En cierta ocasión un campesino se
dirigió al bosque para cortar leña. Anduvo largo rato, observando, al pasar,
los árboles que encontraba, pero sin decidirse por ninguno de ellos, por
parecerle que eran demasiado buenos para estropearlos haciendo leña. Todos
podrían servir, en su día, para madera de construcción. Pero, al fin, encontró
un árbol más conveniente para su propósito, porque, tanto el tronco coma las
ramas, estaban muy retorcidos. Ya no dudo más y, empuñando el hacha, se dedicó
activamente a la tarea de derribarlo y de cortar luego el tronco y las ramas a
las medidas convenientes para su objeto.
Cuando más ocupado estaba en su
labor, oyó una vocecita que le decía:
- ¡Socórreme, buen amigo! ¡Devuélveme
la libertad!
El campesino volvía la mirada a su
alrededor para averiguar quien le dirigía la palabra y no tardó en descubrir
una víbora muy grande, que estaba presa en la hendedura de un tronco vecino y
la madera la sujetaba de tal manera que, por muchos esfuerzos que hacia el
reptil, no conseguía libertarse.
-No -le dijo el hombre-. No te
ayudare, porque, con seguridad, te apre-surarías a picarme en cuanto te vieses
libre.
La víbora replicó asegurándole que
no le haría ningún daño, y le rogó, de nuevo, que la pusiera en libertad.
Se dejó el hombre convencer por
aquellos ruegos y promesas y, metiendo cuidadosamente la hoja del hacha en la
hendedura, por debajo de la víbora, ensanchó la abertura y el reptil pudo
salir.
Pero en cuanto estuvo en libertad,
se enroscó varias veces sabre si misma, sacó su lengua bífida, mostró los
ponzoñosos colmillos y se dispuso a morder a su salvador.
-Ya te decía yo -exclamó el hombre-
que eres un ser malvado y que corresponderías con tu maldad al favor que acabo
de hacerte.
-iOh!- contesta ella-. Por mucho
que hables, poco me importa. Mi oficio es morder y matar, y voy a ejercerlo
contigo.
-Pero, ¿es posible que te muestres
tan ingrata? - exclamó el campesino-. ¿Acaso crees que es junto pagar el bien
con el mal?
-Poco me importa- contesto la serpiente-. Y no me
interesa nada lo que pueda opinar el mundo.
-Por lo menos -rogó el campesino-
suspende la ejecución de tu intento, y consiente en que preguntemos al primero
que podamos encontrar cual de los dos tiene razón.
-No hay inconveniente -contesta la víbora-. Por lo
tanto, echa a andar y yo te sigo.
De este modo, el campesino y la
serpiente salieron del bosque y, al llegar a un campo, encontraron un rebaño de
ovejas que allí pacía.
-Mira - dijo la serpiente-, podemos
preguntar a una de esas ovejas.
El campesino consintió de mala
gana, porque no estaba muy seguro de que cualquiera de aquellas ovejas
contestara en el sentido que él deseaba, pero, como había propuesto preguntar
al primero que encontrasen, no pudo oponerse.
La serpiente se acercó a una oveja
y le preguntó:
Atiende, amiga oveja. Escucha lo
que vamos a decirte y contesta quien, a tu juicio, tiene razón.
-Hablare yo -se apresuro a decir el
campesino-. Escucha, oveja. Hace poco rato estaba yo cortando un árbol en el
bosque, cuando oí una voz que me llamaba pidiendo socorro. Era esta víbora, que
estaba aprisionada en la hendedura de un árbol. Yo no quería ponerla en
libertad, temeroso de que me mordiese, pero tanto insistió, prometiendo que no
me haría daño, que, al fin, accedí. Y, en pago de haberla salvado, ahora quiere
morderme y matarme. ¿Crees que hace bien?
La oveja permanecía unos instantes
callada y luego dijo:
-Verdaderamente, no se que
contestar.
Al parecer, tu, hombre, tienes
razón, pero, considerando bien las cosas, los hombres no merecéis ser objeto de
ningún acto bondadoso. Miradme a mí, por ejemplo. Los hombres me esquilan cada
año, para quitarme la lana, y luego, tanto yo como todas mis compañeras,
estamos seguras de que acabaremos asesinadas. iOjala pudiese, como la
serpiente, vengarme de los hombres!
Tales palabras dejaron muy contrito
al campesino. Y la serpiente, satisfecha en extremo, le dijo:
-Ya lo has oído. Par lo tanto,
disponte a morir.
-Preguntemos a otro -roge el
campesino-. Nunca conviene atenerse a una sola opinión.
La víbora consentía de buena gana
y, al poco rato, al pasar por delante de una casa de labor, encontraron un
gallo.
