El
zorro quería silbar como silba la perdiz porque le gustaba mucho ese
silbido. Ensayaba, pero no le salía ni parecido a un silbido el
grito. Sólo le salía cuac, cuac.
Entonce
decidió hablar a la perdiz para que le enseñara. Entonce la trató
de comadre, y la atajó un día, y le dice:
-Yo
quiero, comadre, aprender a silbar como usté. Yo quiero que me
enseñe su silbido porque es el mejor que he óido en toda mi vida.
Entonce
le dice la perdiz:
-Usté
no va a poder aprender a silbar porque tiene la boca muy grande,
compadre.
-Y
entonce, ¿qué puedo hacer?
-En
la única forma que va a poder silbar es si se cose la boca.
Entonce,
él dice:
Entonce
la perdiz se sacó una plumita dura de una ala y con una raíz se la
cosió. Le dejó un agujerito no más. Entonce le dijo que hiciera la
prueba de silbar. Y él hizo la prueba y le salió un silbido fino
que lo puso muy contento. Entonce la perdí le dijo:
-Compadre,
tiene que seguir silbando muchas veces hasta que le salga bien el
silbido, porque a mí me costó mucho aprender.
Despué
se despidieron. Entonce la perdí 'taba escondida por áhi y se voló
y le pasó rozando la cabeza al zorro. Entonce el zorro que 'tá
acostumbrado a cazar, la quiso cazar sin acordarse que 'taba con la
boca cosida. Abrió la boca y se le descosió y se le rompió un
poco. Y por eso le quedó hasta ahora la boca rajada y muy grande.
Rosa
Mansilla, 30 años. San Genaro Norte. Estancia La Lolilla. San
Javier. Santa Fe, 1961.
Campesina.
Ha concurrido a la escuela primaria.
Cuento
707 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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