Esnofru
procuraba siempre que no le faltara alimento a su pueblo y sus campos siempre
eran fértiles. Por eso era muy querido en Egipto.
Una
calurosa tarde de verano, antes de reunirse con los sacerdotes para preparar la
gran fiesta de año nuevo, el faraón Esnofru pensó en distraerse un rato.
Preguntó por los músicos de palacio, pero éstos descansaban para el concierto
de la noche. Buscó
al mejor jugador de ajedrez del reino, pero había regresado al Sur. ¿Qué podía
hacer ahora el faraón para divertirse?
Entonces
pidió que buscaran al jefe de los magos Dyadyaemanj. Y así, se presentó
haciendo una reverencia ante el faraón:
-¿Para qué
necesita mis servicios el Señor de Egipto? -preguntó el mago.
-¿Qué
entretenimiento me aconsejas? -contestó el rey.
El mago le
propuso un paseo en barca acompañado de las mujeres más hermosas de palacio.
Mientras ellas remaban, el faraón podría contemplarlas rodeadas de un hermoso
paisaje lleno de frondosos papiros y verdes riberas.
El faraón
Esnofru sonrió satisfecho y ordenó que prepararan la barca más bonita.
Esnofru,
vestido con un sencillo faldellín blanco, esperaba en el embarcadero cuando vio
llegar a veinte jovencitas de cabellos trenzados y ligeros vestidos. Se fijó en
una que llevaba un colgante de turquesas con forma de pez, quien bajando los
ojos se dirigió al faraón:
-Majestad,
estamos listas.
Subieron a
la barca y comenzaron a mover los hermosos remos de madera de ébano chapada en
oro. Esnofru miraba a la remera principal, la muchacha del colgante, pues era
la más bella de todas. El rey se sentía feliz, olvidando por un rato sus
problemas. ¡Qué razón tenía el mago!
Pero... de
repente, escucharon un sonido extraño. Algo se había caído al agua. Las muchachas
dejaron de remar ante el lamento de la remera principal que decía angustiada:
-¡Qué
desgracia! Se ha caído mi colgante de turquesas al fondo del lago. ¡Era mi
tesoro más preciado!
El faraón
le ofreció una nueva joya, pero ella insistió en el valor que tenía su colgante
puesto que se la había regalado su novio. Cuatro de las remeras se lanzaron al
agua sin encontrarla, y Esnofru decidió regresar al palacio: "¿No es mi
deber hacer felices a mis súbditos?", pensó. El mago encontraría una solución.
Esnofru
entró en el laboratorio del mago agradeciéndole su estupenda idea. Le contó la
pérdida de la joya de la remera principal, pidiéndole su ayuda para
recuperarla. El mago buscó en los libros de magia sin obtener resultados. Y fue
en la Casa de la Vida donde a través de la lectura de unos jeroglíficos
encontraron una solución.
Volvieron
al lugar donde se había perdido el colgante de turquesas, mientras el sacerdote
y mago Dyadyaemanj leía una antigua fórmula transmitida de sabio a sabio. Todos
estaban en silencio. El mago se puso en pie y fijando sus ojos en la superficie
del lago, extendió los brazos. Pero no tuvieron miedo porque junto al faraón
nada podía pasarles. Las aguas se separaron en dos, y en el fondo, sin agua,
brillaba la joya de turquesas. El mago bajó a recogerla y se la entregó a la joven. De nuevo las
aguas volvieron a su sitio por orden del mago, y continuaron navegando
felizmente sobre la superficie del lago.
La noticia
se extendió por todo Egipto y más allá de sus fronteras. ¡La magia del faraón
podía hacer milagros!
034 Anónimo (egipto)
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