Tenia Liddesdale (en el
condado de Morven) un vecino cuya historia contaremos a continuación. Es la
historia de un granjero que, en el espacio de un año, sufrió grandes y
dolorosas pérdidas. En primer lugar, su esposa y sus hijos murieron, y, poco
después de su muerte, su labrador le abandonó. El mercado de trabajos por
entonces había terminado, y no hubo manera de conseguir otro labrador que
sustituyera al que se había ido. Cuando llegó la primavera, sus vecinos comenzaron
a arar; pero él no tenía ningún hombre que sujetara el arado, y no sabía qué
hacer. El tiempo pasaba, y comenzó a perder la paciencia. Por fin, se dijo en
un arranque de cólera, que contrataría al primer hombre que pasara por allí, quienquiera
que fuese.
Poco tiempo después, un
hombre llegó a la casa. El granjero salió a recibirle, y le preguntó a dónde se
dirigía, y qué era lo que buscaba. El hombre contestó que era labrador, y que
andaba buscando trabajo.
"Yo necesito un
labrador, y, si nos ponemos de acuerdo en cuando a la paga, te contrato. ¿Qué
es lo que quieres por toda la temporada, desde hoy hasta el día en que la mies
haya sido recolectada y almacenada?"
"Sólo tanto maiz,
cuando esté seco, como yo pueda llevar en una 'mimbrada'."
"Lo tendrás",
dijo el granjero, y con esto cerraron el trato.
A la mañana siguiente, el
granjero salió con el labrador, y le enseñó los campos que tenía que arar.
Antes de que el granjero se fuera, el labrador fue hasta el bosque, y, cortando
tres estacas, volvió con ellas, y colocó una a la cabeza de cada uno de los campos.
Cuando hubo hecho esto, dijo al granjero, "ahora haré el trabajo solo, y
ya no debes preocuparte más por la labranza".
Y dicho esto, regresó a
la casa y permaneció ocioso todo el día. Al día siguiente, volvió a permanecer
tan inactivo como el anterior. Después de pasar un tiempo de esta manera, el
granjero le dijo que ya era hora de que empezara a trabajar, porque la primavera
se estaba pasando, y los vecinos ya tenían terminada la mitad de su labor.
Pero él respondió, "oh, nuestra tierra todavía no está lista".
"¿Qué te hace pensar
eso?"
"Oh, lo sé por las
estacas", aseguró.
Si el retraso del
labrador extrañaba al granjero, esta respuesta le extrañó todavía más. Y
decidió vigilarlo, para ver lo que hacía.
El granjero se levantó
temprano a la mañana siguiente, y vio al labrador yendo hacia el primer campo.
Cuando llegó, sacó la estaca que había en un extremo, y se la acercó a la
nariz. Luego, sacudió la cabeza y volvió a poner la estaca donde estaba. Dejó
el primer campo, y se fue al otro, y así, probando las estacas, sacudiendo la
cabeza, y poniéndolas de nuevo en la tierra, los recorrió todos y acabó
volviendo a la casa. A la mañana siguiente, salió de nuevo a los campos. Cuando
llegó a la primera estaca, la sacó del suelo y se la llevó a la nariz, como
había hecho las veces anteriores. Pero, apenas hubo hecho esto, arrojó la
estaca lejos de él, y corrió hacia la casa tan rápidamente como pudo.
Una vez allí, cogió los
caballos, los mimbres, y el arado, y cuando llegó al extremo del primer campo
con todo ello, clavó la reja en la tierra, y gritó:
"Mis caballos y mis correas de cuero, y mis esforza dos mozos.
iLa tierra se está elevando!"
Entonces, comenzó a arar,
sin cesar en todo el día y a una marcha terrible; y, antes de que el sol se
pusiera aquella noche, no quedaba ni un palmo dé suelo, en los tres campos, que
no estuviese arado, sembrado y gradado. Cuando el granjero vio esto, se sintió
extrema-damente complacido, porque tenía su trabajo terminado tan pronto como
sus vecinos.
El labrador se mostraba
rápido y dispuesto en hacer todo cuanto se le decía, y así, él y el granjero se
avinieron bastante bien hasta que llegó la recolección. Un día, cuando la
siega hubo terminado, el granjero dijo que creía que el maiz estaba ya lo bastante
seco como para almacenarlo. El labrador probó una o dos mazorcas, mas replicó
que todavía no estaba bien seco. Pero, pocos días más tarde, afirmó que ya
estaba listo.
"Si es así",
dijo el granjero, "será mejor que empecemos a almacenarlo."
"No lo haremos hasta
que antes me des mi parte", dijo el labrador.
Entonces, se fue al
bosque, y en seguida volvió, con un gigantesco armazón de mimbres, pelados y
entrelazados. Lo extendió sobre el campo y comenzó a echar en él mazorca tras
mazorca, hasta que había cogido casi todas las que había recolectado. El granjero
le preguntó qué era lo que se proponía.
"Tú me prometiste,
como paga, tanto maíz como pudiera llevarme en una `mimbrada', y aquí la tengo
ahora", dijo el labrador, mientras cerraba el armazón.
El granjero vio que iba a
quedar arruinado por el labrador, y exclamó:
"En día de Mercado tuve mi tierra sembrada
en día de Mercado tuve mi grano trillado
en día de Mercado tuve mi tierra gradada
Tú, que has ordenado los tres Mercados
no dejes que mi cosecha se vaya en una `mimbrada’ :"
Al instante el armazón se
rompió acompañado de un gran estruendo, que el eco contestó desde cada roca,
cercana y lejana. Entonces, el maíz se desparramó por el campo, y aquel
labrador desapareció en los cielos, en medio de una espesa niebla blanca, y
riunca se le volvió a ver.
024 Anónimo (celta)
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