Tres hijos tenía un pobre
granjero, hace mucho tiempo, y un día los tres se fueron en busca de fortuna.
Los dos mayores eran hombres sensatos y trabajadores; por el contrario el más
joven, Jack, nunca hizo nada de utilidad en casa. Le entusiasmaba perder el
tiempo poniendo trampas para conejos, y rastreando liebres en la nieve, e
inventando toda suerte de trucos divertidos, para molestar a la gente primero,
y provocar su risa después.
Los tres se separaron en
un cruce de caminos, y Jack tomó el más solitario. El día era lluvioso, y a la
caída de la noche, cuando se encontraba muy mojado y fatigado, llegó a una casa
solitaria algo apartada de la carretera.
"¿Qué
quieres?", le espetó una anciana legañosa, que estaba sentada junto al
fuego.
"Cena y una cama,
sin duda", dijo él.
"No lo
tendrás", contestó ella.
"¿Qué me lo va a
impedir?" preguntó él.
"Los dueños de la
casa", dijo ella, "seis hombres honrados que suelen estar fuera
hasta las tres o las cuatro de la mañana, y que si te encuentran aquí te
pelarán vivo por menos de nada".
"Bien, creo",
dijo Jack, "que su más que nada' no podría ser mucho peor. Vamos, dame
algo de ese armario para que coma, porque yo me quedo. Que te pelen no es peor
a que te cojan muerto de frío en una cuneta, o debajo de un árbol, en una noche
como ésta".
La anciana amedrentada le
dio una buena cena; y cuando se disponía a marcharse a la cama, le dijo que
como dejase que alguno de los seis hombres honrados le molestase cuando volvieran
a casa, ella se lamentaría por ello. Cuando se despertó por la mañana, había
seis truhanes del peor aspecto de pie alrededor de su cama. Se apoyó sobre el
codo, y les miró con gran desprecio.
¿Quién eres tú?",
dijo el jefe, "y, ¿cuál es tu oficio?"
"Mi nombre",
contestó, "es Señor Ladrón, y mi oficio ahora es encontrar aprendices y
operarios. Si supiera que no sois malos, quizá os daría algunas
lecciones".
Palabra que se sintieron
algo acobardados, y el cabecilla dijo, "bien, levántate, y, después de
desayunar, veremos quién va a ser el amo y quiénes los jornaleros".
Justo acababan de
desayunar, cuando vieron a un granjero que llevaba una magnífica cabra al
mercado. "¿Alguno de vosotros", preguntó Jack, "es capaz de
robar esa cabra antes de que salgan del bosque, y sin la menor violencia?"
"Yo no podría
hacerlo", contestaron a coro.
"Yo soy vuestro
maestro", dijo Jack, "y yo lo haré".
Salió de la casa, cruzó a
través de los árboles hasta donde la carretera hacía una curva, y puso su
abarca derecha en medio de ésta. Entonces, corrió hasta la curva siguiente, y
dejo allí su abarca izquierda, y fue a ocultarse.
Cuando el granjero vio la
primera abarca, dijo para sí, "eso valdría algo si tuviera su pareja, pero
sola no vale nada".
Y siguió su camino hasta
que llegó a la segunda abarca.
"¡Qué tonto he
sido", se quejó, "por no coger la otra! Volveré por ella".
Y entonces ató la cabra a
un arbolito del seto, y volvió sobre sus pasos. Pero Jack, que estaba detrás de
un árbol, ya la tenía en su pie, y, cuando el hombre dobló la curva, cogió la
segunda, desató a la cabra y se la llevó a través del bosque.
¡Demonios! el pobre
hombre no pudo encontrar la primera abarca, y, cuando regresó al otro lugar, no
estaba tampoco la segunda, ni la cabra.
"¡Mil rayos!",
decía, "¿qué voy a hacer, después de prometer a Johanna que le compraría
un chal? Simplemente tengo que ir y llevar otra bestia al mercado sin que
nadie lo sepa. Para qué queremos más si Joan se entera de que he hecho el
ridículo de esta manera".
