El ogro del pozo
Anónimo
(arabe)
Cuento
Se
cuenta que un Sultán tenía cuatro hijos. En torno a su Palacio había un
bellísimo jardín. En este jardín había siete árboles tan altos y lozanos que no
se encontraba nada semejante en toda la tierra. Pero una noche llegó el ogro,
arrancó un árbol con todas las raíces y se lo llevó. A la mañana siguiente,
cuando el Sultán se despertó y fue a pasear al jardín, vio que se habían
llevado el árbol con todas sus raíces y comprendió que aquello era obra de un ghul.
Desde
aquel día el Sultán todas las mañanas después de levantarse del lecho, bajaba
al jardín y veía que otro árbol había sido arrancado de raíz, hasta que llegó
un momento en que no quedaron más que cuatro. Entonces el Sultán llamó a tres
de sus hijos, que estaban con él y les dijo:
-Es
necesario que busquéis a vuestro hermano, y que me lo traigáis aquí, esté donde
esté.
Aquel
hijo, en efecto, no vivía con él. Era un fumador de hashish y pasaba todo el
tiempo en los lugares donde se consumía la droga. Los hermanos fueron a
buscarlo y se lo trajeron al padre. Cuando todos estuvieron reunidos, éste
dijo:
-Hijos
míos, si el ogro coge la costumbre de entrar, podemos dar por perdido a nuestro
jardín. Si permanecemos callados y fingimos no darnos cuenta de nada,
terminará por atacarnos hasta nuestras propias alcobas y nos comerá. Por eso he
decidido que hagáis guardia, por turno, una noche cada uno.
-Está
bien -respondieron.
La
primera noche uno de ellos hizo la guardia. A mitad de la noche llegó el ogro.
El guardián lo vio enseguida, pero como tuvo miedo se quedó callado. Aquél
arrancó un árbol y se fue tranquilamente. A la mañana siguiente se vio que en
el jardín el cuarto árbol había sido arrancado de raíz y que solamente quedaban
tres.
-Pero,
¿cómo? -preguntó al hijo-, ¿has pasado la noche de guardia y has dejado al ogro
que lo arrancase de raíz?
-Padre
mío -le respondió el hijo-. He tenido miedo de él. Hubiera bastado que me
hubiese acercado para...
-Veamos
cómo se las arreglará tu hermano -dijo el Sultán.
El otro
hermano hizo la guardia a la noche siguiente, pero también tuvo miedo del ogro.
Y lo mismo le sucedió al tercero, hasta que le tocó el turno al fumador de
hashish.
Ya no
quedaba nada más que un árbol en el jardín. El cogió un cuchillo y descendió al
jardín. A media noche llegó el ogro y cogió el árbol para arrancarlo de raíz.
Pero el hijo del Sultán -el fumador de hashish- le golpeó la mano con un
cuchillo y la cortó tan limpiamente que permaneció unida al árbol. Luego la
metió en un saco y fue a llamar a la puerta de la alcoba de su padre para que
se levantase de la cama. Llevaba aún en la mano el cuchillo que goteaba sangre,
con el cual había herido al ogro. Extrajo fuera del saco la mano del ogro, y
le dijo al padre:
-¡Eh,
despierta a los otros hijos, que quieres más que a mí!
El
Sultán fue inmediatamente a llamar a la puerta de cada uno de sus hijos.
-Salid
fuera, mujercillas, que no sois más que eso, venid a ver lo que ha hecho
vuestro hermano.
Aquéllos
salieron y vieron el cuchillo ensangrentado y la mano del ogro en el saco.
-¡Ah,
hijo mío! -reconoció el Sultán-. Si lo hubiera sabido, te hubiera puesto a
hacer guardia el primero.
Luego
dijo a todos:
-Venid
conmigo.
Y todos
juntos se pusieron a seguir las huellas de la sangre a lo largo del camino que
el ogro había seguido al huir. Llegaron a un punto donde se abría un pozo: allí
terminaban las huellas de la sangre. El fumador de hashish llegó a la
conclusión de que el ogro debía de haber bajado. Por fortuna el pozo estaba
provisto de una cuerda para subir el agua. El les dijo a los hermanos:
-Me
ataré a esta cuerda como un cubo y vosotros me bajaréis al pozo.
