En los tiempos lejanos a más no poder, que aun no
registra la Historia ,
se dice que vivió en Egipto una mujer de inteligencia extraordinaria, llamada
Isis. Era muy hábil en todas las artes y en la magia, de manera que su
sabiduría e inteligencia podían sostener digna comparación con la de los
dioses. Tal superioridad sobre su prójimo, sólo sirvió para hacerle desear
todavía más honores y poderío, en vez de contentarse con lo que ya poseía.
‑¿Por qué ‑se decía‑ no me haré dueña de toda la
Tierra y no seré tanto cómo una diosa celestial? Si conociese el nombre secreto
de Ra, no hay duda de que podría alcanzar el cumplimiento de mi ambición.
Es preciso tener en cuenta que cuando Ra, el más
grande de todos los dioses, fué creado, su padre le dió un nombre secreto, tan temible, que ningún
hombre se atrevió siquiera a intentar indagarlo, ni a hacer el menor esfuerzo
por averiguarlo. El tal nombre contenía en sí un poderío inmenso, de modo que
todos los demás dioses deseaban conocerlo y hacerse dueños de aquel secreto
valiosísimo. Y, a pesar de cuanto intentaron y de todo lo que pusieron en
práctica para conseguir su objeto, a despecho de los encantamientos y conjuros
mágicos de que se valieron, nada les fue posible averiguar, porque aquel nombre
estaba oculto dentro del cuerpo del mismo dios del Sol .
Y a pesar de que los hombres no se atrevían a acometer tal empresa y de que los
dioses fracasaban en ella, Isis, que no ignoraba nada de eso, no por ello se
asustó ni renunció a su empeño, sino que resolvió poner de su parte cuanto
pudiese para conseguir su codiciado fin.
Todas las mañanas salía Ra del reino de la
obscuridad y atravesaba el Cielo en su Bote de Millones de Años. Isis había
observado que de la boca del dios manaba agua. Procuró obtener una porción de
ella y tomando un poco de la tierra en que había caído, formó con aquel barro
una serpiente sagrada, la cual, a causa de haber sido formada con una
substancia divina, o sea con el agua que despedía la boca del dios, gozó
inmediatamente de la vida en cuanto Isis hubo pronunciado sobre ella algunos de
sus conjuros mágicos.
Logrado esto, la atrevida e inteligente mujer dejó
el reptil en el camino de Ra, de manera que el dios no lo descubriese y, sin
embargo, lo pisara al pasar.
Asi ocurrió, en efecto. Al día siguiente y cuando el
más grande de los dioses pasaba por el lugar donde se ocultaba la serpiente,
esta le mordió, causándole un dolor intenso, tanto, que Ra empezó a exhalar
quejas diciendo:
‑¿Qué es eso? ¿Quién me ha herido?
‑¿Por qué das estas exclamaciones de dolor? ‑le
preguntaron los dioses que le servían.
Pero Ra no encontró palabras apropiadas para
contestarles. Además, sus miembros estaban temblorosos, castañeteaban sus
dientes, palideció su rostro y todo su cuerpo era invadido por el veneno del
reptil.
Por último, el dios del Sol
llamó a sus compañeros:
‑Acercaos, dioses -exclamó‑. Y oíd lo que acaba de
ocurrirme. He sido mordido por algo mortífero. Mis ojos no han podido
descubrirlo y también estoy seguro de no haber creado ese ser. Sin embargo,
jamás experimenté un sufrimiento tan grande y mortal como ahora. Soy un dios,
hijo de una divinidad y recorria mis tierras para visitarlas y para vigilar a
mi pueblo, cuando ese ser ignorado surgió en mi camino y me infirió este daño.
Id, pues, en busca de los demás dioses y traedme cuanto antes a los que sean
hábiles en pronunciar conjuros y encantamientos, a fin de que me libren del
dolor horrible que siento.
Muy pronto los dioses, y especialmente los que estaban
versados en el uso y empleo de las palabras mágicas, habíanse reunido en torno
del bote de Ra; y con ellos llegó también la inteligente y ambiciosa Isis.