Los ladrones estaban
admiradísimos de la hazaña de Jack, y querían que les dijera cómo había hecho
con el granjero, pero él no se lo contó.
Al cabo de un rato,
vieron de nuevo al pobre hombre pasar llevando un soberbio carnero por el mismo
camino.
"¿Quién se atreve a
robar ese carnero", preguntó Jack, "antes de que salga del bosque, y
sin usar rudeza alguna?".
"Yo no podría",
dijo uno; "yo no podría", contestó otro.
"Yo lo
intentaré", aseguró Jack. "Dadme una buena cuerda."
El pobre granjero
marchaba camino adelante, cuando vio a un hombre colgando de la rama de un
árbol. "¡El Señor nos salve!", exclamó, "ese cadáver no estaba
ahí hace una hora". Siguió cami-nando cosa de medio cuarto de milla, y
encontró otro cadáver colgando sobre la carretera. "Dios nos libre de todo
mal", gritó, "¿estaré en mi sano juicio?" Había otra curva como
a la misma distancia, y justo detrás de ella colgaba un tercer cadáver.
"¡Dios mío!", sollozó; "debo estar transtornado. ¿Qué puede
haber hecho colgar a tres hombres tan cerca el uno del otro? No entiendo nada.
Volveré a ver si los otros todavía están ahí".
Y ató el carnero a un
arbolito, y volvió sobre sus pasos. Pero en cuanto hubo doblado la curva, el
cadáver descendió y desató al carnero, y, a través del bosque lo llevó a la
casa de los ladrones. Podéis imaginaros cómo se sintió el pobre granjero
cuando ni al ir ni al volver encontró vivo ni muerto alguno, ni tampoco su
carnero, ni la cuerda que lo ataba.
"¡Oh, día
desafortunado!" "¿Qué va a decirme Joan ahora? ¡La mañana, la cabra y
el carnero perdidos! Debo vender algo con lo que obtenga el precio del chal.
Bien, el novillo gordo está en el prado cerca de aquí. Ella no me verá
cogerlo."
¡Menuda fue la sorpresa
de los ladrones cuando Jack apareció en el corral con el carnero! "Si haces
otro truco como éste", dijo el capitán, "tendré que pasarte el mando
a ti".
Pronto vieron al granjero
pasar otra vez, llevando al novillo cebado en esta ocasión.
"¿Quién va a traer
ese novillo aquí", dijo Jack, "y sin echar mano de la
violencia?"
"Yo no podría",
exclamó uno; "yo no podría", agregó otro.
"Yo lo
intentaré", afirmó Jack, y allá fue de nuevo, internándose en el bosque.
El granjero estaba más o
menos en el lugar donde había visto la primera abarca, cuando oyó el balido de
una cabra a su derecha dentro del bosque.
Aguzó sus oídos, y
entonces oyó balar a una oveja.
"iRepámpanos!",
murmuró, "a lo mejor son las que he perdido". De nuevo volvióse a oír
balidos y berridos. "Ahí están; tan seguro como un rifle", dijo. Ató
su novillo a un arbolito que crecía en el seto, y se adentró en el bosque.
Cuando estaba cerca del lugar de donde provenían los ruidos, los oyó delante de
él, y comenzó a seguirlos. Al fin, cuando hubo recorrido una media milla desde
el lugar donde había atado a la bestia, los sonidos se detuvieron
completamente. Después de buscar y buscar hasta que se cansó, volvió por su
novillo; pero ni la sombra de él quedaba allí, ni en ningún otro sitio por
donde buscó.
Esta vez, cuando los
ladrones vieron a Jack y a su presa entrar en el corral, no pudieron por menos
de gritar, "iJack debe ser nuestro jefe!". Y durante el resto del día
todo fue festejo y bebida en la mayor camaradería. Antes de irse a la cama,
enseñaron aJack la cueva donde escondían su dinero y todos sus disfraces, y le
juraron obediencia.
Una mañana, mientras
estaban desayunando, una semana más tarde, le dijeron a Jack, "¿querrás
cuidar hoy de la casa por nosotros, mientras estemos en la feria de Mochurry?
