Para
la madre no hay hijo feo
Dice
que una vez el rey de los pajaritos andaba por cerca di ande tenía
su casa la lechuza. Y la lechuza tenía pichones
grandecitos, que ya andaban fuera del nido. Entonce ella piensa que
sus hijitos 'taban en gran peligro. Entonce resuelve hacerlo compadre
al rey de los pajaritos para que no le coma los pichones.
Bueno...
Agarró, la lechuza, se arregló bien, se puso polvo, se peinó, y se
puso el manto -ése que usaban las señoras di ante y que algunas
todavía lo usan para salir. Bueno... Muy compuesta y arreglada se
fue a la casa del rey de los pajaritos. Y ya llegó, y saludó, y la
hicieron pasar para adentro. Estuvieron conversando y entonce le dice
la lechuza que lo venía a hacer compadre y a decirle que no le vaya
a comer los hijitos, que eran sus ahijaditos.
-Bueno
-dice el rey de los pajaritos, pero, ¿cómo voy a saber yo cuáles
son sus hijitos, comadre?
-Pero,
mire, compadre, es lo más fácil, mis hijitos son los pichones más
bonitos que usté va a ver. No se puede equivocar. Ya quedaron así.
Al
otro día va el rey de los pajaritos y se pone a llamar, como llama
él a los pajaritos para comerlos, con un gritito raro, que los
domina a los pajaritos y vienen todos como embrujados, como si
tuviera imán este pájaro carnicero y lo dan vuelta gritando y
revolotiando sin poderse disparar.
Bueno...
Ya se llenó el árbol de pajaritos y había muchos pichones. Todos
los pajaritos aletiaban nerviosos, esperando a cuál agarraba el rey
de los pajaritos. Y éste decía:
-Voy
a mirar bien, cuales son los más feos de estos pichones porque no
quiero quedar mal con mi comadre lechuza. Después de un rato, vio
unos pichones feísimos, y ahí no más los cazó y se los comió.
¡Qué pucha!, habían síu los hijos de la lechuza. Al rato no más
llegó la lechuza, los llantos y las quejas:
-Compadre,
usté no tiene palabra, usté mi ha comíu mis hijitos.
-Pero,
comadre, si yo hi comíu los pichones más feos.
-No
puede ser, compadre, usté nu ha visto bien -le dice la lechuza.
Áhi
jue el equivoco de la lechuza, claro, como para la madre nu hay hijos
feos.
Y
así, la pobre lechuza perdió lo hijos.
Guillermo
Benítez, 73 años. Piedra Blanca. Junín. San Luis, 1951.
Cuento
664. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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