Hubo un tiempo, hace ya muchísimos
años, en que los animales de la selva andaban bastante escasos de agua. Los
pobres no sabían dónde podían encontrar agua para beber.
Después de mucho buscar, lograron
hallar una fuente donde había un poco de agua, muy escasa, porque era poco
profunda.
-Hagámosla más honda para tener agua
en abundancia -dijeron.
El chacal se negó a trabajar con
ellos,
Cuando hubieron terminado, se
reunieron y acordaron vigilar la fuente para impedir que bebiera el chacal, ya
que no había querido ayudarles a obtener más agua.
El primer día pusieron de guardia al
conejo, mientras unos salían de caza y los otros iban a pacer.
Cuando estuvieron lejos, el chacal se
acercó a la fuente y gritó:
-¡Buenos días, conejo! ¡Buenos días,
amigo!
El conejo devolvió el saludo.
Entonces el chacal se aproximó al
vigilante, desató el pequeño saco que llevaba colgado al hombro y extrajo de él
un trozo de miel que se puso a mordisquear.
-¿Qué te parece, conejo? -le dijo- ¿Te
gustaría comer un poco de esta miel exquisita?
El conejo respondió:
-Claro que sí... Dame...
El chacal cortó un trocito diminuto y
se lo dio.
-¡Qué rico está! -exclamó el conejo
cuando lo hubo probado-. ¡Dame más!
El astuto chacal le respondió:
-Si quieres que te dé más tienes que
dejarte atar las patas y tumbarte panza arriba.
Accedió el conejo, y cuando estuvo con
las patas atadas, incapaz de moverse, el chacal se acercó a la fuente y estuvo
bebiendo hasta saciarse.
Cuando hubo terminado se volvió
tranquilamente a su cueva.
Aquella noche, cuando los animales
volvieron dijeron al conejo:
-¿Cómo te has dejado engañar? ¡Serás
tonto!
El conejo respondió:
-Ha sido culpa del chacal. Me dijo que
me daría un buen trozo de miel si me dejaba atar las patas y me tumbaba panza
arriba... Luego vi que todo era una artimaña para beberse nuestra agua...
Los animales le dijeron:
-Eres tonto... Te dejamos vigilando,
para que impidieras que el chacal, que se había negado a trabajar con nosotros,
se aprovechara de nuestro trabajo, y le dejaste beber hasta saciarse...
Después de deliberar un momento,
decidieron que el que se quedara a vigilar la fuente fuese el animal que
hubiese dado ya pruebas evidentes de inteligencia.
La liebre se apresuró a responder:
-Yo me encargaré de eso.
Al día siguiente partieron los
animales, dejando a la liebre a cargo de la vigilancia de la fuente.
Cuando estuvieron lejos, se acercó el
chacal y dijo:
-¡Buenos días, amiga liebre! ¡Buenos
días!
La liebre le devolvió el saludo.
El chacal le dijo:
-Dame un poco de tabaco.
-No tengo -respondióle la liebre.
El chacal se descolgó entonces el saco
que llevaba al hombro, sacó de él un trozo de miel dura y se puso a
mordisquearla.
-¿Qué es lo que comes? -preguntóle la
liebre.
-Un manjar exquisito, regalo de un
pariente mío... Además de su dulzor exquisito, humedece el paladar y quita la
sed. Por eso no quise trabajar con vosotros... ¿Qué necesidad tenía de
fatigarme, poseyendo esto que me alimenta y me refresca a un tiempo?
-¿Quieres dejármelo probar?
-No tengo inconveniente; pero para
ello tienes que dejarte atar las patas por detrás del lomo. Luego te tumbarás
boca arriba y te echaré en la boca de este manjar divino.
La liebre respondió sin vacilar:
-Átame, pues...
El chacal se apresuró a hacerlo, y
cuando tuvo bien atada a la liebre descendió a la fuente y se hartó de agua,
sin prestar atención a los gritos de protesta de la burlada liebre.
Aquella noche, cuando volvieron los
animales, vieron con sorpresa que la fuente estaba casi agotada, y que la
liebre, inmóvil, había sido atada exactamente igual que el conejo.
-¿Qué te ha sucedido? -le
preguntaron-. ¿Cómo te has dejado engañar con el mismo truco que el tonto del
conejo, tú, que presumías de astuta? ¿Dónde podremos beber ahora?
La liebre se lamentó del engaño del
chacal, que, después de prometerte un buen trozo del rico manjar que alimentaba
y quitaba la sed a un tiempo, la había atado, dejándola inmóvil, y se había
bebido casi toda el agua de la fuente.
-¿Quién va a montar la guardia, ahora,
si no podemos confiar ni en la liebre? -se dijeron.
La pantera, después de reflexionar un
instante, exclamó:
-¡Ya sé!... Mañana montará la guardia
la tortuga.
Como de costumbre, los animales
partieron de madrugada, a cazar unos, a pasear otros, dejando a la tortuga
encargada de velar el agua.
Apenas se hubieron perdido de vista,
apareció el chacal, que saludó atentamente a la celadora.
