Hace
mucho, muchísimo tiempo, cuando el mundo era nuevo todavía, ocurrió lo que voy
a contaros.
En Alaska
no había luz diurna, de modo que allí reinaba constantemente la obscuridad y
los habitantes de aquella región se hallaban en plenas tinieblas, llevando la
existencia de la mejor manera que les era posible. Y ya comprenderéis que no
sin grandes dificultades conseguían hallar lo necesario para su sustento,
porque como no había luz de ninguna clase, era imposible ver cosa alguna.
Con
frecuencia disputaban acerca de si era de día o de noche. La mitad de la gente
dormía, mientras los restantes se dedicaban al trabajo, pero como podéis
comprender muy bien, nadie sabía cuándo era llegada la hora de acostarse ni
cuándo la de levantarse, porque la obscuridad era siempre la misma.
En un
pueblecito vivía un cuervo y todo el mundo le manifestaba afecto y cariño,
porque además lo creían muy inteligente. Y así se lo decían muchas veces.
También
es preciso añadir que le dejaban vivir en sus “kasgas".
El cuervo
era muy charlatán y como estaba provisto de alas y había viajado mucho, refería
a los pobres habitantes de Alaska las cosas maravillosas que había visto y
llevado a cabo, cuando, después de extender sus alas, realizó grandes viajes al
vuelo, en dirección a tierras muy distantes y extrañas.
Había
olvidado añadir que los habitantes de Alaska disponían de una luz, es decir, de
la llama de sus candiles de aceite de morsa.
En cierta
ocasión el cuervo parecía estar muy triste y, contra su costumbre, guardaba el
mayor mutismo. Los hombres, sus amigos, se preguntaron qué le ocurría y aun
algunos se entristecieron, porque echaban de menos la animada conversación de
su alegre cuervo. Y, al fin, acabaron preguntándole:
‑¿Por qué
estás tan triste, querido Cuervo?
‑Me dan
mucha pena los habitantes de Alaska contestó el ave‑, porque no tienen luz del
día.
‑¿Y qué
es luz del día? ‑preguntaron algunos extrañados‑. ¿Cómo es? Nunca hemos oído hablar de ella.
‑Pues
bien ‑contestó el cuervo-, si tuvieseis luz del día en Alaska podríais ir por
todas partes y verlo todo, incluso a los animales, desde gran distancia.
Aquello
pareció algo maravilloso y extraño a todos ellos. Y, después de unos momentos
de reflexión, alguien se dirigió al cuervo, diciéndole:
‑Y tú,
que sabes dónde está la luz del día, ¿no podrías hacernos el favor de traernos
un poco?
En el
primer momento el cuervo no quiso oír hablar de ello. Mas después les dijo:
‑Sé muy
bien dónde está la luz del día. Pero me sería muy difícil traerla aquí.
Tales
palabras despertaron el interés general, de manera que todos los amigos del
cuervo lo rodearon, rogándole que los complacíase con su petición.
‑No te
costará grande esfuerzo ‑le dijeron‑. Por suerte tienes alas y puedes viajar
rápidamente, hasta grandes distancias. Compadécete de nosotros y mira la
situación en que nos hallamos. Ya lo ves. Tú mismo te apenas de nuestro estado.
Se, pues, nuestro buen amigo y procúranos una cosa que tanta falta nos hace.
El cuervo
siguió negándose y aun les dijo que no podría obtener aquella luz. Pero los
demás le rogaron tanto y tanto y, especialmente, el jefe del pueblo lo alabó
en tales términos por su inteligencia y su valor que, finalmente, el cuervo
halagado no tuvo más remedio que consentir.
‑Bien
-dijo‑. Puesto que os empeñáis tanto, iré.
Y, en
efecto, cumplió su palabra, porque al día siguiente, después de comer y de
beber en abundancia, dada la gran distancia que había de recorrer, agitó
alegremente las alas y emprendió el vuelo.
Como ya
hemos dicho, toda la región estaba a obscuras, pero por suerte el tiempo era
bueno. El cuervo tomó el rumbo del este, recordando que el sol procede de allí.
