Morraha se levantó por la
mañana, se lavó las manos y la cara, rezó sus oraciones, tomó su desayuno y
pidió a Dios un próspero día para él. Luego bajó a la orilla del mar, y vio una
barca, pequeña y verde, que venía hacia él; y en ella había un joven gimnasta,
jugando con un bastón desde la proa hasta la popa del bote. Era un bastón de
oro y de plata la pelota que golpeaba y no dejó de jugar hasta que la barca
llegó a la orilla. Entonces, lanzó un cabo a una roca y tirando de él la
depositó suavemente sobre la hierba verde, y la aseguró con tales amarraduras
como si para un año y un día tuviese que hacerlo y no tan sólo para unas pocas
horas.
Morraha saludó al joven
con cortesía; el otro le devolvió el saludo de la misma manera y le preguntó si
quería jugar una partida de cartas con él. Morraha contestó que no tenía con
qué; a lo que el otro le respondió que él "nunca estaba sin una
vela", o algo por el estilo; y metiéndose la mano en el bolsillo, se sacó
como por encantamiento una mesa, dos sillas y un paquete de cartas.
Se sentaron en las sillas
y se pusieron a jugar. Morraha ganó la primera partida, y el Esbelto Atleta
Rojo le invitó a que fijara la ganancia. Y él le pidió que la tierra sobre la
que estaban se llenara de rebaños de ovejas por la mañana. Su petición fue
aceptada y se marchó a casa, sin jugar una segunda partida.
Al día siguiente, Morraha
fue a la orilla del mar, y el hombre joven volvió en su barca y le preguntó de
nuevo si quería jugar a las cartas. Y jugaron, y Morraha ganó. El joven extraño
le invitó a hacer su petición, y él pidió que la tierra sobre la que estaban
estuviera llena de ganado vacuno por la mañana. Su petición fue aceptada; y se
marchó a casa sin jugar otra partida.
En la tercera mañana Morraha
fue a la orilla del mar, y vio venir al hombre. Este arrastró el bote hasta la
orilla, y le preguntó si quería jugar a las cartas. Jugaron, y Morraha ganó
una vez más; y el joven, como siempre, le invitó a que hiciera su demanda. Y él
dijo que quería tener un castillo propio y una mujer, la más bella y delicada
del mundo. Y suyos fueron ambos; y el Atleta Rojo se marchó.
Al cuarto día su esposa
le preguntó cómo la había encontrado. Y él le contó la historia. "Y
ahora", dijo, "me ire a jugar otra vez".
"Te prohíbo que
vayas con él de nuevo. Si tanto has ganado, aún más perderás; olvídate de él
para siempre."
Pero él fue a pesar de
todo, y vio venir la barca; y al Atleta Rojo que lanzaba sus bolas de extremo a
extremo de ella, aquellas pelotas de plata y el bastón de oro, que no dejó de
usar hasta que llegó a la orilla, donde tiró de su barca hacia el interior y la
aseguró como "para un año y un día". Morraha y él se saludaron con
cordialidad mutuamente; y aquél inquirió de Morraha si quería jugar una partida
de cartas; y jugaron, y ganó él.
Morraha le dijo,
"Haz tu petición ahora". Y él contestó, "pronto la oirás:
Derramo sobre ti conjuros del arte druídico: no dormir dos noches en una casa,
ni terminar una segunda comida en la misma mesa, hasta que me traigas la espada
luminosa, y noticias de la muerte de Anshgayliancht".
Una vez hubo aceptado, se
fue a casa con su mujer y se sentó derrotado en una silla; al poco rato lanzó
un quejido y la silla se rompió en pedazos.
"Ese es el quejido
del hijo de un rey bajo conjuros", le dijo su esposa; "y si hubieses
escuchado mi consejo, no habría conjuro alguno sobre ti ahora".
El le contó que tenía que
traer noticias de la muerte de Anshgay-liacht, y la espada luminosa, al Esbelto
Atleta Rojo.
"Sal mañana por la mañana”,
le dijo ella, "toma estas bridas, sácalas por la ventana y agítalas; y a
la primera bestia, bonita o fea, que meta su cabeza en ellas, llévala contigo.
