Oh, es un tipo muy
inteligente, Reynard, el Perro Bermejo; el zorro, como supongo
que todos le llamáis. ¿Habéis oído alguna vez de qué manera se desembaraza de
sus pulgas? Busca y busca, hasta que elige un mechón de lana: entonces, lo coge
con la boca, baja hasta el río, vuelve su cola hacia la corriente y se adentra
de espaldas en ella. Cuando el agua llega hasta sus ancas, las diminutas pulgas
son arrastradas por ella, y cuanto más profundamente se zambulle, más pulgas se
van, hasta que, al final, sólo su hocico y su mechón de lana asoman por encima
de la corriente; entonces, las pequeñas pulgas corren todas hasta su hocico y,
de allí al mechón de lana. Inmediatamente, el zorro sumerje su nariz, y pronto
ésta se queda libre de ellas; luego, deja suelto el mechón de lana, y así, se
ha librado de sus pulgas.
Ah, pero esto no es nada
comparado con el modo en que atrapa patos para cenar. Primero recoge algo de
brezo, y esconde su cabeza dentro de él, se desliza corriente abajo hasta el
lugar donde los patos están nadando, éstos se acercan a él pues a todo el mundo
le gusta una ramita de brezo flotante. Entonces, lo deja ir, y -ñam, ñam, ñam-
hasta que no queda un pato vivo. Y es tan valiente como inteli-gente. Dicen de
uno que, una vez, encontró una gaita sola tirada en el suelo, y, como estaba
muy hambriento, empezó a mordisquear la bolsa: pero, tan pronto como hizo un
agujero en ella, salió un chillido. ¿Se asustó el Perro Bermejo? En absoluto:
todo lo que dijo fue: "Vaya, musica para cenar."
Una vez, un Perro Bermejo notó, durante algunos días
la presen-cia cercana de una familia de chochas, y en seguida pensó en merendársela.
Podía haber tenido bastante con una, pero estaba resuelto a acabar con el lote
entero -padre y dieciocho hijos-, todos tan parecidos que no podía distinguir
uno de otro; ni siquiera al padre de los hijos.
"No sirve de nada
matar a un hijo", se dijo el zorro, "porque el viejo se alarmará y
volará lejos con los otros diecisiete. Me gustaría saber cuál de ellos es el
anciano".
Con el fin de
averiguarlo, puso su inteligencia a trabajar, y un día, que vio a todos ellos
jugando en un cobertizo, se sentó a observarlos. Todavía no podía estar
seguro.
"Ahora lo
tengo", se dijo; "¡buen golpe, el del anciano! Le da de verdad",
gritó.
"¡Oh!",
respondió el que sospechaba que era el cabeza de la familia, "si hubieses
visto los golpes de mi abuelo, ya podías haber dicho eso".
El astuto zorro se lanzó
sobre el padre, y se lo comió en un santiamén, despues, atrapó y dispuso de los
dieciocho hijos, que volaban aterrorizados por el granero.
Hacía mucho tiempo que un
cazador intentaba atrapar a nuestro amigo el zorro, y ya había recorrido todos
los parajes posibles durante la estación fría. Un día, al anochecer, se quedó
dormido en su cabaña; y, cuando abrió los ojos, vio al zorro sentado con gran
solemnidad junto al fuego. Había entrado por el agujero que había en el suelo
para conveniencia del perro, el gato, el cerdo, y la gallina.
"¡Ajá!", dijo
el cazador, "al fin te tengo". Y corrió a sentarse sobre el agujero,
para impedir la escapada de Reynard.
"¡Ajá!" dijo el
zorro, "pronto haré a ese estúpido levantarse de ahí". Entonces,
cogió los zapatos del hombre, y los puso en el fuego, para ver si eso hacía
moverse a su enemigo.
"No me voy a
levantar por eso, caballero", dijo calmadamente el cazador.