-¡Buenos días, señora tortuga! ¡Buenos
días!
La aludida no respondió.
-¡Buenos días, señora tortuga! ¡Buenos
días!
Silencio.
Entonces el chacal se dijo:
-La guardadora de la fuente es más
tonta que sus antecesores. Voy a darle la vuelta de un puntapié y luego me
aprovecharé para beberme toda el agua de la fuente.
Aproximóse lentamente a la tortuga y
volvió a decir en voz baja:
-¡Buenos días, señora tortuga! ¡Buenos
días!
La tortuga no respondió.
Entonces, dando un salto, el chacal
dio con las patas de delante, y la volvió sobre la espalda.
Inmediatamente se acercó a la orilla
de la fuente y empezó a beber tranquilamente.
Pero la tortuga, con un esfuerzo, se
puso derecha y se aferró con los dientes a una pata del chacal.
Éste dio un grito de dolor y exclamó:
-¡Suelte, señora tortuga suelte! ¡Me
va a quebrar la pata!
Pero no consiguió sino que la tortuga
apretara con más fuerza.
El chacal se descolgó el zurrón y dio
a oler a la tortuga el perfume de la miel; pero ella volvió la cabeza y se negó
a oler en absoluto.
-Estoy dispuesto a darte mi zurrón con
todo lo que contiene -murmuró el chacal.
Pero la tortuga no soltó su presa.
Al fin vinieron los otros animales.
Cuando el chacal los vio venir dio un salto terrible, después de liberarse de
la presa de la tortuga con un gran esfuerzo, y huyó a todo correr.
Los animales dijeron a la tortuga:
-Te felicitamos, compañera. Has demostrado
tu valentía impidiendo que el chacal nos robara el agua como en otras
ocasiones. En lo sucesivo, nosotros nos encargaremos de proporcionarte el
alimento que necesites.
Entre tanto, el chacal, ebrio de
furor, fue a dar rienda suelta a su cólera al bosque, y viendo un nido de
palomas, dijo a la madre:
-Échame a uno de tus pichones, si no
quieres que los devore a todos.
La paloma, asustada, le echó uno de
sus pequeñuelos.
Cuando el chacal se alejó, la
desgraciada madre se puso a llorar descon-soladamente.
Acertó a pasar por allí una garza y,
al ver llorar a la paloma, le preguntó:
-¿A qué se deben tus lágrimas?
La paloma respondió:
-El chacal me amenazó con devorar a
todos mis pequeñuelos si no le echaba uno y no tuve más remedio que hacerlo.
-Hiciste mal -respondió la garza-. Si
hubiese podido coger a todos tus pichones no se habría conformado con uno
solo... No puede saltar hasta tu nido, paloma... No vuelvas a dejarte
engañar...
La garza continuó su camino.
Al poco volvió el chacal, que gritó a
la paloma:
-Dame otro de tus pichones, si no
quieres que te deje sin uno siquiera.
Pero la paloma respondió:
-Te quedarás con las ganas, asesino...
No me engañarás otra vez.
El chacal intentó vanamente saltar
hasta el nido de la paloma. No consiguió más que romperse una uña y hacerse
varias desgarraduras en la piel con los salientes de la pelada roca en cuya
cima tenía su nido la paloma.
Finalmente, fatigado de su inútil
esfuerzo, el chacal preguntó:
-¿Cómo es que esta mañana no te
negaste a darme un pichón y esta tarde sí?
-Porque he recibido un consejo.
-¿De quién?
La paloma, que no sabe mentir,
respondió:
-De la garza.
-¿Dónde está ahora?
-Allá, detrás del cañaveral.
El chacal se alejó de la paloma y se
dirigió hacia el lugar en que se hallaba la garza. Cuando llegó cerca de ella
le preguntó:
-¿Hacia qué lado te vuelves cuando
sopla el viento de allá, garza?
La garza le respondió:
-¿Y tú?
-Yo me vuelvo hacia este lado.
-Pues yo o mismo que tú - declaró la
garza.
El chacal preguntó de nuevo:
-¿Y cuando el viento viene de esta
dirección?
-¿Hacia qué lado te vuelves tú?
-Hacia éste.
-Pues yo también.
El chacal, irritado, siguió
preguntando:
-¿Hacia qué lado te vuelves cuando
viene la lluvia de allá?
-¿Hacia qué lado te vuelves tú?
-preguntó la garza.
-Hacia éste.
-Pues yo también.
El chacal meditó un instante y
continuó interrogando:
-¿Qué haces cuando la lluvia cae recto
al suelo?
La garza respondió:
-¿Qué haces tú?
-Pues me cubro la cabeza con las
patas... Así...
-Pues yo me la cubro con las alas...
Así...
En aquel mismo instante, el astuto
chacal saltó sobre la garza y la asió por el cuello.
La garza le suplicó que tuviera piedad
de ella, pero el chacal le respondió:
-Te devoraré por haber enseñado a la
paloma a burlarse de mí.
