Quesque
un día se le antojó al zorro aprender a silbar como la perdiz. Y
que le pidió a la perdiz que le hiciera el gran favor de enseñarle.
Que la perdiz le dijo que se tenía que coser la boca, porque así no
podía silbar. El zorro ha consentido porque tenía muchas ganas de
aprender a silbar finito. Y claro, el grito d'él es tan guaso, que
dice, ¡cuác! ¡cuác!, solamente.
Y
ya consintió el zorro, y la perdiz le cosió la boca y le dejó un
aujerito chiquito. Que el zorro, en lugar de silbido, que hacía
¡chuz! ¡chuz! ¡chuz!, solamente.
-Ya
va dando -que le decía la perdiz. Siga no más probando que ya le va
a salir.
Y
que el zorro probando el silbido se iba por un caminito. Y claro, que
ya se moría di hambre lo que hacía días que no probaba bocáu. Y
va se escuende la perdiz entre unos yuyitos, y junto con lo que va
llegando el zorro se vuela la perdiz. El zorro se sorprende y abre la
boca pa cazarla, y que se le rajó la boca de oreja a oreja. Y ya que
se quedó así pal resto de su vida y no aprendió más a silbar el
zorro.
Prefiterio
Heredia, 54 años. Las Cañas. San Luis, 1949.
Muy
buen narrador.
Cuento
700 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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