Hace muchísimo tiempo en
la cumbre de un monte llamado "De las Flores y de los Frutos" estaba
abandonado un enorme huevo de piedra y de forma muy extraña, el cual, por el
tiempo transcurrido, estaba en parte cubierto de musgo.
Nadie sabía qué ave lo
llevó allí ni cómo llegó a tal lugar y tampoco nadie pudo verlo porque, en
realidad, el monte no era visitado por los hombres.
El huevo hallábase, pues,
sobre una capa de hierba hasta que, cierto día, se abrió con fuerte crujido. De
él salió un mono de piedra, intensamente pulimentado.
Al poco rato, el mono de
piedra estaba rodeado por otros monos que charlaban entre sí con toda la fuerza
de sus pulmones. Al cabo de largo rato de discusión llegaron, aparentemente, a
un acuerdo y uno de ellos se adelantó y, con el mayor respeto, rogó al mono de
piedra que consintiera en ser su Rey. El aceptó inmediatamente aquella
distinción puesto que, anteriormente, había hecho ya algunas indicaciones
acerca del particular, pues se creía dotado de todas las cualidades necesarias
para reinar sobre los monos.
Poco tiempo después de
eso decidió emprender un largo viaje para adquirir sabiduría y, al mismo
tiempo, conocer el mundo.
Bajó, pues, de la montaña
y, al fin, llegó a la orilla del mar. Una vez allí se construyó una fuerte
almadía y emprendió la navegación.
Al llegar a la orilla
opuesta del dilatado Océano, llegó, por casualidad, a la vivienda de un famoso
mago y persuadió a éste de que le enseñase toda suerte de operaciones mágicas.
Aprendió así a hacerse invisible y a dar saltos enormes de varias millas de
longitud y altura. Y, por íntimo, llegó a considerarse mucho mejor y más fuerte
que cualquiera de los habitantes del mundo y decidió hacerse Señor del Cielo.
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-¿Has oído hablar del
nuevo Rey de los Monos? -preguntó un día el príncipe Dragón al Señor Buda
cuando estaban sentados uno al lado del otro en el Palacio del Cielo.
-No -contestó el Señor
Buda-. ¿Qué hay acerca de él?
-Ha llevado a cabo muchas
travesuras contestó el príncipe Dragón-. Al parecer ha aprendido muchos juegos
mágicos y en ellos está más instruido que cualquiera de los habitantes del
Mundo. Ahora se propone expulsar de su trono al Señor del Cielo, para ocupar él
su lugar. Y yo he prometido pediros que nos ayudaseis contra ese descarado mono
de piedra. Y, si queréis hacerlo, estoy seguro de que podremos alcanzar una
victoria sobre él.
El Señor Buda prometió
hacer cuanto pudiera y los dos se dirigieron al Palacio de Nubes, del Señor del
Cielo, donde encontraron al mono de piedra haciendo diabluras, conduciéndose
tan mal como podía e insultando a todos los que se atrevían a interpelarlo. El
Señor Buda avanzó y, con voz apacible, dijo:
-¿Qué quieres?
-Sencillamente -contestó
el mono de piedra -ser Señor del Cielo. Todo iría entonces mucho mejor que
ahora. Mira y verás qué saltos puedo dar.
Entonces el mono de
piedra dio un salto enorme. En un momento se perdió de vista y, al siguiente,
reapareció.
-¿Puedes hacer algo semejante? -preguntó al Señor Buda.
-¿Puedes hacer algo semejante? -preguntó al Señor Buda.
Pero éste se limitó a
sonreír y contestó:
-Voy a hacer un trato
contigo. Sal conmigo del palacio y sitúate en la palma de mi mano. Luego, si
consigues salir de ella con uno de tus saltos, serás el Señor del Cielo, como
deseas; pero si no puedes salir de mi mano, serás devuelto a la tierra y nunca
más podrás subir al cielo.
El mono de piedra se rió
a carcajadas al oír aquella proposición y exclamó resuelto:
-¿Salir de un salto de tu
mano, Señor Buda? ¡Claro que lo haré!
Salieron los dos del
palacio y el Señor Buda extendió la
mano. El mono de piedra se subió a la palma y entonces dio un
salto enorme, gracias al cual se perdió de vista. Y en su salto siguió subiendo
hasta que llegó al extremo de la tierra. Allí se detuvo y mientras se regocijaba
pensando en que pronto sería el Señor del Cielo, divisó, a lo lejos, cinco
enormes pilares rojos, más allá de los cuales ya no había nada. Entonces pensó
que sería conveniente dejar allí alguna señal en prueba de su enorme salto.
Hizo una muesca en una de
las columnas, proponiéndose llevar allí al Señor Buda para que lo viese por sí
mismo. En cuanto hubo terminado, dio otro salto enorme y en un abril y cerrar
de ojos se vio de nuevo en la mano del Señor Buda.
-¿Cuándo empiezas a
saltar? -preguntó el Señor Buda en cuanto el mono saltó al suelo.
¿Cuándo? -replicó,
sarcásticamente, el mono de piedra-. ¡Pero si he dado un salto que me ha
llevado al extremo de la tierra! Y si quieres saber hasta dónde he llegado,
súbete a mis hombros y te llevaré allí para que lo veas. Hay cinco columnas
rojas enormes y en una de ellas he hecho una señal.
-¡Mira bien, mono!-
contestó el Señor Buda extendiendo su mano-. Mira aquí.
El mono de piedra
obedeció y pudo ver que en uno de los dedos del Señor Buda había la misma señal
que él hiciera en la columna roja.
-Como ya ves -exclamó el
Señor Buda todo el Mundo cabe en mi mano. Nunca habrías podido salir de él de
un salto. Cuando te figuraste que yo te había, perdido de vista, mi mano
continuaba debajo de ti. Nadie, ni siquiera un mono de piedra, podrá alejarse
de mí. Vuelve ahora a la tierra y aprende a ocupar el sitio que te pertenece.
026. Anónimo (corea)
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