No le digas una sola palabra hasta que ella te hable a ti; y lleva contigo tres
botellas de cerveza de una pinta y tres panes de seis monedas, y haz aquello
que ella te diga. Ella correrá hacia las tierras de mi padre y cuando pase por
la torre mayor del castillo, sacudirá su cuerpo, las campanas tañerán y mi
padre dirá, "Brown Allree está aún sobre la tierra. Si es un hijo de rey o
reina el que la monta, traédmelo sobre vuestros hombros; mas si es.el hijo de
un hombre pobre, no lo dejéis dar un paso más".
Se levantó por la mañana,
y tomó las bridas de su mejor caballo y las sacó por la ventana y las sacudió;
y Brown Allree vino a meter su cabeza en ellas. Entonces, cogió los tres panes
y las tres botellas de cerveza, y montando sobre su extraña cabalgadura, se fue
y, mientras cabalgaban, la bestia inclinaba la cabeza para cogerse las pezuñas
con la boca, esperando quizá que él, por ignorancia, habla-se. Pero no dijo una
sola palabra en todo ese tiempo, hasta que la bestia le habló al fin, y le dijo
que desmontara y le diera su comida. El le entregó el pan de seis monedas
tostado, y una botella de cerveza para beber.
"Ahora sube y
cabalga, y ten mucho cuidado de ti mismo; hay tres millas de fuego que debo
salvar de un salto", le advirtió.
Saltó sobre las tres
millas de fuego, y le preguntó si todavía seguía a su grupa, y él contestó que
sí. Siguieron su camino, y no habían ido muy lejos cuando pidió, de nuevo, que
le diera de comer, y él le entregó un pan y otra botella. Después, cruzaron
tres millas de mar de otro salto, y llegaron a las tierras del Rey de Francia.
La yegua subió hasta una montaña más alta que el castillo, sacudió su cuerpo y
relinchó. Las campanas sonaron y el rey exclamó que era Brown Allree que estaba
en la tierra.
"Salid",
ordenó; "y, si es hijo de un rey o reina, quien lo monta traedlo sobre
vuestros hombros; si no lo es, dejadle allí".
Salieron; y vieron las
estrellas del hijo de un rey brillando sobre su pecho; lo levantaron bien alto
sobre sus hombros, y lo llevaron hasta el rey. Después pasaron la noche
alegremente, jugando y bebiendo, con bailes y diversiones, hasta que los
albores del amane-cer anunciaron la llegada de la mañana.
Entonces el joven hijo de
rey relató la causa de su viaje, y pidió a la reina que le aconsejara y le
otorgara buena suerte, y ella le aconsejó sobre todo lo que tenía que hacer.
"Ahora vete",
concluyó, "toma la mejor yegua del establo, y ve hasta la puerta de Rough
Niall de Speckled Rock, llama en ella y pídele que te dé noticias de la muerte
de Anshgayliacht y la espada luminosa: deja el caballo junto a la puerta,
siempre de espaldas a ella. Luego pisa fuerte los estribos, y márchate
veloz".
Y así lo hizo; por la
mañana tomó el mejor caballo del establo y cabalgó hasta la puerta de Niall, se
colocó de espaldas a la puerta, y pidió noticias sobre la muerte de
Anshgayliacht y la espada luminosa. Entonces pisó los estribos, y salió al
galope. Niall le siguió. Mas cuando Morraha cruzaba la entrada, la reja bajó y
cortó al caballo del joven príncipe en dos. Una mujer, que estaba allí con una
fuente de pudíns y carne, se la arrojó a los ojos y lo cegó, al tiempo que
decía: "¡Tonto! quienquiera que sea el hombre que se está burlando de ti,
¡en bonito estado has dejado el caballo de tu padre!
A la mañana del día
siguiente, Morraha se levantó, tomó otro caballo del establo y de nuevo fue
hasta la puerta de Niall, y llamó y pidió noticias sobre la muerte de
Anshgayliacht y la espada luminosa, se afianzó en los estribos de su caballo y
partió al galope. Niall le siguió, y, de nuevo cuando Morraha pasaba por la
puerta, la reja cortó caballo y silla por la mitad; y aquella mujer que estaba
otra vez allí le arrojó carne a los ojos y lo cegó.
