Cormac, hijo de Art, hijo
de Conn el de las Cien Batallas, era el Gran Rey de Irlanda, y tenía su corte
en Tara. Un día, sobre la campiña vio a un joven que llevaba en la mano una
rama mágica y brillante que tenía nueve manzanas rojas. Y, cada vez que se
agitaba la rama, los heridos o los debilitados por la enfermedad se sentían
felizmente arrullados por el sonido de una música mágica y dulcísima, que
emanaba de aquellas manzanas; y nadie en el mundo podía tener en la mente
necesidad, aflicción, ni abatimiento de alma algu-no, cuando la rama era
agitada para él.
"¿Es tuya esa
rama?", preguntó Cormac.
"Claro que es
mía."
"¿La venderías? y,
de ser así, ¿qué pedirías por ella?"
"¿Me darás lo que te
pida?", dijo el joven.
El rey se lo prometió, y
el joven entonces le pidió su esposa, su hija y su hijo. El rey sintió un gran
dolor de corazón, lo mismo que su mujer y sus hijos cuando supieron que tenían
que separarse. Pero Cormac agitó la rama entre ellos, y, cuando oyeron la suave
y dulce música, olvidaron toda preocupación y pena, fueron a encontrarse con el
joven, partieron con él y no se les vio más. Por toda Erin se profirieron sollozos,
gritos y lamentaciones cuando se supo lo ocurrido: pero Cormac sacudió la
rama, y ya nadie sintió ninguna pena ni amargura en el corazón.
Pasado un año Cormac
dijo: "Hoy se cumple un año desde que se llevaron de mi lado a mi esposa,
a mi hijo y a mi hija. Voy a seguirlos por el mismo camino que tomaron."
Cormac partió; al poco
una oscura niebla mágica se levantó a su alrededor y vino a aparecer en medio
de una maravillosa llanura. Había allí muchos jinetes, ocupados en techar una
casa con plumas de aves exóticas; cuando un ala estaba techada, iban a buscar
más; pero cuando regresaban no quedaba ya una pluma en el tejado. Cormac los
observó un rato, y prosiguió su viaje.
Más tarde, vio a un joven
arrastrando árboles para hacer un fuego; pero, antes de que pudiera encontrar
un segundo árbol, el primero ya se había consumido, y a Cormac le pareció que
su labor no tendría fin.
Cormac siguió adelante,
hasta que vio tres inmensos pozos en un límite de la inmensa llanura, y sobre
cada uno había una gran cabeza de piedra. De la boca de la primera cabeza
manaban dos chorros de agua, y otro caía en ella; de la segunda cabeza brotaba
un chorro, y otro también iba a parar a su boca, mientras que tres chorros
fluían de la boca de la tercera cabeza. Grande fue la admiración que se apoderó
de Cormac, que dijo: "Me quedaré a observar estos pozos, pues no he
encontrado a nadie que me cuente su historia." Y, pasado un rato, siguió
adelante hasta llegar a una casa en medio de un campo. Entró y saludó a sus moradores.
Allí, sentada, había una pareja de personas altas, vestidas con ropas de
muchos colores, que saludaron al rey y le invitaron a pasar la noche.
Entonces, la esposa pidió
al marido que buscara comida, y éste se levantó y salió, y al rato volvió con
un enorme jabalí sobre su espalda y un leño bajo el brazo. Arrojó al suelo el
jabalí y el leño, y dijo: "Ahí está la carne; cocínatela tú mismo."
"¿Cómo puedo
hacerlo?", preguntó Cormac.
"Yo te
enseñaré", dijo el joven. "Parte este gran leño en cuatro trozos, y
divide el jabalí en cuatro cuartos; dispón un leño debajo de cada cuarto;
cuenta una historia verdadera, y la carne quedará bien hecha."
"Cuenta tú la
primera historia", dijo Cormac.
"Siete cerdos tengo
del mismo tipo que el que he traído, y con ellos podría alimentar al mundo
entero. Porque si mato a uno, no tengo más que poner los huesos en la pocilga
otra vez, para que a la mañana siguiente lo encuentre vivo."
