Cuando
Dios creyó oportuno, mandó a San Pedro, como hombre de confianza,
quien hacía las veces de capataz y los angelitos del cielo quienes
hacían de peones, que vinieran a la tierra. Los mandó que reunieran
a todos los seres que habitaban en la tierra, porque hasta ese
momento todos eran irracionales, no tenían razón de lo que hacían,
eran inocentes, y cuando estuvieran reunidos los dejaran a los
angelitos cuidandolós, y él fuera al cielo a avisarle a Tata Dios,
y entonces Él vendría. Así fue. Anduvo San Pedro, con los
angelitos, como seis meses hasta que por fin en un punto determinado
reunió a todos estos seres que habitaban la tierra, serpientes,
víboras de todas clases y de todos los tamaños, como así leones,
tigres, panteras, zorros, en fin, todos los animales como vacas,
ovejas, cabras, yeguarizos, asnos, mulares, etc., y también los
seres humanos que se encontraban existiendo en la tierra después que
Adán y Eva comieron la manzana.
Una
vez que San Pedro, cumpliendo las órdenes de Tata Dios, hubo reunido
a todos los habitantes de la tierra, ensilló un azulejo y le pegó
p'al cielo a avisarle a Tata Dios. Los angelitos no dejaban
desparramar el gran rodeo que habían reunido, el que abarcaba
setenta leguas de largo por cincuenta de ancho. Al rato no más Tata
Dios montado en un moro, lindo y ligero el pingo, aunque no era menos
el azulejo de San Pedro. Bueno, la cuestión fue que Tata Dios se
metió en medio del rodeo y les echó un discurso, y les dio a
cada animal un don especial para que pudieran vivir y prestar
utilidad. Ese don lo tenían que conservar todos los animales de su
familia para siempre. Tata Dios le dijo a San Pedro:
-Yo
voy a dar una vuelta y voy a esperar un rato por si hubiera quedado
algún animal sin recibir su don.
Pero
Tata Dios, al rato, viendo que no se presentaba ningún animal a
pedir su don y tenía mucho que hacer, le pegó pal cielo. Más tarde
se le presentó a San Pedro un animal que por zonzo y rezagado se
había quedado sin recibir su don. Entonce San Pedro aprontó su
azulejo y le pegó pal cielo para pedirle por el zorro. Así fue que
cuando Tata Dios iba entrando al cielo San Pedro se le puso a la par
y le dijo lo que sucedía. Tata Dios viendo que no había quedado
ningún don para el zorro, le dijo a San Pedro:
-Vuelvasé
a la tierra y digalés a todos los animales que han recibido su don
que le den un poquito cada uno del don que han recibido a ese
animalito que no estaba presente cuando yo les entregué el don a
todos, porque yo ya no vuelvo a la tierra.
El
animal que había quedado sin recibir el don era el zorro. ¿Sabe por
qué el zorro no había entrado al rodeo? Porque el zorro era
completamente rabón, y es claro, le daba vergüenza que lo vieran
así, porque andaba mostrando todo lo que Dios le había dado.
Cuando
volvió San Pedro a la tierra comunicó la orden a los animales. Cada
uno de los que habían recibido el don le dio un poquito al zorro.
Como eran muchos, el zorro recibió muchas buenas condiciones, y de
zonzo que era, se hizo muy vivo y astuto. Lo único que nadie le dio
cola y seguía siendo rabón.
Una
vez el zorro fue invitado a la fiesta que daba una familia de zorros
para festejar el cumpleaños de la hija, una zorrita joven llamada
Juanita. A pesar de ser rabón el zorro concurrió a la fiesta. Como
todos eran iguales a él nadie podía fijarse en los demás. La
fiesta estuvo muy linda y el zorro se enamoró de la dueña del
cumpleaños. Desde entonces salían todos juntos los de la familia
zorruna a todas partes.
Un
día una familia yeguariza invitó muy especialmente al zorro para
que concurriera con su novia, doña Juanita, como así con los padres
y hermanos de ésta.