Al tercer día Morraha
volvió otra vez a la puerta de Niall; y Niall le persiguió, y cuando pasaba
bajo la reja, ésta cortó al caballo, a la silla, y la camisa que cubría su espalda.
Entonces le dijo la mujer a Niall:
"El tonto que quiere
mofarse de ti está allá en aquella pequeña barca, huyendo de aquí; mas ten
mucho cuidado de ti, y no pegues un ojo en tres días."
Durante tres días la
barquita se mantuvo a la vista, pero después desapareció, entonces la mujer de
Niall le dijo:
"Ahora duerme todo
lo que quieras. Se ha ido."
Y se fue a dormir, y cayó
en un profundo sueño, que Morraha aprovechó para entrar y coger la espada, que
estaba en la cabecera de su cama. Y la espada intentó escaparse de la mano de
Morraha, pero no pudo. Entonces dio un grito, y Niall se despertó, y le dijo
que era una cosa sumamente grosera y mal educada entrar en una casa de esa
manera; pero Morraha le contestó:
"Déjate de tanta
palabrería, o te cortaré la cabeza. Dime las noticias que tengas sobre la
muerte de Anshgayliacht."
"Oh, prefiero darte
mi cabeza."
"Pero tu cabeza no
me sirve de nada; cuéntame lo que te pido."
"Bien",
intervino la mujer de Niall, "creo que es mejor que conoz-ca la
historia".
"Bueno", dijo
al fin Niall, "sentémonos, pues, y te la contaré. Nunca pensé que nadie
llegaría a conocerla; pero ahora, todos la sabrán".
En mi infancia, comenzó
Niall, mi madre me enseño el lenguaje de los pájaros; así que cuando me casé,
todavía solía escuchar su conversación y reírme con ellas. Mi esposa siempre me
preguntaba cuál era la razón de mis risas, pero yo no quería decírselo, porque
las mujeres siempre están preguntando cosas.
Una agradable mañana,
salimos a pasear, y observé que dos pájaros discutían entre sí. Uno de ellos
le decía al otro:
"¿Cómo Cómo quieres
compararte conmigo, cuando no hay ni rey ni caballero que no se acerque a mirar
mi árbol?"
Y el otro contestaba;
"¿Qué ventajas tiene
tu árbol con respecto al mío, si en el mío hasta crecen varitas de poder
mágico?"
Cuando les oí discutir, y
oí aquello de las varitas comencé a reír.
"Oh", exclamó
mi mujer, "¿por qué estás siempre riéndote? Creo que es de mí de quien te
burlas, por lo que no voy a pasear nunca más contigo."
"Oh, no es de ti de
quien me río. Es que entiendo el lenguaje de los pájaros", hube de decir
para cortar su enfado. Y para disipar sus dudas tuve que contarle lo que los
pájaros se estaban diciendo el uno al otro; de lo cual se sintió muy complacida
y me pidió que volviéra-mos a casa. Allí dio órdenes a la cocinera de que
tuviera el desayuno preparado para las seis de la mañana siguiente. Yo no podía
imaginar por qué quería salir tan pronto, pero el desayuno estuvo preparado
por la mañana a la hora convenida: Entonces me dijo si quería salir a pasear. Y
salí con ella; y me llevó hasta el árbol, y me pidió que cortara una vara para
ella.
"Oh, no, no la
cortaré. ¿No estamos mejor sin ella?"
"No me iré de aquí
hasta que consiga la varita; quiero ver si hay algo bueno en ella."
Entonces corté una varita
y se la di. Ella se volvió de espaldas y golpeó con ella una piedra, y la
cambió; y después me golpeó a mí, y me convirtió en un cuervo negro, y se fue a
casa y me dejó allí. Yo pensé que volvería; pero no volvió, y tuve que quedarme
en un árbol hasta que llegó la noche. Por la mañana, a las seis, oí a un
pregonero voceando que cualquiera que matara a un cuervo se ganaría cuatro
monedas de oro. Y pronto no hubo hombre ni muchacho que no fuera armado, ni
cuervo que no terminara muerto, en tres millas a la redonda. Tuve que hacer un
nido en la chimenea del salón, y esconderme allí todo el día hasta que la
noche caía, y entonces salir a picar algo de comer para poder mantenerme; y así
pasó un mes. Aquí está ella para decir si es mentira lo que cuento.