Así lo
hicieron. En el fondo del pozo el fumador de hashish encontró cuarenta
castillos, y en cada castillo vio a una joven de belleza y de gracia
incomparable, que le dijo:
-Nos has
vengado, le has cortado un brazo, y ahora, si Dios quiere, lo mataréis y
seremos libres y podremos encontrar a nuestra madre.
-¿Qué os
ha hecho este ogro? -preguntó el joven.
-Nos ha
raptado de casa de nuestros padres -respondió-, y nos ha traído aquí.
-Si no
posees tu espada -le advirtió la joven-, será inútil que lo ataques, el ogro no
morirá. A la derecha encontrarás una estancia vacía y en el techo, que es
altísimo, verás puesta una espada.
La joven
le dio tres piedras y le dijo:
-Lanza
contra la pared esta piedra, luego la segunda y después la tercera. ¡Si no le
das y la espada no cae, significará que tu último día ha llegado y también el
nuestro!
Entretanto
los tres hijos del Sultán estaban esperando junto a la boca del pozo que su
hermano bajara, pero sólo por temor a su padre, porque en realidad tenían celos
de él, por el valor que había demostrado al cortar la mano del ogro.
El
fumador de hashish cogió las piedras y penetró en el castillo, hasta llegar a
la cámara donde estaba la espada del ogro, y lanzó la piedra: la espada cayó al
primer golpe. El joven la recogió y se dirigió donde el ogro estaba caído,
privado de conocimiento, como consecuencia del dolor de la herida.
El joven
había visto al ogro desde lejos. Estaba sobre un lecho con una mujer cuya
belleza superaba la de las otras treinta y nueve jóvenes. Ella le vio y
comprendió enseguida que él era el que había cortado la mano del ogro, y que
venía a matarlo. Llena de alegría se levantó sin hacer ruido y fue al encuentro
del joven.
-Mátalo
-le dijo-, que perezca entre tus manos. Asegúranos la tran-quilidad, y Dios te
la asegurará en este mundo y en el otro.
El
joven, entonces, se lanzó sobre el ogro como un león, lo hirió de un solo golpe
de espada y lo partió en dos. Las cuarenta jóvenes dieron gritos de alegría en
honor del hijo del Sultán. Las jóvenes pertenecían a la raza de los genios. El
ogro las había arrastrado a aquel pozo cuando todavía eran pequeñas. Nadie
conocía la existencia de aquel pozo, y sin las huellas de sangre del ogro,
nadie lo habría descubierto nunca, porque estaba muy bien escondido entre la
maleza.
El hijo
del Sultán estaba a punto de salir y las jóvenes le suplica-ron:
-¡Llévanos
contigo!
-No
temáis -respondió-, no os abandonaré, suceda lo que suceda.
Y salió
fuera para advertir a los hermanos todo lo que había sucedido. Encontró en
torno a la embocadura del pozo a su padre y a todos los sol-dados, llenos de
admiración por el joven, que hasta aquel momento no había hecho más que pasar
los días fumando el kif, y que todos despreciaban. Cuando estuvo fuera contó
todos los pormenores de su aventura y habló de las cuarenta jóvenes y de las
riquezas que había encontrado. Luego volvió a descender al pozo e hizo que las
jóvenes salieran una a una. Y cuando todas hubieron salido, sacó los tesoros y
muchos lingotes de oro.