La historia era cierta, y
el cuarto del animal quedó hecho.
Entonces, Cormac rogó a
la mujer de la casa que contara otra historia.
"Tengo siete vacas
blancas, que llenan siete calderos de leche cada día; y doy mi palabra de que
su leche puede satisfacer a todos los hombres del mundo entero, si estuvieran
todos en aquella llanura bebiéndola."
La historia era cierta, y
el segundo cuarto de jabalí quedó hecho.
Ahora pidieron a Cormac
que contara una historia para su cuarto de jabalí. Y contó cómo andaba a la
búsqueda de su mujer, su hijo y su hija, a quienes un joven con una rama mágica
se había llevado de su lado hacía un año.
"Si lo que cuentas
es cierto", cortó el dueño de la casa, "tú eres Cormac, hijo de Art,
hijo de Conn el de las Cien Batallas".
"Lo soy, en
verdad", asintió Cormac.
La historia es verdadera,
y el otro cuarto del jabalí quedó asado.
"Come tu carne
ahora", dijo el dueño de la casa.
"Jamás he
comido", repuso Cormac, "en compañía de sólo dos personas".
"¿Comerías con tres
más?"
"Si fueran personas
queridas, sí", dijo Cormac.
Entonces se abrió la
puerta, y entraron la esposa y los hijos de Cormac: grandes fueron su gozo y su
alegría.
Entonces, Manannan mac
Lir, señor de la Cabal gata
Fantástica, apareció ante él en su verdadera forma, y le dijo así:
"Fui yo, Cormac,
quien se llevó a tus tres familiares. Y fui yo quien te dio esta rama, todo lo
que pude traer aquí. Ahora come y bebe."
"Lo haría",
dijo Cormac, "si pudiese conocer el significado de las extrañas cosas que
he visto hoy".
"Lo conocerás",
dijo Manannan. "Los jinetes que techaban la casa con plumas, son la
alegoría de la gente que se lanza al mundo en busca de riquezas y fortuna;
cuando regresan, sus casas están des-nudas, y así continúan para siempre. El
joven que arrastraba árboles para hacer una hoguera, es semejante a aquellos
que trabajan para otros: grandes son sus esfuerzos, pero ellos nunca se
calientan con el fuego. Las tres cabezas sobre los pozos son tres clases de hombres.
Los hay que dan con generosidad cuando reciben con genero-sidad; otros que dan
con generosidad aunque reciban poco; y otros hay que reciben mucho y dan poco,
y éstos son los peores de los tres, Cormac", dijo Manannan.
Después de esto, Cormac,
su mujer y sus hijos se sentaron, y extendieron un mantel ante ellos.
"Tienes delante de
ti un objeto muy precioso", dijo Manannan, "no hay comida, por
delicada que sea la que se le pida, que no sea obtenida al instante".
Después, Manannan
introdujo la mano en su cinturón, sacó una copa y la sostuvo sobre su palma.
"Esta copa tiene la virtud de que", explicó, "cuando alguien
cuenta una falsa historia delante de ella, se rompe en cuatro pedazos; y,
cuando alguien cuenta una historia verdadera, se vuelve a unir".
"¡En verdad, tienes
maravillas Manannan!", exclamó el rey.
"Todas ellas serán
tuyas", dijo Manannan, "la copa, la rama y el mantel".
Entonces, comieron la
cena que fue excelente, pues no tenían más que pensar en cualquier carne, para
que apareciera al instante sobre el mantel, o en cualquier bebida para tenerla
en la copa. Y se lo agradecieron profusa-mente a Manannan.
Cuando hubieron
terminado, se preparó una cama para ellos, y se acostaron y tuvieron dulces
sueños.
Cuando se despertaron por
la mañana, estaban en Tara la de los reyes, y a su lado estaban el mantel, la
copa y la rama.
Y así es cómo le fue a
Cormac en la corte de Manannan; y así es cómo consiguió la rama mágica.
024 Anónimo (celta)
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