"No lo es",
aseguró ella.
Un día la vi salir a
pasear. Volé hasta ella, creyendo que me devolvería mi propia forma, pero me
golpeó con la varita y me convirtió en un viejo caballo blanco, y me hizo tirar
de un carro y transportar piedras de la mañana a la noche. Todavía estaba peor
así. Entonces ella divulgó la noticia de que yo había muerto de repente en mi
cama; y preparó un ataúd, y me veló, y me enterró. Y así no tuvo problemas.
Cuando yo me cansé, comencé a matar a todo el mundo que se acercaba a mí, y a
entrar en el granero todas las noches a destruir los montones de maíz; y cuando
algún hombre se acercaba a mí por la mañana, yo le perseguía hasta romperle
los huesos. Todo el mundo me cogió miedo. Cuando ella vio que estaba
ocasionando tanto mal, vino a mi encuentro y yo pensé que me iba a devolver mi
antiguo cuerpo y me transformó, pero esta vez en un zorro. Al ver que no me
hacía más que mal, me alejé de ella. Yo sabía que había una madriguera de tejón
en el huerto, y me metí en ella hasta que cayó la noche, y entonces hice una
gran matanza de gansos y patos. Ella misma está aquí para decir si es mentira
lo que digo.
"¡Oh! no estás
diciendo otra cosa que la verdad, incluso menos que la verdad", confirmó
ella.
Así que, cuando ella se
hartó de mis matanzas avícolas, salió al huerto a buscarme, porque sospechaba
que me escondía en la madriguera del tejón. Vino a mí y me convirtió en un
lobo. Entonces tuve que marcharme a una isla, donde nadie en absoluto pudiera
verme. De vez en cuando, solía matar alguna oveja, aunque no había muchas allí,
y siempre con mucho miedo de ser visto y atrapado. Así pasó otro año, hasta que
un pastor me vio entre el ganado, y se organizó una persecución tras de mí. Y,
ya estaban los perros cerca de mí, sin lugar alguno por donde yo pudiera
escapar; cuando reconocí la señal del rey entre los hombres, y me avalancé
hacia él. El rey gritó para que detuvieran a los perros. Di un salto hasta la
parte delantera de la silla del rey, Y la mujer que iba a su grupa gritó,
"¡Mi rey, mi señor, mátale, o él te matará a ti!"
"¡Oh! él no me
matará. Me ha conocido; debe ser perdonado", ordenó.
El rey me llevó a su
castillo con él, y dió ordenes de que se me cuidara. Yo era inteligente y,
cuando comía, no daba un bocado hasta que no me dieran un cuchillo y tenedor.
El cuidador se lo dijo al rey que vino a comprobar si era verdad, y yo con una
pata cogí el cuchillo y con la otra el tenedor, y saludé al rey con una
reverencia. El rey ordenó que le trajeran bebida, y, cuando vinieron con ella,
llenó un vaso de vino y me lo dio.
Yo lo cogí con mi zarpa y
me lo bebí, y di las gracias al rey.
"Por mi honor",
exclamó, "seguro que algún rey o algún gran mago lo ha perdido en la isla;
yo lo mantendré, ya que está adies-trado; y quizá nos sea de utilidad".
Aquel era un rey triste:
un rey que no tenía ningún hijo vivo. Ocho hijos y tres hijas le habían nacido,
pero todos se los habían robado la misma noche del mismo día en que nacieron.
No importaba cuánta guardia pusiera para custodiarlos, por la mañana los niños
habían desaparecido. Entonces, un duodécimo hijo le nació a la reina, y el rey
me puso a mí para vigilar al recién nacido. Las mujeres, sin embargo, no
estaban contentas conmigo.
"Oh", les decía
el rey ante sus protestas, "¿de qué sirvió nunca toda vuestra vigilancia?
