En cierta ocasión un
campesino se dirigió a la ciudad cercana, el día de mercado. Llevaba una
carretilla cargada de peras excelentes que se disponía a vender.
Después de un largo
viaje, dejó su carretilla en un rincón sombreado, secose el sudor de la frente
y dirigió una mirada a su alrededor. Vio que abundaban los compradores que, en
breve, hicieron corro en torno de su puesto, pues ya sabían casi todos que
vendía unas peras excelentes, aunque solía pedir por ellas un precio bastante
elevado.
Mientras el campesino
pregonaba su mercancía a grito pelado, apareció un pobre sacerdote, anciano,
andrajoso y con cara de hambriento. Detúvose ante la carretilla y, con la mayor
humildad, se dirigió al vendedor diciéndole.
-¿Quisierais, digno
amigo, darme una de vuestras peras? Tengo hambre y sed y a vos no os causará
ningún perjuicio el regalo.
-¿Te has figurado, acaso,
que cultivo mis peras para regalarlas al primero que llegue? -contestó el
campesino, que era muy avaro y tenía un genio bastante malo-. Ten la seguridad
de que no voy a darte ninguna.
Pero tales palabras no
desanimaron al pobre sacerdote, que continuó en el mismo sitio y entonces el
campesino empezó a dirigirle todos los insultos que se le ocurrieron.
-Tenéis muchos centenares
en vuestro carro, mi querido amigo -contestó, afablemente, el pobre sacerdote-,
y yo sólo os pido una. Ni siquiera echaréis de menos el valor de este regalo.
Además, aun en el caso de que no accedáis a mi súplica, no por eso debéis encolerizaros.
-¡Dale una pera que esté
algo pasada! aconsejó un individuo del público.
-¡El viejo tiene razón!
-exclamó otro-. Ni siquiera la echarás de menos.
-¡He dicho que no se la
doy, y lo sostengo! -gritó el campesino cada vez más enojado.
Entre los curiosos
surgieron algunos rumores que, al fin, se convirtieron en gritos y tal fue, por
fin, el escándalo que armaron, que el agente de autoridad del mercado, al
oírlo, acudió presuroso. En cuanto se hubo enterado de lo que ocurría, tomó
unas monedas de la cuerda que llevaba, compró una pera y se la entregó al pobre
sacerdote. Lo hizo así por dos razones: primera, impulsado por la compasión, y
luego a fin de evitar que el escándalo llegase a oídos de su superior que,
precisamente, entonces andaba por el mercado.
El mísero sacerdote tomó
la pera, hizo una profunda reverencia y, sosteniéndola con la mano en alto, la
mostró al grupo, diciendo:
-Todos sabéis muy bien
que no tengo casa ni hogar, parientes, hijos, ropa y comida, porque en cuanto
me hice sacerdote renuncié a todo. Por eso me asombra el hecho de que alguien
pueda ser tan egoísta y avaro como para negarme una pera. Yo, en cambio, soy
muy diferente de este campesino. Tengo aquí algunas peras magníficas y me
sentiré muy honrado si os dignáis aceptarlas.
-Pues ¿por qué no te las
comías en vez de mendigar una? -preguntó uno de los individuos del grupo.
-¡Oh!-contestó el
sacerdote-, antes es preciso hacer de modo que se produzcan.
Comióse la pera y sólo
dejó una semilla. Luego tomó un pequeño pico que llevaba sujeto a la espalda,
practicó un profundo agujero en el suelo a sus pies, puso allí la semilla y la
cubrió de tierra.
-¿Querrá alguien hacerme
el favor de ir en busca de un poco de agua caliente para regar esta semilla?
-preguntó.
Los curiosos que le rodeaban
se figuraron que sólo se proponía bromear, pero uno de ellos echó a correr en
busca de un jarro de agua hirviente y, a los pocos instantes, regresó con él.
Lo entregó al sacerdote quien, con el mayor cuidado, derramó el agua sobre el
lugar en que había sembrado la semilla.
Entonces y cuando aun no
había acabado de arrojar el agua, todo el mundo pudo ver cómo surgía de la
tierra un diminuto tallo verde, luego otro; después una hoja, otra y mientras
tanto la planta crecía rápidamente hasta alcanzar grande altura y
convirtiéndose, de un modo gradual, en un arbolito provisto de algunas ramas y
unas cuantas hojas; aumentó el número de éstas y luego aparecieron flores y,
por fin, surgieron las peras, primero diminutas, pero aumentaron rápidamente de
tamaño, maduraron, difundieron un olor delicioso y, por fin, fueron ya tan
pesadas que las ramas se inclinaron hacia el suelo.
En cuanto hubo logrado
este resultado, radió de placer el rostro del sacerdote y los curiosos
empezaron a proferir voces de asombro.
El sacerdote arrancó las
peras, una por una, hasta que el árbol quedó desprovisto de ellas y hecho esto
ofreció los frutos uno a uno a todas las personas que formaban el grupo,
haciendo, al mismo tiempo, una profunda reverencia. Luego tomó de nuevo el
pico, golpeó el árbol por su base, hasta que cayó con un chasquido, se cargó el
tronco al hombro y, haciendo una reverencia final, se alejó.
Mientras sucedió todo
esto, el campesino olvidó por completo su carretilla y sus peras, pues fue a
situarse al centro del grupo y aun se puso de puntillas y esforzó la vista lo
más que pudo para darse mejor cuenta de aquel suceso maravilloso. Pero en
cuanto se hubo marchado el viejo sacerdote y los componentes del grupo
empezaron a diseminarse, el campesino se dirigió a su carretilla y,
horrorizado, se dio cuenta de que estaba vacía por completo.
Habían desaparecido todas
las peras, sin exceptuar una sola.
De pronto comprendió todo
lo ocurrido. Las peras que el viejo sacerdote regaló con tanta generosidad, no
eran otras que las del campesino. Y es más, una de las varas de su carretilla
había desaparecido y su dueño estaba seguro de que, antes, estaba allí, pues no
en vano había empujado el vehículo durante todo el camino.
El campesino estaba
rabioso y echó a correr con toda la rapidez que le fue posible siguiendo la
misma dirección que el sacerdote, pero cuando daba la vuelta a la esquina, vio,
apoyada en la pared, una de las varas de su carro que, sin duda alguna, era el
mismo peral que el sacerdote había cortado con su pico. Todo había sido una
ilusión diestramente forjada para vengarse de él y engañar al público.
Y en cuanto la gente se
enteró de lo ocurrido, hubo en el mercado un coro general de carcajadas, hasta
el punto de que a muchos se les caían las lágrimas. En cuanto al viejo
sacerdote, nadie volvió a verle.
026. Anónimo (corea)
Hola solo quisiera saber el año en que se escribió este cuento
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