Largas horas voló a través de la obscuridad, hasta que las alas empezaron a
dolerle, tan cansado estaba, pero, sin embargo, aun no se detuvo. Por último no
tuvo más remedio qué interrumpir su vuelo y como en aquel país, por falta de luz, no había vegetación, no pudo posarse en
ningún árbol, sino que vióse obligado a hacerlo sobre unas rocas y en un lugar
donde se consideró seguro y al abrigo de todo ataque.
Después
de unas horas de descanso, emprendió de nuevo el vuelo. Aquella segunda jornada
fué también muy larga y así continuó alejándose en dirección al este, hasta que
por último llegó a un punto en que el cielo mostraba ya algunos rayos de luz.
Allí
empezaba la vegetación, y el cuervo, que estaba hambriento después de su larga
abstinencia, buscó ante todo el cadáver de alguna alimaña; después de
satisfacer el hambre y la sed se dedicó algunas horas al descanso, feliz por
haber llegado casi al final de su viaje.
Continuó
el vuelo al día siguiente y aquella vez tuvo el placer de llegar a un punto en
que ya la luz del día era esplendorosa. Estaba ya en el término de su largo
viaje.
Buscó un
pueblo y, una vez en él quiso averiguar de dónde procedía la luz. Después de
buscar largo rato, vio que resplandecía en el interior de una gran casa de
nieve, situada en el centro del pueblo.
Aquella
era la morada del jefe del poblado, quien tenía una hija muy hermosa. Todos los días salía la niña en busca
de agua, que sacaba de un agujero practicado en el hielo del río, pues ya sabéis que éste es el medio más fácil
que emplean los esquimales para obtener agua en invierno. Y en cuanto ella hubo
salido de la casa de nieve, el cuervo salió de su propia piel, que dejó junto a
la entrada de la casa; luego, cubriéndose de polvo, pronuncio unas palabras
mágicas que, más o menos decían así:
“Ya‑ka-ty, ta‑ka‑ty, na‑ka‑ty‑o,
hazme pequeño, iOh, dios del frío!
Cámbiame pronto en una motita,
que no me vea la muchachita.
En
efecto, sufrió en el acto una honda transformación, para convertirse en una
mota de polvo. Entonces se ocultó en un rayo de sol que salía por una de las
rendijas de la puerta y esperó la salida de la hija del jefe.
En cuanto
ella hubo llenado el odre de piel de focá que llevaba, volvió desde el río a la
casa, y el cuervo, que parecía una mota,de polvo, como esas que flotan a la luz
de un rayo de sol, fué a posarse en el traje de la joven y, con ella, atravesó la
puerta y penetró en la casa de donde procedía la luz diurna.
Una vez
dentro pudo notar que aquello estaba muy soleado. Además vió a un lindísimo
niño, de ojos negros, que jugaba sobre la piel de un oso polar, muerto
recientemente.
El niño
tenía multitud de juguetes tallados en colmillos de morsa. Por ejemplo, había
unos perros y unas zorras muy pequeñas, diminutas cabezas de morsa y, además,
varios "kayaks"[1].
Y ponía los juguetes dentro de una caja de marfil, provista de una tapa, para
desparramarlos, de nuevo, sobre la piel.
El jefe,
muy satisfecho y con tierna sonrisa, observaba el juego de su hijito, pero al
cabo de un rato éste pareció haberse cansado ya de sus juguetes.
Cuando
entró la hija con el odre lleno de agua, lo dejó en un rincón de la estancia y
luego se inclinó para tomar al niño, que estaba en el suelo. En aquel momento
cayó una mota de polvo de su traje, yendo a introducirse en la oreja del niño.
Y como ya podéis comprender, aquella mota de polvo era el cuervo de nuestro cuento.
El niño
empezó a llorar y a patalear y entonces su hermana le preguntó:
‑Pero,
¿qué quieres, niño?
El
cuervo, que estaba en la oreja del pequeño, le aconsejó en voz baja:
‑Pídele
la luz del día para jugar con ella.
Al niño
le pareció excelente aquel consejo y en el acto, con su linda vocecita, se apresuró a pedir la luz del día.
