Había
una vez un zorro que fue a visitar a una perdiz, y al ver que los
hijos de ésta eran overitos, le preguntó cómo había hecho para
pintarlos de ese color, a lo que ésta contestó que los había
puesto en un horno bien caliente, al mismo tiempo que repetía la
siguiente frase:
-¡Guagua
pinta! ¡Guagua pinta!
El
zorro, ansioso de ver a sus tres hijos overitos, se fue a su casa.
Calentó el horno y los puso a los tres adentro, a la vez que con el
mayor entusiasmo y siguiendo las indicaciones de la perdiz,
pronunciaba la frase aconsejada:
-¡Guagua
pinta! ¡Guagua pinta! ¡Guagua pinta!
Luego
de un instante, cuál no fue su sorpresa al comprobar que sus tres
cachorros, en vez de cambiar de color, se habían carbonizado
por completo con el calor del horno.
Lleno
de ira y con deseos de vengarse, se fue en busca de la perdiz, a la
que encontró muy tranquila. Le dijo furioso:
-¿Por
qué me hiciste matar a mis hijos? ¡Ahora te voy a comer!
A
lo que la perdiz contestó:
-Podés
comerme, pero antes tenés que moler ají y sal para desparramarme
sobre mis alas y en mi pecho para que mi carne te resulte más
sabrosa.
El
zorro en seguida se puso a moler sal y ají y luego lo desparramó en
las alas y en el pecho de la perdiz, como habían convenido, y
en el instante en que abría la boca para comerselá, la perdiz
levantó el vuelo y sacudió las alas con toda ligereza. El ají y la
sal molida le cayeron en los ojos del zorro, que quedó ciego y jamás
pudo vengarse. Mientras la perdiz se iba muy contenta a juntarse con
sus hijitos.
Juan
Tejada, 30 años. Humahuaca. Jujuy, 1952.
Maestro.
Natural de la región. Oyó el cuento desde niño, narrado por todos
los lugareños.
Cuento
712 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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