No me ha quedado ni uno solo de los que me nacieron; dejaré al lobo al ciudado
de éste, y él no lo dejará marchar".
Me ataron de una cadena a
la cuna, y cuando todo el mundo se fue a dormir, yo vigilé hasta que se
despertó la persona que lo atendía durante el día; pero sólo estuve allí dos
noches; cuando la segunda mañana estaba ya cerca, vi una mano salir por la chimenea,
y era tan grande que rodeó completa y holgadamente al niño, y se disponía a
llevárselo. Entonces, salté y le clavé mis dientes alrededor de la muñeca, y,
como estaba atado a la cuna, no solté mi mordisco hasta que separé la mano del
brazo. Entonces se oyó un alarido extraño proviniente de aquel ser y luego
silencio. Dejé la mano con el niño sobre la cuna, y, como estaba cansado, me
quedé dormido. Cuando desperté, no había ni niño ni mano y comencé a aullar. El
rey me oyó, y supo que algo me estaba sucediendo, envió a sus sirvientes para
ver lo que ocurría, y cuando éstos vinieron me vieron todo cubierto de sangre,
pero no vieron al niño; y fueron al rey y le dijeron que su hijo había
desaparecido. El rey vino y vio la cuna teñida de sangre, y preguntó:
"¿Dónde está el niño?" y todos dijeron que había sido el lobo quien
se lo había comido.
Mas el rey replicó:
"No ha sido él: soltadle; él irá en busca del niño."
Cuando me soltaron, seguí
el olor de la sangre que me condujo a una habitación en la cual debía estar el
niño. Regresé a donde estaba el rey, y tirando de sus vestiduras volví otra vez
y me puse a arañar la puerta. El rey me siguió y pidió la llave. Un sirviente
le explicó que aquella era la habitación de la "mujer extranjera". El
rey ordenó que la buscasen inmediatamente, pero no pudieron encontrarla. Y
ella tenía la única llave.
El rey rompió la puerta,
y entró, y se acercó hasta un baúl del cual pidió la llave para abrirlo. Como
no había llave, rompió el candado y cuando abrió el baúl, encontró allí juntos
al niño y la mano, y el niño estaba dormido. El rey tomó la mano, ordenó que
alguna mujer viniera por el niño, y mostró la mano a todos los de la casa. La
mujer forastera se había ido, y el rey no pudo encontrarla -y aquí está ella
misma para decir si digo verdad o mentira.
"¡Oh, no estás
diciendo más que la verdad!"
Luego el rey prohibió que
se me volviera a atar nunca más. Dijo que no había nada tan asombroso como mi
captura de la mano, estando atado.
El niño creció hasta que
tuvo un año de edad. Aprendió a caminar, y nadie se preocupaba por él tanto
como yo. Siguió creciendo hasta cumplir tres años, y se escapaba correteando a
cada momento; de modo que el rey ordenó que lo ataran a mí con una cadena de
plata, para que no pudiera alejarse nunca de mi lado. Yo pasaba los días con él
en el jardín, y el rey nos miraba orgulloso desde los ventanales. No nos
quitaba los ojos de encima, donde quiera que fuésemos, hasta que el niño fue
tan listo que consiguió soltarse de la cadena y marcharse de mí. Así un día se
soltó y yo no le pude encon-trar; por más que corrí dentro de la casa y busqué
por toda ella, no conseguí dar con él. El rey ordenó que salieran a buscar al
niño, que se había soltado del lobo. Y estuvieron buscándole, pero no le encontraron.
Cuando decidieron que era inútil la búsqueda, dejé de gozar del favor del rey,
y todo el mundo me despreciaba, y yo me debilité, porque apenas conseguía ya un
bocado para comer.
Cuando llegó el verano,
decidí intentar regresar a casa, a mi propia tierra. Emprendí la marcha una
mañana, y me fui nadando, y Dios me ayudó hasta que llegué al fin a mi hogar.