El
zorro, al recibir la invitación se puso a meditar cómo podía
presentarse a la fiesta, tapandosé, él y su novia. Como ya era muy
inteligente pensó en que podía pedir prestadas unas colas a otros
animales. Las perdices martinetas tenían entonces colas muy grandes
como los pavos reales. El zorro pensó en pedir colas a esta familia
y se presentó a la casa de un matrimonio de martinetas. Cuando llegó
el zorro, las martinetas no sabían qué hacer, si disparar o hacerse
las que no tenían miedo. Lo cierto es que tenían mucho miedo porque
el zorro prefiere a las perdices para su alimento y las persigue para
cazarlas. El zorro notó el miedo que le tenían y se aprovechó para
hacer su pedido. Dio los buenos días y le dijo al marido:
-Señor
martineto: vengo, amigo, a su casa a pedirle un favor. Sé que en la
Argentina no se niega un favor a nadie.
El
martineto le contestó:
-Vaya
diciendo el favor que necesita, pues, en mi rancho lo que sobra es
voluntá.
-Muy
bien -dijo el zorro, tengo que ir a una
fiesta donde estoy invitado especialmente con mi novia, y como usted
sabe somos rabones y se nos ve todo. Por eso necesito que me preste
la cola suya y la de su señora para taparnos la parte trasera y
evitar que la gente se ría de nosotros. La fiesta va a ser mañana a
la noche y le juro que pasado mañana a la tarde se las devuelvo. No
me tenga desconfianza que soy muy cumplidor.
-Bien
-dijo el martineto, si es así no hay
ningún inconveniente.
El
martineto le arrancó la cola a la señora y la señora se la arrancó
a él. Les costó, claro, mucho dolor. Y entonce le dijo al zorro:
-Aquí
tiene las colas, don Juan, pero a cumplir su palabra, mire que ni
usted ni yo somos chiquitos.
-Pierda
cuidado -dijo el zorro, yo cuando doy mi
palabra la cumplo. Sólo faltaría muriendomé.
Se
fue el zorro con las colas de las martinetas a la casa de la novia
que estaba preparandosé. Se sacaron algunos pelos de la parte
trasera y se pusieron las colas de las martinetas. Las colas les
quedaban muy bien y se fueron a la fiesta. La fiesta duró más de lo
que el zorro había pensado. Con ese motivo se pasaron ocho días y
el zorro no devolvía las colas al matrimonio martineto que había
quedado rabón. Al noveno día se apareció el zorro un momento. El
martineto le había dicho a la esposa, la martineta:
-Mirá,
si hoy no viene don Juan a devolvernos las colas, mañana voy a
buscarlo y adonde lo encuentre lo peleo y se las quitaré.
Estaba
limpiando un trabuco viejo el martineto cuando se presentó el zorro:
-Buenas
tardes -dijo el zorro.
El
martineto apenas le contestó.
Cuando
vio el zorro el enojo del martineto le esplicó cómo había sido la
fiesta y por qué se había demorado en devolver las colas. Y le
dijo:
-Señor
martineto, como lo considero mi mejor amigo, vengo a rogarle me
preste o me alquile las colas por ocho días más porque me voy a
casar a Buenos Aires, y es claro, nos sacaremos una fotografía.
Cuando regresemos yo y mi esposa los ayudaremos en todo lo que
podamos.
Entonce
los martinetos les volvieron a prestar las colas a los zorros.
Se
fue el zorro con la zorrita a casarse a Buenos Aires y en vez de
volver como se esperaba les ocurrió algo que no pensaban. Como no
tenían documentos de identidad fueron deportados a Montevideo. Allí
vivieron en el campo y tuvieron muchos hijos. Los hijos de los zorros
nacieron todos con colas muy grandes, mientras que los martinetos se
quedaron sin colas y tuvieron sus hijos rabones. Las dos familias
cambiaron para siempre: la de los zorros tuvo hermosas colas y la de
las perdices quedó sin colas.
Enrique
Ignacio Nordenston, 67 años.
Neuquén,
1948.
Hacendado
de la región. Es persona de cierta cultura. Ha oído este cuento a
arrieros criollos de la región.
Aarne-Thompson,
Tipo 235.
Cuento
817 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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