Hace tanto tiempo que no echamos una cana al aire..., tú podrás tomar tu turno
cuando quieras".
"No se hable
más", contestó Jack, y se fueron. Después, preguntó Jack a la vieja ama de
llaves, "¿te regalan algo alguna vez estos tipos?"
"¡Ah, jamás cayó esa
breva!, pues no, en verdad, ni ocurrírseles."
"Bien, ven conmigo, y
yo haré de ti una mujer rica."
Y la llevó a la cueva del
tesoro; y mientras ella se perdía en éxtasis, examinando los montones de oro y
plata, Jack llenó los bolsillos a más no poder; luego llenó una pequeña bolsa,
y se fue, encerrando con llave a la vieja bruja, y dejando la llave en la cerradura.
Después se vistió con ricas ropas, cogió la cabra, el carnero y el novillo, y
los condujo, delante de él, a la casa del granjero.
Joan y su marido estaban
en la puerta; y cuando vieron los animales, se cogieron las manos y rieron de
alegría.
"¿Sabéis a quién
pertenecen estas bestias, vecinos?"
"¡No lo vamos a
saber! son muestras."
"Las encontré
vagando por el bosque. ¿Es vuestra esa bolsa con diez guineas que cuelga del
cuello de la cabra?"
"Pues no, palabra."
"Bueno, podéis
quedárosla también como un regalo de la Provi-dencia ; yo no la quiero."
"iQue el cielo os
acompañe en vuestro camino, buen caballero!"
Jack siguió su viaje
hasta que llegó a la casa de su padre, a la caída de la noche. Entró.
"¡Dios salve a todo el mundo!"
"¡Dios os salve,
señor!"
"¿Podrías darme
alojamiento aquí por una noche?"
"Oh, señor, nuestra
casa no es apropiada para los gustos de un caballero como vos.
"Oh, pero, ¡caray!
¿ya no conoces a tu propio hijo?"
Todos abrieron bien los
ojos, y casi se pegan, al reconocerle, por ver quién le abrazaba primero.
"Pero, Jack, hijo,
¿de dónde has sacado esas ropas tan finas?"
"Oh, pregúntame
mejor de dónde he sacado todo este dinero", dijo él, vaciando sus
bolsillos sobre la mesa.
Todos se asustaron al
principio, pero cuando él les contó sus aventuras, se tranquilizaron y se
fueron a la cama rebosantes de alegría.
"Padre", dijo
Jack, a la mañana siguiente, "ve al patrón y dile que me gustaría casarme
con su hija”.
"iOh! no, pues tengo
miedo de que me eche los perros detrás. Si me pregunta cómo has conseguido tu
dinero, ¿qué le voy a decir?"
"Dile que soy
maestro ladrón, y que no hay quien me iguale en los tres reinos; que valgo mil
libras, y todas robadas a los más grandes canallas que hay en vida. Háblale
cuando la señorita esté delante."
"Es un extraño
mensaje el que me mandas llevar: me temo que la cosa no va a acabar bien."
El anciano estaba de
vuelta a las dos horas.
"Bien, ¿qué noticias
traes?"
"No muy buenas. La
señorita no parecía nada dispuesta: supongo que no es la primera vez que le
has hablado; y el hacendado se ha reído, y ha dicho que tendrías que robar el
ganso del asador de su cocina el próximo domingo, y que entonces ya
vería."
"¡Oh! eso no será
difícil, de todos modos."
Al domingo siguiente, el
hacendado y toda su gente se encontra-ban reunidos en su cocina, y el ganso
daba vueltas sobre el fuego. La puerta se abrió, y un viejo mendigo harapiento,
con un gran morral a la espalda, asomó la cabeza tímidamente.
"¿Tendrá la señora algo
para mí, cuando haya terminado la comida, señor?"
"Pues claro. En este
momento me temo que no tenemos ni sitio para ti aquí; pero, siéntate un rato
ahí, bajo el porche."
"¡Dios bendiga a
vuestra familia, y a vos!"