Al
principio la niña no quería dársela, pero intervino el padre para ordenar a su
hija que diese al pequeñuelo una pequeña bola de luz del día, para que jugara
con ella.
La joven
desenrolló la correa de cuero, sin curtir, que llevaba en su saco de caza y
sacó una cajita de madera, cubierta de dibujos que, gráficamente referían la
historia de los hechos heroicos realizados por el jefe. Y del interior de
aquella cajita sacó una brillantísima bola y la dió al niño.
A éste le
gustó sobremanera el nuevo juguete y con él se divirtió largo rato. Pero ya
sabemos que el cuervo ansiaba apoderarse de aquella luz del día, de modo que en
cuanto juzgó llegada la ocasión murmuró al oído del niño que pidiese una tira
delgada de cuero, para atarla en torno de la bola de luz.
Su
hermana satisfizo también aquel capricho y aun llevó su complacencia al extremo
de atar la bola de luz con la tira de cuero, porque el niño no habría sabido
hacerlo.
Este
continuó entreteniéndose con el juguete así transformado y cuando más distraído
estaba, el jefe y su hija salieron de la casa, dejando la puerta abierta con
gran satisfacción del cuervo que, precisamenté, esperaba aquella oportuni-dad.
En cuanto
el niño, en el curso de su juego, llegó cerca de la puerta, el cuervo volvió a
hablarle al oído, diciéndole que saliera al exterior, sin olvidar su bola de
luz.
Así lo
hizo el niño y al pasar cerca del lugar en que se hallaba la piel del cuervo,
la mota de polvo abandonó la oreja del niño y volvió a meterse en su propia
piel y, en el acto, recobró la acostumbrada forma. Entonces tomó con su pico el
extremó de la tira de cuero que sujetaba la bola de luz y emprendió el vuelo a
toda prisa, dejando al niño lloroso en el suelo.
Los gritos
del pequeñuelo fueron causa de que acudiesen el jefe y su hija, acompañados de
la mayor parte de los habitantes del pueblo y como es natural, pudieron darse
cuenta de que el cuervo se alejaba al vuelo, llevándose su preciosa luz del
día, Y aunque quisieron alcanzarlo disparándole varios flechazos, no pudieron
darle y, por lo tanto, el fugitivo siguió su vuelo.
Aunque el
viaje era muy largo, como ya sabemos, aquella vez no pareció tan penoso al
cuervo. En cuanto estuvo ya en tierra de Alaska y pasó por el primer pueblo,
quiso darse cuenta del efecto que haría la luz que llevaba. Por consiguiente,
desprendió un fragmento de la bola y, al caer en el pueblo, lo alumbró del modo
más hermoso que podéis imaginaros. Al pasar luego por encima de los demás pueblos,
repitió la operación, hasta que, por último, llegó al lugar de donde había
salido.
Revoloteó
unos momentos, describiendo círculos y al mismo tiempo se ocupaba, en
desmenuzar la bola de luz, que difundía en todas direcciones.
Ya podéis
imaginaros con cuánta alegría le acogieron su amigos. Eran tan felices que, sin
distinción de sexos y edades, empezaron a bailar. Y en cuanto se hubieron
fatigado y su primer entusiasmo estuvo un tanto apaciguado, se ocuparon en
preparar un gran festín en honor del cuervo, que era su bienhechor.
En
efecto, sentían tal agradecimiento por el beneficio que les había dispensado,
que no sabían cómo manifestárselo.
El cuervo
les dijo entonces que si hubiese una bola de luz mucho mayor, ya nunca más existiría la obscuridad en Alaska, ni
siquiera en invierno, pero les dió a entender que habría sido demasiado pesado
para él y que sus fuerzas no hubieran sido suficientes para tal empeño.
Y tanto
se perpetuó la hazaña del cuervo de nuestro cuento, que, a partir de entonces,
ninguno de los habitantes de las regiones árticas ha dejado de sentir gratitud
por los descendientes de aquél, y la prueba de eso es que jamás dan muerte a
ningún cuervo.
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