En vano los compañeros de Ra apelaron a sus
talismanes y pronunciaron sus conjuros, porque el veneno de la serpiente
continuaba atormentando al dios, cual si le quemase las entrañas. Entonces y
cuando ya era palmarla la inutilidad de lo que se había intentado, se acercó
Isis, a su vez y dijo:
‑¿Qué es eso? i Oh, Ra! Sin duda te ha mordido
alguna serpiente. Alguno de los seres creados por ti se habrá atrevido a
levantar la cabeza contra la mano que lo formó. Dime tu nombre, te lo ruego, tu
nombre secreto, a fin de que, gracias al poder que en sí contiene, pueda
arrojar de tu cuerpo el veneno y nuevamente te sientas sano, dichoso y libre de
toda incomodidad y de todo dolor.
‑Yo soy el hacedor del Cielo y de la Tierra ‑contestó
Ra‑. Y sin mí no existiría nada de lo que existe. Cuando abro uno de mis ojos
aparece la luz, y cuando lo vuelvo a cerrar reina otra vez la obscuridad. Mis
palabras originan la crecida del Nilo, para que éste riegue toda la tierra de
Egipto. Yo hice las horas, los días y todas las fiestas del año. Soy quien fui,
soy y seré.
‑No hay duda de que acabas de decirme exactamente
quién eres ‑contestó Isis‑, pero el caso es que aun no me has comunicado cuál
es tu nombre secreto. Y si quieres quedar curado, es absolutamente preciso que
me lo digas, a fin de que, gracias a su poderío y a mi ciencia, pueda destruir
el mal que te ha sobrevenido.
Mientras tanto, el veneno iba invadiendo el cuerpo
de Ra, quien, por momentos, se sentía peor. Es preciso tener en cuenta que la
serpiente que lo niordió era un reptil mágico y también que no había sido
creado por el mismo Ra, de modo que aun cuando éste fuese el más grande de los
dioses, no tenía el poderío suficiente para destruir y anular los efectos del
veneno. A veces su cuerpo ardía como si por sus venas corriese fuego líquido y
otras, en cambio, sentíase frio como el hielo, según las alternativas de la
fiebre que lo agobiaba.
Por fin, ya sin fuerzas para continuar en pie, se
dejó caer sentado en el bote.
Entonces llamó a Isis a su lado.
‑Consiento ‑dijo a los dioses que le rodeaban‑,
consiento en ser examinado por Isis y también en revelarle mi nombre secreto y
terrible.
Y a consecuencia de esto, Ra e Isis se alejaron a
cierta distancia, con objeto de que los demás dioses no pudieran oír el nombre
secreto. Una vez seguros de la imposibilidad de que así fuese, Ra confesó a la
inteligente mujer aquel terrible secreto que tanto deseaba ella conocer.
En cuanto hubo logrado el objeto que se propusiera,
Isis empezó a pronunciar sus conjuros mágicos, haciendo gala de su antigua y
extraordinaria sabiduría. Por último gritó: ‑¡Sal, veneno! ¡Abandona el cuerpo
de Ra! ¡Deja vivir a Ra! ¡Ojalá Ra pueda seguir viviendo! ¡Veneno, abandona
para siempre y por completo el cuerpo de Ra!
En cuanto hubo pronunciado estas palabras, el
poderoso dios experimentó un cambio extraordinario y favorable. Ya no tuvo la
sensación de que se estaba muriendo. Rápidamente recobró el vigor, y, al poco
rato había desaparecido toda incomodidad y estaba dispuesto a continuar su
viaje en el Bote de Millones de Años.
E Isis, que, gracias a su inteligencia y a su
sabiduría, pudo averiguar lo que desconocían en absoluto los hombres y los
dioses, vió satisfecho su deseo y en adelante fué conocida y reverenciada como
dueña y señora de las divinidades.
Es posible que el lector pregunte cuál era aquel
nombre terrible, pero eso no podemos decirselo. Precisamente los sabios de todo
el mundo y de todas las épocas han buscado este secreto durante millares de
años. Algunos llegaron a penetrarlo, pero lo raro del caso es que ninguno
comunicó a nadie aquel nombre terrible.
034 Anónimo (egipto)
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