Un cisne paseaba por el
borde de un lago buscando esos sitios en que las plantas son altas y espesas.
Encontró un campo de plantas tiernas salpicado de ramilletes blancos. Una
grulla hembra volaba por encima y empezó a dar vueltas alrededor de él para
llamar la atención. Volando en picado hacia el cisne, le llenó los oídos con el
sonido silbante de sus alas.
El cisne levantó la
cabeza complacido y le hizo un guiño cómplice. La grulla respondió ejecutando
una danza, agitaba las alas para que el cisne no le quitara los ojos de encima.
El cisne la siguió con
los ojos y dijo:
-¡Qué alegre eres! Ven a
descansar junto a mí. Ven a jugar conmigo.
-¿Qué clase de juego?
-preguntó la grulla-. ¿Quieres que baile-mos?
El cisne contestó que él
era muy mal bailarín.
-Pero podemos jugar
tirándonos del cuello uno al otro. Vamos a ver quién de nosotros tiene el
cuello más fuerte.
-De acuerdo -accedió la
grulla al posarse en el campo junto al cisne.
Los dos se prepararon.
Poniéndose cara a cara, enlazaron sus cuellos y cada uno empezó a tirar hacia
su lado. Lenta pero segura, la grulla tiró del cuello de su oponente hacia el
suelo.
El cisne vio que no iba a
poder librarse de caer. Con todas sus fuerzas, dio un tirón violento para
recuperar el equilibrio. Pero este esfuerzo repentino agotó completamente al
cisne; ahora su cuello estaba flojo y cayó de espaldas.
Un instante después
estaba otra vez en pie mirando a la grulla. La grulla empezó a entonar su
canción de victoria.
No hay nada sólido en el cuello de un cisne,
mientras que el mío está bien hecho.
¡Confiesa que te caíste de espaldas
sin poder evitarlo!
El cisne también había
pensado unos cuantos versos. No podía dejar sin respuesta la canción burlona de
la grulla. Se puso a cantar:
Ka, ka, ka, ka.
Si mi cuello me hizo perder,
mis pies siempre me harán ganar.
No los hay como ellos
para ir de lago a lago.
Justamente entonces la
grulla le interrumpió con una nueva canción:
¡Escucha, escucha!
Aquí vienen algunas grullas
y yo no tengo nada que ofrecerles,
ni hierba verde, ni brotes tiernos.
Me falta de todo y mis botas están desgastadas.
La grulla intentó
persuadir al cisne para que cantara y bailara. El cisne se negó, ya no estaba
dispuesto a moverse porque otra vez hubiera perdido: era un bailarín malísimo,
mientras que la grulla tenía unos pies muy ligeros.
Fuente: Maurice Metayer
036 Anónimo (esquimal)
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