Un día un hombre viejo
fue a cazar focas a poca distancia de tierra. Cerca del lugar que había elegido
para cazar, la costa marina formaba un contrafuerte rocoso sobre el que había
una capa alta de nieve. Por debajo de este acantilado, un grupo de niños reía y
gritaba mientras jugaba.
Sin pensar más que en la
foca que esperaba matar, el cazador se colocó junto a lo que podría ser un
respiradero. Aquí esperó, sin moverse. Finalmente se oyó la respiración de la
foca. Levantó tranquilamente el arpón, dispuesto para el golpe mortal. De
repente se rompió el silencio. El ruido de los niños jugando al pie del
acantilado distrajo al viejo y alertó a la foca. Sumer-giéndose en las profundas
aguas, la foca escapó.
El viejo bajó el arpón de
mal humor y declaró:
-¡Esos niños! ¡Espero que
caiga la nieve del acantilado y los entierre!
Pero no pasó nada, y los
niños siguieron con sus ruidosos juegos.
Una vez más el cazador
reanudó la guardia junto al respiradero. De nuevo volvió la foca. Levantando el
brazo con el arpón tendido, el cazador esperó. Por segunda vez no pudo
lanzarlo. Las risas de los niños disgustaron tanto al viejo que la foca se
marchó de nuevo. Así las cosas, el viejo cazador apeló a sus poderes mágicos. Llamó
a los espíritus que traen mala suerte:
-¡Que esos niños queden
sepultados bajo la nieve!
Y sucedió.
Un alud de nieve cayó del
acantilado y engulló a los niños. Se cuenta que sus gemidos se oyeron durante
mucho tiempo, haciéndose poco a poco más débiles, hasta que, al fin, callaron.
Cuando los padres de los
niños vieron lo que había pasado, quisieron vengarse y fueron en busca del
viejo. Al verlos llegar, el cazador intentó huir. Cuando estaba a punto de ser atrapado,
recurrió por última vez a sus poderes mágicos y se elevó a los aires. Sus
perseguidores le vieron subir al cielo, para desaparecer finalmente y
reaparecer luego como una estrella fugaz. En las noches claras, si miras bien,
aún puedes ver al viejo huyendo por los cielos.
Fuente: Maurice Metayer
036 Anónimo (esquimal)
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