Entré en el jardín, porque sabía que había un lugar en él donde podría
esconderme, para que mi esposa no me viera. Una mañana la vi salir a pasear, y
al niño con ella, cogido de la mano. Yo me asomé un poco para verles, y, como
los niños siempre están mirando a todas partes me vio y empezó a gritar,
"¡veo a mi papá peludo!, ¡mi querido papá, mi papá peludo, ven aquí para
que te pueda ver!"
Yo tuve miedo de que me
viera la mujer, pues ella no paraba de preguntar al niño dónde me veía, pero él
le decía que estaba encima de un árbol; así que cuanto más me llamaba el niño,
más me escondía yo. La mujer entró en la casa con el niño, pero yo sabía que él
se levantaría temprano aquella mañana.
Fui hasta la ventana del
recibidor, el niño estaba dentro, jugando. Cuando me vio, gritó, "¡Oh, mi
querido papá, ven aquí para que te pueda ver, papá peludo!" Rompí la
ventana y entré, y él comenzó a besarme. Entonces, vi la varita encima de la
chimenea, di un salto hasta ella y la tiré abajo.
"¡Oh! mi querido
papá, nadie quería darme la varita bonita", exclamó el niño.
Yo esperaba que me
golpeara con la mágica vara, pero no lo hizo. Cuando vi que el tiempo se
acababa, levanté mi pata, y le arañé por debajo de la rodilla.
"iOh!, tonto, sucio
y peludo papá, me has herido, y te voy a dar un golpe con lavara." Y medio
un golpe ligero, y así fue como por fin pude volver a mi forma original. Cuando
el niño vio a un hombre de pie ante él, dio un chillido, y yo lo tomé en mis
brazos. Los sirvientes oyeron al niño, y una doncella corrió a ver lo que
sucedía. Cuando me vio, dejó escapar un grito, y exclamó, "¡Oh, el señor
ha vuelto a la vida otra vez!"
Otro sirviente llegó, y
afirmó que era yo realmente. Cuando la señora lo oyó, vino a comprobarlo con
sus propios ojos, porque ella no podía creer que yo estuviera allí; y, cuando
me vió, dijo que quería morirse. Pero yo dije, "si tú guardas el secreto,
ningún hombre vivo conocerá la historia por mí, mientras conserve la
cabeza". Y aquí está ella para decir si estoy diciendo la verdad o no.
"Oh, no estás
diciendo nada más que la verdad."
Cuando me vi de nuevo con
mi forma humana, decidí que iba a coger al niño y devolvérselo a su padre y a
su madre, pues sabía la pena que padecían por su causa. Cogí un barco y llevé
al niño conmigo; y, en aquel viaje, fui a parar a una isla, mas no vi un alma
viviente en ella; sólo un castillo oscuro y sombrío. Hasta allí me encaminé
para ver si había alguien en él. Allí no había más que una vieja bruja, alta y
de aspecto terrible que me preguntó, "¿qué clase de persona eres tú?"
Yo oí que alguien se
quejaba en otra habitación, y contesté que era médico, y le pregunté qué le
pasaba a la persona que estaba quejándose.
"Oh", gimió
ella, "es mi hijo, cuya mano le ha sido arrancada de la muñeca por un
perro".
Entonces pensé que sin
duda era él quien había intentando llevar-se al niño de mi lado, así que afirmé
que yo le curaría si me entre-gaba a cambio una buena recompensa.
"Yo no tengo nada;
tan sólo ocho muchachos y tres muchachas, tan guapos como nunca se han visto,
y, si le curas, te los entregaré a tí."
"Responde antes a
una cuestión, ¿en qué lugar fue donde le cortaron la mano?"
"Oh, fue en otro
país, hace doce años."
"Llévame ante tu
hijo, para que lo vea", agregué.
La anciana me condujo a
una habitación, y lo vi: su brazo estaba horriblemente hinchado hasta el hombro.
Me preguntó si lo iba a curar; y yo le dije que le curaría si estaba de acuerdo
en darme la recompensa que su madre me había prometido.
"Oh, te la daré;
pero cúrame." Suplicó.
"Bien, tráemelos
aquí."
