Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 27 de mayo de 2012

El granjero de liddesdale

Tenia Liddesdale (en el condado de Morven) un vecino cuya historia contaremos a continuación. Es la historia de un granjero que, en el espacio de un año, sufrió grandes y dolorosas pérdidas. En primer lu­gar, su esposa y sus hijos murieron, y, poco después de su muerte, su labrador le abandonó. El mercado de trabajos por entonces había terminado, y no hubo manera de con­seguir otro labrador que sustituyera al que se había ido. Cuando llegó la primavera, sus vecinos comenza­ron a arar; pero él no tenía ningún hombre que suje­tara el arado, y no sabía qué hacer. El tiempo pasaba, y comenzó a perder la paciencia. Por fin, se dijo en un arranque de cólera, que contrataría al primer hombre que pasara por allí, quienquiera que fuese.
Poco tiempo después, un hombre llegó a la casa. El granjero salió a recibirle, y le preguntó a dónde se dirigía, y qué era lo que buscaba. El hombre contestó que era labrador, y que andaba buscando trabajo.
"Yo necesito un labrador, y, si nos ponemos de acuerdo en cuando a la paga, te contrato. ¿Qué es lo que quieres por toda la temporada, desde hoy hasta el día en que la mies haya sido recolectada y almace­nada?"
"Sólo tanto maiz, cuando esté seco, como yo pueda llevar en una 'mimbrada'."
"Lo tendrás", dijo el granjero, y con esto cerraron el trato.
A la mañana siguiente, el granjero salió con el labrador, y le enseñó los campos que tenía que arar. Antes de que el granjero se fuera, el labrador fue hasta el bosque, y, cortando tres estacas, volvió con ellas, y colocó una a la cabeza de cada uno de los cam­pos. Cuando hubo hecho esto, dijo al granjero, "ahora haré el trabajo solo, y ya no debes preocu­parte más por la labranza".
Y dicho esto, regresó a la casa y permaneció ocioso todo el día. Al día siguiente, volvió a permane­cer tan inactivo como el anterior. Después de pasar un tiempo de esta manera, el granjero le dijo que ya era hora de que empezara a trabajar, porque la prima­vera se estaba pasando, y los vecinos ya tenían termi­nada la mitad de su labor. Pero él respondió, "oh, nuestra tierra todavía no está lista".
"¿Qué te hace pensar eso?"
"Oh, lo sé por las estacas", aseguró.
Si el retraso del labrador extrañaba al granjero, esta respuesta le extrañó todavía más. Y decidió vigi­larlo, para ver lo que hacía.
El granjero se levantó temprano a la mañana siguiente, y vio al labrador yendo hacia el primer campo. Cuando llegó, sacó la estaca que había en un extremo, y se la acercó a la nariz. Luego, sacudió la cabeza y volvió a poner la estaca donde estaba. Dejó el primer campo, y se fue al otro, y así, probando las estacas, sacudiendo la cabeza, y poniéndolas de nuevo en la tierra, los recorrió todos y acabó volviendo a la casa. A la mañana siguiente, salió de nuevo a los cam­pos. Cuando llegó a la primera estaca, la sacó del suelo y se la llevó a la nariz, como había hecho las veces anteriores. Pero, apenas hubo hecho esto, arrojó la estaca lejos de él, y corrió hacia la casa tan rápidamente como pudo.
Una vez allí, cogió los caballos, los mimbres, y el arado, y cuando llegó al extremo del primer campo con todo ello, clavó la reja en la tierra, y gritó:

"Mis caballos y mis correas de cuero, y mis esforza­ dos mozos.
iLa tierra se está elevando!"

Entonces, comenzó a arar, sin cesar en todo el día y a una marcha terrible; y, antes de que el sol se pusiera aquella noche, no quedaba ni un palmo dé suelo, en los tres campos, que no estuviese arado, sembrado y gradado. Cuando el granjero vio esto, se sintió extrema-damente complacido, porque tenía su trabajo terminado tan pronto como sus vecinos.
El labrador se mostraba rápido y dispuesto en hacer todo cuanto se le decía, y así, él y el granjero se avinieron bastante bien hasta que llegó la recolec­ción. Un día, cuando la siega hubo terminado, el granjero dijo que creía que el maiz estaba ya lo bas­tante seco como para almacenarlo. El labrador probó una o dos mazorcas, mas replicó que todavía no estaba bien seco. Pero, pocos días más tarde, afirmó que ya estaba listo.
"Si es así", dijo el granjero, "será mejor que empe­cemos a almacenarlo."
"No lo haremos hasta que antes me des mi parte", dijo el labrador.
Entonces, se fue al bosque, y en seguida volvió, con un gigantesco armazón de mimbres, pelados y entrelazados. Lo extendió sobre el campo y comenzó a echar en él mazorca tras mazorca, hasta que había cogido casi todas las que había recolectado. El gran­jero le preguntó qué era lo que se proponía.
"Tú me prometiste, como paga, tanto maíz como pudiera llevarme en una `mimbrada', y aquí la tengo ahora", dijo el labrador, mientras cerraba el ar­mazón.
El granjero vio que iba a quedar arruinado por el labrador, y exclamó:

"En día de Mercado tuve mi tierra sembrada
en día de Mercado tuve mi grano trillado
en día de Mercado tuve mi tierra gradada
Tú, que has ordenado los tres Mercados
no dejes que mi cosecha se vaya en una `mimbrada’ :"

Al instante el armazón se rompió acompañado de un gran estruendo, que el eco contestó desde cada roca, cercana y lejana. Entonces, el maíz se despa­rramó por el campo, y aquel labrador desapareció en los cielos, en medio de una espesa niebla blanca, y riunca se le volvió a ver.

024 Anónimo (celta)

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