A los zapatos siguieron
los calcetines; chaquetón y pantalones compartieron seguidamente el mismo
destino, pero todavía el hombre seguía sentado sobre el agujero. Por fin, el
zorro, habiendo quemado la cama y las ropas de cama, dió fuego al montón de
paja sobre el que yacía su carcelero, y las llamas se levantaron hasta el
techo.
"¡No! ¡eso ya no lo
aguanto!", gritó el hombre, levantándose de un salto; por donde el zorro,
aprovechándose del humo y la confusión, hizo su escapada.
Pero el Señor Reynard no
siempre se salía con la suya.
Un día se encontró a un
gallo, y comenzaron a charlar.
"¿Cuántos trucos
sabes hacer tú?", le preguntó el zorro.
"Bueno", dijo el
gallo, "podría hacer tres; ¿y tú cuantos puedes hacer?
"Yo podría hacer
tres veintenas más trece", respondió el zorro.
"¿Qué trucos sabes
hacer?", inquirió el gallo
"Bueno",
contestó el zorro, "mi abuelo solía cerrar un ojo y daba un fuerte
grito".
"Yo también puedo
hacer eso", replicó el gallo.
"Hazlo", dijo
el zorro. Y el gallo cerró un ojo y cacareó tan fuerte como nunca lo había
hecho, pero cerró el ojo que daba al lado donde estaba el zorro, y éste lo
aprovechó para cogerle por el cuello y correr con él. Pero la dueña del gallo
lo vio, y le gritó, "¡suelta a ese gallo; es mío!"
"Replícale",
dijo el gallo al zorro, "y dile: `Oh cantora de dulce voz, es mi propio
gallo', si eres capaz de hacerlo".
Entonces, el zorro al
abrir la boca para decirlo que el gallo quería, dejó caer al gallo, y éste se
subió a toda prisa al tejado de la casa, y, cerrando un ojo, soltó un tremendo
grito.
Pero ése es el mismo
zorro por el que el Señor Lobo perdió, hace mucho tiempo, su cola. ¿Nunca
habéis oído la historia?
Un día el zorro y el lobo
andaban juntos de correrías, y robaron un plato de gachas. En aquellos días,
el lobo era el más grande de los dos animales, tenía la cola más larga, como la
de un galgo, y los dientes más grandes.
El zorro tenía miedo de
él, y no se atrevió a decir ni palabra aún cuando el lobo se comió la mayor
parte de las gachas, dejando tan sólo un pequeño resto en el fondo del plato
para él; pero decidió para sí que lo castigaría por eso.
La noche siguiente,
cuando estaban juntos otra vez, el zorro señaló la imagen de la luna en una
charca helada, y dijo:
"Huelo a queso del
mejor, y está ahí, mira." "¿Y cómo vas a hacer para
conseguirlo?", preguntó el lobo.
"Tú espera aquí,
mientras voy a ver si el granjero está dormido. Y tú pon la cola dentro, así
nadie la verá ni sabrá que está ahí. Mantenla bien quieta. No tardaré mucho
en volver."
Y el lobo se tumbó, y
puso su cola sobre el hielo a la luz de la luna, y la tuvo allí una hora, hasta
que se quedó pegada. Entonces, el zorro, que había estado observándolo, corrió
a la casa y gritó para que el granjero le oyera: "¡El lobo está ahí
fuera; y se quiere comer a los niños!, ¡el lobo! ¡el lobo!"
Entonces, el granjero y
su mujer salieron con estacas para matar al lobo, y el lobo que los vio se dio
a la fuga, dejando atrás su cola fuertemente pegada al hielo. Y es por eso que
el lobo ha tenido, desde entonces, una cola rechoncha y corta, mientras que el
zorro tiene una cola larga y lanuda.
Un día, poco después de
esto, el Señor zorro vio a un magnífico gallo y a una lustrosa gallina, y en
seguida los quiso para cenar; pero, cuando lo vieron aproximarse, ambos volaron
hasta la cima de un árbol. El zorro, sin embargo, no se desanimó, y entabló
conversa-ción con ellos, invitándoles, al fin, a dar un paseo con él.