La bruja trajo a los
jóvenes a la habitación. Yo dije que habría de quemar la carne hinchada que
había en su brazo. Cuando le miré, estaba aullando de dolor. El desgraciado
sólo tenía un ojo en medio de la frente. Cogí una barra de hierro, y la puse en
el fuego hasta que se volvió roja, entonces le dije a la bruja, "primero
dará grandes alaridos, pero después se quedará dormido. No le despiertes hasta
que haya dormido tanto como quiera. Yo cerraré la puerta cuando salga".
Cogí la barra, la coloqué
sobre su cabeza y se la hendí por el ojo hasta donde pude. El comenzó a gritar,
e intentó atraparme, pero yo ya estaba fiizra de su alcance, trás haber cerrado
la puerta. La bruja me preguntó, "¿Por qué está gritando?"
"Oh, pronto se
tranquilizará, dije calmadamente, y dormirá un buen rato. Yo, más tarde,
volveré a echarle un vistazo; pero, tráeme a los jóvenes y las muchachas."
Cuando los tuve conmigo los llevé hacia la puerta, y desde ella pregunté a la
bruja "te importaría, antes de partir, decirme dónde los
conseguiste".
"Mi hijo los
trajo", respondió, "y son todos ellos hijos de un mismo rey."
Me sentía satisfecho, y
no quería perder tiempo para estar lo antes posible libre de la bruja; así que
conduje veloz a los jóvenes a bordo del barco, junto con el niño que iba
conmigo. Yo pensaba en que el rey, de felicidad, me dejaría al niño que había
cuidado. Cuando llegué a sus tierras, con todos aquellos jóvenes conmigo, el
rey y la reina estaban paseando. El rey era ya muy anciano, y la reina también.
Cuando dije suavemente, tras conversar mucho con ellos, que aquellos eran sus
doce hijos, el rey rompió a llorar. Yo le pregunté, "¿por qué
lloras?".
"Buena razón tengo
para llorar. Tantos hijos como podía haber tenido conmigo, y ahora que estoy
ajado y gris, en el final de mi vida, no tengo ninguno."
Yo le conté todo lo que
había sucedido, y puse al niño en sus manos, y dije, "éstos son tus otros
hijos, que fueron robados de tu lado, y a quienes yo te devuelvo sanos y
salvos. Están bien educados".
Cuando el rey se
convenció de quiénes eran, se los comió a besos, y los ahogó en lágrimas, y los
secó con finos pañuelos de seda, y con el pelo de su propia cabeza, y lo mismo
hizo su madre, y grande fue su bienvenida para mí, pues yo había sido quien los
había encontrado a todos.
Un día el rey me dijo,
"te dejaré a mi último hijo, puesto que tú eres el que más se lo ha
ganado; pero deberás venir a mi corte todos los años, trayendo al niño contigo,
y yo compartire contigo mis posesiones".
"Yo ya tengo
bastante, y a mi muerte lo dejaré todo al niño", le respondí
agradeciéndole la merced. Allí pasé bastante tiempo hasta que decidí finalizar
mi visita, le conté al rey todos los infortunios por los que yo había pasado,
pero sin decirle nada acerca de mi esposa. Y ahora, ya conoces la historia.
Así pues, cuando regreses
a casa, y el Esbelto Atleta Rojo te pregunte por las noticias de la muerte de
Anshgayliacht y por la espada luminosa, cuéntale cómo fue muerto su hermano, y
dile que tienes la espada. Entonces, te pedirá la espada, pero tú le dirás, “yo
te prometí que la traería, pero no te prometí que la traería para ti"; y,
entonces, lanzarás la espada al aire, y ella volverá hasta mí.
Morraha volvió a casa, y
contó al Esbelto Atleta Rojo la historia de la muerte de Anshgatliacht. "Y
aquí", dijo, "está la espada".
El Esbelto Atleta Rojo se
la pidió pero él le dijo: "Yo te prometí que la traería, pero no te
prometí que la traería para ti"; y arrojándola a los aires, regresó
surcando los cielos hasta las manos de Niall.
024 Anónimo (celta)
Excel·lent traducció. He trobat a faltar alguns fragments de l'original que han estat suprimits en alguna versió d'internet. La font és West Irish Folk Tales de William Larminie, on ofereix només la traducció, sense la versió original en gaèlic.
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