,
temerosos de la tragedia que había acabado con sus compañeros, se marcharon de
la zona, abandonando a la joven huérfana, que se encontró privada de toda
ayuda. Sola con su perro, eran dos seres solitarios en una tierra vacía.
Sin saber qué hacer, la
niña y el perro se marcharon del poblado. Vagaron solitarios, y no tardaron en
perderse, lejos de cualquier lu-gar habitado. Pero finalmente tropezaron con un
iglú, muy pequeñito, que pudieron usar como refugio.
Una vez instalados
dentro, la niña se buscó sitio cerca de la lám-para de grasa. Frente a ella, al
otro lado de la habitación, preparó una cama para el perro. Allí se quedarían.
Durante los días que
siguieron, cuando el tiempo era agradable y no había peligro de pasar frío, los
dos cazaron piezas pequeñas. Cogieron perdices, marmotas y pájaros para comer.
Como no tenían armas, debían conformarse con esto. Los animales más grandes,
como el caribú, había que olvidarlos. De esta manera la niña y su perro
lograron sobrevivir en el inhóspito desierto helado.
Una noche el perro
enfermó. Aparentemente tenía fiebre. La transpiración de su cuerpo le congeló
la piel, cubriéndolo de escarcha y carámbanos. Al despertar, la niña encontró
el perro en un estado lamentable. ¿Qué le había pasado? Tembló al pensar que
pudiera estar muy enfermo y quizá morirse. Desesperada, hizo subir al perro a
su cama, donde intentó secarle el pelo. A pesar de sus cuidados, el estado del
perro empeoraba. Parecía que iba a morir congelado.
De repente, el perro se
levantó y dijo con voz triste y desalen-tada:
-Mañana vendrá por ti un
oso blanco. Quiere que seas su esposa.
Diciendo esto, el perro
cayó en un profundo sueño.
Al día siguiente, algo
recuperado después de descansar, el perro habló otra vez:
-Mira hacia el norte. Es
de allí de donde vendrá el oso blanco.
Durante el día, la niña
salió varias veces del iglú a otear el horizonte norte. Ya tarde, la niña
volvió al iglú diciendo:
-¡Le he visto!
Al oír esto, el perro le
dijo que fuera a preparar la comida para el visitante. Lo preparó todo
rápidamente y luego salió fuera a ver cómo se acercaba el oso. Entró de nuevo
en el iglú para decirle al perro que pronto llegaría el oso. Sin vacilar, el
perro le dio nuevas instrucciones:
-Siéntate junto a la
puerta. Cuando el oso termine de comer, te dirá que te quiere. Finge que le
escuchas con atención. Luego, cuan-do yo te haga una señal, sal corriendo.
Apenas había terminado de
hablar el perro, entró el oso. La chica se dispuso a servirle la comida y luego
fue a sentarse a la puerta. Cuando terminó de comer, el oso dijo:
-He venido a llevarme a
la chica para que sea mi esposa.
El perro contestó:
-Si te la llevas, ¿qué va
a ser de mí? Es la única que puede cazar para mí en este sitio donde no vive
nadie.
-Si es necesario te
mataré, porque la chica se viene conmigo -respondió el oso.
En ese momento el perro
hizo una señal y, al verla, la chica salió del iglú. Una vez fuera se quedó
cerca de la entrada escuchando el ruido de la pelea que tenía lugar dentro. Tan
pronto como se apagó el ruido echó un vistazo dentro. Lo primero que pensó es
que el perro, que estaba tan débil por su extraña enfermedad, estaría muerto.
Para sorpresa suya, el perro estaba vivo. ¡Había matado al oso!
La chica y su perro
estaban muy contentos. Ahora no sólo había comida de sobra, sino que, mejor
aún, el perro recobró la salud.
Su piel no tardó en
brillar como antes. En los días que siguieron, los dos reanudaron su costumbre
de ir a dar paseos y coger los pequeños animales que estaban a su alcance.
Poco después, este
agradable paréntesis se interrumpió y el perro enfermó de nuevo. Su piel perdía
brillo. La fiebre y la delgadez le redujeron a un estado de debilidad. Una vez
más su compañera procuró reconfortarle y cuidarle. La enfermedad del perro no
hacía sino agravarse. Se estaba volviendo piel y huesos.