No había peligro, les
dijo, ni debían tener miedo de que les hiciera ningún daño, porque había paz
entre el hombre y las bestias, y entre los distintos animales.
Por fin, después de mucha
palabrería, el gallo le dijo a la gallina, "querida, ¿no ves un par de
sabuesos venir campo a través?", como único medio de librarse de tan
incómodo asedio y así salvar la vida.
"Sí", exclamó
la gallina, "y pronto estarán aquí".
"Si es así, creo que
es hora de que me vaya", dijo el astuto zorro, "porque me temo que
estos estúpidos sabuesos no hayan oído hablar de la paz".
Y puso sus pies a toda
marcha, y no se detuvo a respirar hasta que llegó a su madriguera.
Pero el Señor Rory no
había terminado aún con su amigo el lobo. Y fue a hacerle una visita, cuando su
muñón se hubo curado.
"Menuda suerte
tienes", le dijo al lobo. "Ahora que no tienes que llevar todo eso
detrás, podrás correr con más ligereza."
"¡Aléjate de mí,
traidor!", gritó el lobo.
Pero el Señor Reynard
protestó: "¿De modo que soy un traidor, cuando no he venido a verte sino
para decirte que he encontrado un cuñete de mantequilla?"
Después de mucho regañar
y refunfuñar, el lobo accedió a ir con el Señor Zorro.
Y allá iban los dos
juntos otra vez, el Perro Bermejo y el Perro Salvaje, el zorro y el lobo; y
fueron bordeando la orilla del mar, hasta que encontraron el cuñete de
mantequilla, y lo enterraron.
A la mañana siguiente, el
zorro salió, y cuando volvió dijo que un hombre le había invitado a un
bautizo. Y se arregló con excelentes atavíos, y se marchó, y ¿a dónde fue sino
al barrilete de mantequilla? Cuando volvió a casa, el lobo le preguntó cómo se
llamaba el niño, y él dijo que Cabeza Dentro.
Al día siguiente dijo que
otro hombre había venido a invitarle a otro bautizo, y se dio otra vuelta por
la mantequilla, y se comió la mitad o así. El lobo le preguntó, cuando estuvo
de vuelta, el nombre del niño.
"Pues",
contestó el zorro, "es un nombre bastantes extraño que yo, desde luego,
no le pondría a mi hijo, si lo tuviera; es Mitad y Mitad".
A la mañana siguiente
dijo de nuevo que un hombre desconocido le había invitado a otro bautizo; y
otra vez fue a hacerle una visita al barrilete, y acabó con la mantequilla.
Cuando regresó a casa, el lobo le volvió a preguntar por el nombre del niño, y
él dijo que se llamaba Todo Acabado.
Al día siguiente le dijo
al lobo que deberían traer el barrilete a casa. Y fueron por él, y cuando
llegaron, no había ni sombra de mantequilla dentro.
"Vaya, seguro que tú
has venido a visitarlo sin mí", dijo el zorro.
El otro juró que él no se
había acercado allí para nada.
"No necesitas jurar;
yo sé que sí has venido, y que has sido tú quien se la ha comido; pero sabré
por ti mismo, cuando lleguemos a casa, si has sido tú o no quien se ha
terminado la mantequilla", dijo amenazante el zorro.
Se fueron de allí, y
cuando llegaron a casa, colgó al lobo de sus patas traseras, con la cabeza
hacia abajo y puso un poco de mantequilla que había guardado bajo la boca del
lobo, como si fuera de su barriga de donde hubiera salido.
“¡Maldito ladrón!",
exclamó, "ya sabía que eras tú quien se había comido la mantequilla".