Le expusieron el caso y el gallo,
después de meditar unos instantes, dio una respuesta muy parecida a la de la
oveja, porque también él guardaba mala voluntad hacia los hombres, que criaban
gallos y gallinas con el único objeto de devorarlos luego.
Al campesino no le llegaba la
camisa al cuerpo al ver que se confirmaba su mal destino. Sin embargo, propuso
preguntar todavía a otro, animado por una esperanza muy vaga y la serpiente
consintió.
La tercera vez encontraron un
zorro. El hombre y la serpiente lo interpelaron y luego le expusieron el caso
con toda suerte de detalles. El hombre aprovecha un momento en que la serpiente
miraba a otro lado, para hacer al zorro un guiño significativo, que el astuto
animal interpretó perfectamente. Por lo tanto, fingió entregarse a profundas
reflexiones y luego dijo:
-Verdaderamente éste es un caso
difícil. Por lo tanto, explicadme bien, con toda suerte de detalles, cómo
ocurrió la cosa. Y
lo mejor será que cada uno de vosotros reproduzca, lo mejor que sepa y pueda,
todos los movimientos que hicisteis para que yo este en situación de juzgar con
acierto.
Entonces la serpiente se dirigió a
un árbol vecino, se enrosco alrededor del tronco para sostenerse y llamó al
hombre.
Este acudió y entre ambos se
repitió el dialogo que habían sostenido en el bosque.
El zorro escuchaba y observaba con
la mayor atención y, aprovechando un momento en que la serpiente habla vuelto
la cabeza hacia otro lado, saltó contra ella y le dio tal mordisco en el
cuello, que la mató.
-¡Esto es lo que debieras haber
hecho, tonto! -dijo al campesino-. La serpiente es un animal malvado, incapaz
de todo acto bondadoso y de sentir agradecimiento por el bien que se le haga.
Supongo que lo sucedido te servirá de lección para lo venidero.
-Tienes razón, amigo zorro
-contesto el campesino-. Confieso que me conduje con la mayor imprudencia y que
es muy justo cuanto acabas de decirme. Ahora quiero demostrarte que yo soy
agradecido y voy a recompensar muy bien el favor que acabas de hacerme.
Acompáñame, pues, a mi casa y te daré dos hermosos gallos, para que saques el
vientre de mal año.
Se quedo el zorro pensativo y, al
fin, resolviéndose, contesto:
-Lo cierto es, amigo, que no me fío
demasiado de lo que acabas de prometerme. ¿Quien me asegura que, al llegar a tu
casa, no azuzarás los perros contra mí?
El campesino se apresuró a
protestar de sus buenas intenciones, pero el zorro le dijo que, por lo que
pudiera suceder, prefería esperarlo a cierta distancia.
No pudo el campesino convencerle de
lo contrario y, al fin, se resignó. Echo a andar hacia su casa y al llegar a
ella, cogió dos gallos, los mejores de su corral, los metió en un saco que se
echo al hombro y se dirigió nuevamente al encuentro del zorro.
-Ahí tienes lo prometido -dijo-.
Supongo que ahora quedaras convencido de mi sinceridad y de mi gratitud.
Abrió el saco, saco los dos gallos,
y se los entrego al zorro, el cual, desconfiado como era por naturaleza, no
acababa de creer lo que estaba viendo.
-Te aseguro -dijo que me he
engañado-. Debo confesar, además, que cuando maté a la serpiente, obré casi en
desacuerdo conmigo mismo, porque no tenía ninguna confianza en tu gratitud.
-Supongo que ya estas convencido de
ella -dijo el hombre.
Y, despidiéndose cordialmente del
zorro, que le había salvado la vida, se alejo.
El astuto animal se apresuro a
cargar con los dos gallos, a los que ya había matado de un par de dentelladas,
y se dirigió, muy satisfecho, a su cubil.
Poco después se dió una de las
mejores comidas de su vida entera. Como le dijera el campesino, saco el vientre
de mal año. Y cuando hubo acabado de comer, se relamió el hocico y murmuró:
-Verdaderamente, debo reconocer que
en el mundo las buenas acciones obtienen siempre la debida recompensa. Hice mal
en desconfiar de ese buen hombre y me alegro mucho de haberle salvado la vida,
porque, en primer lugar, mate a un bicho malo y cruel, como la víbora, salve a
un hombre de una muerte inmerecida y, además, por vez primera en toda mi
existencia, he podido comer, sin temor y sin remordimiento, un par de gallos
magníficos. Realmente, siempre vale más obrar bien. En primer lugar, para
sentir la grata satisfacción que se produce en nuestra alma por haber llevado a
cabo una buena acción y después, porque casi siempre lleva aparejada, un acto
de tal naturaleza, una inmediata y merecida recompensa.
031. Anónimo (dinamarca)
excelente cuento copleto y bien redactado.
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