Cuando estaba muy grave,
el perro dijo:
-Dos osos blancos van a
venir por ti. Llegarán mañana del norte. Tienes que hacerles algo de comer y
luego seguir mis instrucciones como antes.
Al día siguiente, la
chica hizo lo que el perro le había dicho. Todo estaba listo cuando los osos
entraron en el iglú. La comida estaba servida en la mesa delante de ellos.
Mientras comían, la chica fue a sentarse cerca de la puerta.
Cuando terminaron de
comer, uno de los osos dijo:
-Hemos venido a buscar la
chica.
Sin molestarse en
levantar la cabeza, el perro contestó:
-Si os la lleváis, ¿qué
va a ser de mí? Es la única compañía que tengo en esta tierra vacía.
-No importa -contestó el
otro oso-. Nos la llevaremos incluso si para ello hay que matarte y, como somos
dos, no esperamos que haya ningún problema.
Al oír esta respuesta, el
perro miró a la chica y le hizo una seña. Inmediatamente, ella salió. Entonces
estalló una gran pelea entre los dos osos y el perro. Durante un tiempo, que
parecía larguísimo, la batalla fue encarnizada. Al principio la chica podía oír
ladrar a su compañero, pero el ruido de la pelea hacía imposible saber qué
pasaba dentro. La chica esperaba.
Cuando todo estuvo
tranquilo, asomó la cabeza al iglú para ver cuál había sido el resultado de la
lucha. Para su sorpresa, los dos osos estaban muertos. Allí quedaba su perro,
vencedor por segunda vez. Su regocijo fue grande. El perro recobró la salud y
la cantidad de carne fresca era tal como no habían visto nunca hasta entonces.
La chica entendió ahora
las razones de las enfermedades periódicas de su perro. Cada vez que notaba
peligro perdía peso a propósito, para hacerse más resistente. Aunque aparentaba
encontrarse muy mal, en realidad estaba en forma para luchar.
Se reanudó la vida
normal. Cuando se hacía necesario, cogían perdices y marmotas para comer. El
tiempo era espléndido. La chica y su perro eran felices. Desgraciadamente, su
alegría no duró mucho; el perro se puso gravemente enfermo otra vez.
Esta vez la chica sabía
que algún peligro estaba a punto de acecharles. Trató en vano de cuidar a su
compañero para que sanase. Nada daba resultado. La muerte parecía segura.
Cuando el fin aparentaba estar cercano, el perro reunió las pocas fuerzas que
tenía y le dijo a la chica.
-Mañana vendrán tres osos
por ti. En mi débil estado, yo no sé si voy a poder protegerte. Lo intentaré.
Tú y yo hemos sufrido juntos muchas calamidades. Desde que la gente nos
abandonó como basura, hemos tenido que luchar por vivir. Un oso, o dos osos he
podido con ellos. Tres osos... No sé, pero no puedo dejarte ahora. Después de
decir estas palabras, se quedó dormido.
La chica hizo lo mismo
que había hecho anteriormente. La comida estaba preparada. Llegaron tres osos
y, mientras comían, la chica se colocó junto a la puerta. Mientras tanto, el
perro se acurrucó en un rincón fingiendo estar dormido.
Los osos estaban muy
confiados. Alargaron la comida. Había mucho tiempo. Cuando hubieron terminado,
anunciaron que habían ido a buscar a la chica. Al oír esto, el perro protestó:
-¿Y yo qué? No me podéis
dejar solo aquí. Necesito la ayuda de mi compañera.
-Eso no nos preocupa
-contestaron los osos-. Somos tres, te mataremos y luego nos llevaremos a la
chica.
El perro hizo una seña a
la chica poniéndose en pie de un salto. La joven salió, mientras pensaba:
-¿Qué posibilidades de
vencer tendrá ahora mi pobre perro?
La batalla que siguió fue
muy enconada. Finalmente terminó. Casi sin atreverse a mirar dentro, la chica
entró en el iglú.
¿Y qué vio, sino tres osos
yaciendo muertos en el suelo? No daba crédito a sus ojos. En esta lucha el
perro había ganado su mayor batalla. Nunca más el peligro amenazó a estas dos
criaturas solitarias. Vivieron pacífica y tranquila-mente en su casa del
desierto hasta el fin de sus vidas.
Fuente: Maurice Metayer
036. Anónimo (esquimal)
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