Aquella noche, sin
embargo, se fueron a dormir, y por la mañana, cuando se levantaron, el zorro
dijo:
"Bien; creo que es
de tontos estar muriéndose de hambre de esta manera, sólo por pereza; iremos a
una hacienda y nos haremos con un pedazo de tierra para trabajarla."
Llegaron a la hacienda, y
el dueño les cedió un pedazo de tierra por valor de siete libras sajonas.
Aquel año se dedicaron a
cultivar avena. Una vez la hubieron segado, se pusieron a repartirla.
"Bien, pues",
dijo el zorro, "¿qué prefieres, la base o la punta?, te dejo
escojer".
"Prefiero la
base", contestó el lobo.
Entonces, el zorro tuvo
aquel año buen pan de avena, y el lobo sólo forraje.
Al año siguiente plantaron
de nuevo, esta vez fueron patatas, y crecieron bien.
"¿Qué prefieres este
año, la raíz o el tallo?", preguntó el zorro al lobo cuando las hubieron
recogido.
"No creas que me la
vas a jugar esta vez; desde luego, cogeré lo de arriba", dijo el lobo.
"Muy bien,
héroe", le replicó el zorro.
Y así, el lobo consiguió
los tallos de las patatas, y el zorro las patatas.
Aunque el lobo le solía
robar las patatas al zorro. Por eso un día le tendió de nuevo otra trampa:
"A que no eres capaz
de leer el nombre que hay escrito en los cascos de la yegua gris", le dijo
el zorro al lobo, éste, aceptando la provocación allá se fue e intentó leer el
nombre, y en una de esas veces, la yegua levantó la pata, y le rompió la cabeza
al lobo.
"¡Oh!", exclamó
el zorro, "hace mucho que no oigo mi nombre. Es mejor atrapar gansos que
leer libros".
Y se fue a casa, y el
lobo ya no le molestó más.
Pero el Perro Bermejo
encontró al fin su rival, como ahora veréis.
Un día, el zorro iba
hacia un lago, y se encontró en el camino con un pequeño ratón, y el zorro le
preguntó que a dónde se dirigía. El ratón le contestó que iba a cierto lugar.
"Y, ¿de dónde
vienes?", preguntó de nuevo el zorro.
"Vengo de Geeogan, y
antes vine a Cooaigean, y antes, de la losa de piedra de Bonnach, y antes, del
ojo del molinillo, y, si puedo, me iré lejos de ti", contestó el
ratoncillo.
"Bien, yo te llevaré
sobre mi espalda", dijo el zorro.
"No, que me comerás,
que me comerás", protestó el pequeño ratón.
"Monta, pues, en el
extremo de mi cola", dijo el zorro.
"¡Oh no! no lo haré;
que me comerás también", replicó el ratón.
"En mi oreja,
entonces", sugirió el zorro.
"No, no quiero, que
me comerás igual." "Métete en mi boca", propuso el zorro.
"Así sí que me
comerás, sin duda alguna", dijo el ratón.
"Oh no, no te voy a
comer", aseguró el zorro. "Cuando estoy andando no puedo comer nada
en absoluto."
Y se metió en la boca del
zorro.
"¡Ajá!", pensó
el zorro, "ahora puedo darme el gusto contigo. Siempre se ha dicho que un
bocado duro es bueno para la boca".
El zorro se comió al
ratón. Entonces se fue hasta el lago, atrapó a un pato que había en él y se lo
comio.
Después, anduvo hasta la
ladera de una colina, y se puso a rascarse los costados en ella.
"¡Oh, cielos! ¡qué
fácil sería ahora meterme una bala en las costillas!", comentó divertido.
Y un cazador que pasaba
por allí oyó esto.
"En seguida la vas a
tener", exclamó.
"Maldito sea este
lugar", dijo el zorro, "en el que una criatura no puede decir una
palabra en broma sin ser tomada en serio".
El cazador cargó con una
bala su escopeta, disparó al zorro y lo mató, y aquél fue el fin del Perro
Bermejo.
024 Anónimo (celta)
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