La garza, viéndose perdida, contestó:
-Si me dejas libre te diré dónde tiene
su cubil una pantera que tiene varios cachorros recién nacidos, de los que a ti
te gustan.
El chacal respondió sin vacilar:
-Condúceme enseguida allá y te
soltaré.
La garza le dijo el camino, pero el
chacal no la soltó hasta que se convenció de que no lo engañaba. Cuando olió la
presencia de los cachorros de la pantera y los oyó runrunear, dio la libertad a
la garza, asegurándole que como la sorprendiera en otra ocasión metiéndose en
camisas de once varas, no tendría compasión de ella.
El chacal se acercó al cubil de la
pantera y, viendo a la pantera madre asomar la cabeza, le dijo respetuosamente:
-¡Buenos días, señora! ¿Quiere que
cuide de sus preciosos hijos mientras está usted de caza?
La pantera respondió:
-Eres muy amable, mi buen chacal...
Desde luego que quiero... Lloran mucho durante mi ausencia... Gracias, chacal,
gracias... Quédate aquí y hasta luego...
El chacal se apresuró a entrar en el
cubil de la pantera y vio que había diez cachorros.
Sin titubear, estranguló a uno de
ellos de un zarpazo y lo devoró.
Cuando llegada la noche volvió la
pantera de la caza, se acercó a la puerta del cubil y gritó desde fuera:
-Chacal, haz salir a mis pequeños.
El chacal hizo salir a uno. Cuando
hubo mamado y volvió, le dio salida a otro; luego a otro... Finalmente, después
de mamar el noveno, hizo salir de nuevo al primero; por lo que la pantera no se
dio cuenta de que le faltaba uno.
Al día siguiente, cuando la pantera
regresó de la caza, gritó al chacal, que, había aprovechado su ausencia para
devorar a otro de los cachorrillos:
-¡Chacal, haz salir a mis pequeños!
El chacal dio salida, uno a uno, a los
ocho que quedaban; luego hizo salir de nuevo al primero y detrás de él al
segundo, con lo que la pantera no notó la falta de ninguno de sus hijos.
Al día siguiente, el chacal devoró a
otro de los cachorros de la pantera, a la cual engañó del mismo modo, y así
fueron pasando los días hasta que se comió el último.
Entonces hizo un agujero por la parte
posterior de la caverna y esperó la llegada de la pantera.
Cuando ésta regresó de la caza, dijo
al chacal:
-Haz salir a mis pequeños.
El chacal respondió:
-¿Habráse visto descaro igual?... Te
los has comido a todos y ahora vienes a decirme que los haga salir...
La pantera repitió irritada:
-Haz salir a mis pequeños, chacal.
En vista de que no recibía respuesta,
la fiera entró en su cubil, de donde el chacal acababa de salir por la abertura
que había practicado por detrás.
Buscó en vano a sus cachorros y no
encontrándolos salió por el mismo agujero que el chacal y emprendió su
persecución.
En su huída, el chacal descubrió una
colmena que había depositado su miel en la grieta de una roca.
Detúvose allí y esperó a que lo
alcanzara la pantera, que le preguntó airadamente:
-¿Dónde están mis pequeñuelos?
El chacal respondió:
-Están ahí dentro. El cubil olía mal y
me los traje aquí para darles clase.
La pantera replicó:
-¿Dónde están que no los veo?
-Ven por aquí. Los oirás cantar, cosa
que hacen magníficamente.
La pantera se aproximó a la hendidura
de la roca y aplicó el oído.
El chacal le dijo:
-¿Los oyes?
-¡Oh, si, creo que sí!
El chacal se alejó rápidamente,
dejando a la pantera escuchando extática el canto de sus cachorros.
Un babuino se aproximó a la fiera y le
preguntó:
-¿Qué haces aquí, pantera?
La pantera respondió:
-Estoy escuchando los cánticos de mis
pequeñuelos... Los ha educado el chacal...
El babuino cogió una vara de almendro
y la agitó en todos sentidos dentro de la hendidura de la roca, diciendo:
-Quiero conocer a tus pequeños, a los
que no he visto nunca.
No había terminado de pronunciar estas
palabras cuando salió el enjambre en pleno, con su reina a la cabeza, y las
abejas se lanzaron furiosamente sobre la pantera.
El babuino dio un salto tremendo y
ascendió a lo más alto de las rocas, lanzando gritos de terror.
Desde allí gritó a la pantera:
-¿Son ésos tus pequeños?
El chacal apareció en aquel instante
para excitar a las abejas contra la pantera.
-¡No la dejéis descansar, abejas! -les
gritaba-. ¡Es una madre desnatu-ralizada que se ha comido a sus propios
hijos!... ¡Picadle, picadle bien y hondo!...
La pantera, aterrada, se sumergió en
un estanque que encontró en su camino; pero cada vez que sacaba la cabeza para
respirar, las abejas le picaban ferozmente en los ojos, en el hocico, en la
lengua colgante, obligándola a mantener constantemente la cabeza dentro del
agua, hasta que se ahogó.
009 Anónimo (africa)
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