Todos
contemplaban la belleza de las jóvenes, que habían estado tanto tiempo
escondidas en el fondo del pozo. El Sultán les ordenó ponerse el velo y luego
fueron conducidas a Palacio para descansar. La joven que el hijo del Sultán
había encontrado en el lecho con el ogro, era jefa del grupo. Ella cogió un
anillo de los genios que llevaba puesto al dedo y le dio la vuelta. Y, de
pronto, apareció una mesa provista de toda suerte de exquisiteces. Todos se
quedaron estupefactos a la vista de aquellos platos que ninguna mano había
cocinado y que ninguna mano había servido. Entonces, uno de los hijos del
Sultán manifestó su intención de casarse con la señora del anillo, pero el
matador del ogro declaró que también él quería casarse con ella, porque era la
más bella y porque poseía el anillo giratorio. Pero la señora del anillo dijo:
-Majestad,
debo advertiros una cosa. El ogro ha sido matado por tu hijo mientras recibía la
visita de su padre y de su hermano. Si no nos apresuramos a matarlos a los dos
apenas lleguen al pozo, volverán aquí con tantos ogros como una nube de
saltamontes. Serán capaces de seguirnos por nuestro olor y de llegar hasta
aquí. Y para matarlos es necesario herirlos con la espada que estaba en el
castillo subterráneo, porque, de lo contrario, no se podrá matarlos.
-¿Quién
será -dijo el Sultán- capaz de exterminar hasta el último de estos ogros?
Todos
callaron.
-Pero
¿qué os sucede? -preguntó el Sultán- ¿Por qué calláis todos?
-Padre
mío -dijo el vencedor del ghul- yo
iré. En los castillos del ghul
todavía hay seis árboles que ha arrancado y plantado allí. Pido a mis hermanos
que me ayuden a subirlos del pozo. De los dos ghul que todavía están vivos me encargaré yo. Yo los mataré a ellos
o ellos me matarán a mí.
Tomó la
espada y los hermanos cogieron las cuerdas del pozo. Pero por el camino los
otros hermanos se pusieron de acuerdo para matar al vencedor del ogro.
-Le
dejaremos caer con la cuerda, desde lo alto del pozo hasta el fondo.
Pero la
señora del anillo, que se había transformado en abeja, se acercó volando hasta
la oreja del joven y le advirtió de la conjura.
-Diles a
los otros que se vuelvan a casa -le aconsejó-, me encontrarás en la boca del
pozo.
Así el
matador del ogro despidió a sus hermanos y se fue solo al pozo, donde encontró
a la señora del anillo, que había tomado el aspecto de una leona. Bajó al fondo
del pozo, buscó los árboles, los transportó bajo la roca del pozo y con su
ayuda los izó hasta la superficie, y luego él salió.
La
señora del anillo echó a correr y entró en Palacio, sin que nadie se hubiera
dado cuenta de que había salido, gracias al poder del anillo, que el ogro le
había quitado cuando era prisionera, por miedo a que usase su poder contra él,
y lo había guardado en un cofrecito. Sólo después de su muerte, la joven había
podido forzar el cofrecito y coger el anillo.
El
vencedor del ogro se dirigió donde su padre.
-Padre
mío -le dijo- dame bestias de carga para transportar nuestros árboles.
El
Sultán le dio las bestias de carga y el vencedor del ogro hizo que
transportasen los árboles al jardín, y los volvió a plantar en su puesto. Todo
esto hacía que aumentase el despecho en el corazón de sus hermanos.
Al día
siguiente, el vencedor del ogro volvió al pozo, llevando consigo provisiones
para veinte días y las cuerdas para descender. La señora del anillo se había
transformado en mosca y le había precedido en el pozo. Fue ella quien sujetó la
cuerda mientras descendía. Con la espada en la mano el joven esperó la llegada
del padre y del hermano del ogro. Entretanto la señora del anillo había entrado
en Palacio. Después de dos días llegaron el padre y el hermano del ogro. El
joven les hizo frente y les mató a los dos y cortó una mano a cada uno, como
testimonio de su empresa.
Entretanto
la señora del anillo había venido hasta la boca del pozo, vio todo, tiró de la
cuerda y regresó rápidamente a Palacio. Él tomó las dos manos cortadas y se las
presentó a su padre. Este, lleno de alegría, le donó en el acto el sello del
Reino. El Príncipe tomó como esposas a cuatro de las jóvenes que había
liberado, entre ellas a la señora del anillo; todas las demás fueron enviadas,
sin dilación, a casa de sus padres.
El
Sultán organizó grandes fiestas en todo su imperio. Los tres hermanos celosos
se colgaron de los árboles que el ogro había arrancado y que su hermano había
vuelto a plantar.
Contado por Fátima, hija de Si Mohammed El-Jennadi, de Blida.
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