Al poco alguien que
estaba sentado cerca de la ventana gritó, "¡oh, señor! hay una enorme
liebre corriendo como un demonio alrededor del patio. ¿Salimos y la
atravesamos?"
"¡Atravesar a una
liebre! cómo te iba a dejar hacerlo; siéntate donde estás."
La liebre se escapó,
escabulléndose por el jardín; pero Jack, vestido con ropas de mendigo, dejó
salir otra del morral.
"Oh, señor, ahí está
otra vez merodeando. No puede escapar: démosle caza. La puerta de entrada está
cerrada con llave desde dentro, y el Sr. Jack no podrá entrar."
"Estate quieto, te
digo."
A los pocos minutos,
volvió a gritar que la liebre todavía estaba allí, pero era la tercera que Jack
acababa de dejar en libertad. Bien; aquí ya no pudieron resistir por más
tiempo la tentación, y allá se lanzó todo hijo de madre, y el hacendado tras
ellos, en su persecución.
"¿Queréis Queréis
que dé vueltas al asador, señor, mientras van tras la liebrecilla?",
preguntó el mendigo.
"Hazlo, y, por tu
vida, no dejes que nadie entre."
"Palabra que no lo
haré, descuidad de ello."
La tercera liebre
consiguió escaparse tras las otras, y, cuando todos volvieron de la caza, no
hallaron ni al mendigo ni al ganso en la cocina.
"Maldito seas,
Jack", exclamó el patrón, "me has vencido esta vez".
Y así cuando estaban
pensando en hacer otra comida, vino un mensajero de parte del padre de Jack
para invitarles a que cruzaran los campos, y compartiesen con ellos lo que la Providencia les había
enviado. Y como aquella familia carecía de orgullo malsano, allá fueron, y
comieron pavo asado, y buey asado, y su propio ganso asado; y el hacendado
estuvo riéndose del truco hasta casi reventar el chaleco, y las finas ropas y
buenas maneras de Jack no disminuyeron en absoluto el interés que la joven ya
sentía por él.
Mientras tomaban el
ponche en torno a la vieja mesa de roble en el limpio y agradable cuarto de
estar de suelo de tierra, habló el hacendado, "no puedes estar seguro de
mi hija, Jack, hasta que robes mis seis caballos delante de los seis hombres
que habrá, mañana por la noche, vigilándolos en el establo".
"Haré más que
eso", agregó Jack, "por un mirada agradable de la señorita"; y
las mejillas de la joven se pusieron más rojas que el fuego.
El lunes por la noche los
seis caballos estaban en su establo, y un hombre encima de cada uno, y un buen
vaso de whisky bajo la camisa de cada hombre, y la puerta abierta de par en par
para Jack. Durante bastante tiempo estuvieron muy alegres, y bromeaban y
cantaban, y se apenaban del pobre muchacho. Pero las horas iban pasando una
tras otra, y el efecto del whisky perdía su fuerza, y comenzaron a temblar y a
desear que llegase ya la mañana.
Una vieja bruja andrajosa
con media docena de bolsas colgando de ella y barba de media pulgada de larga,
apareció en la puerta.
"Ah, cristianos de
buen corazón", suplicó, "¿me dejáis entrar y descansar sobre un
montón de paja en algún ricón?; la vida se me va a helar dentro del cuerpo, si
no me dais cobijo."
Ellos como no vieron
ningún daño en ello, la permitieron pasar y ella se puso tan cómoda como pudo;
en seguida la vieron sacar una gran botella negra y tomar un largo trago. La
anciana tosió y se relamió sonoramente, pareció sentirse un poco más animada,
mientras los hombres no podían quitarle la vista de encima.
"Buenos mozos",
dijo ella "os ofrecería unas gotas de esto, pero no sé si vais a pensar
que me tomo demasiadas libertades".
"Oh, déjate de
formalidades", cortó uno, "lo aceptamos, muchas gracias".
Entonces les dio la
botella, y ellos la pasaron de uno a otro, y el último tuvo el detalle de dejar
medio vaso en el fondo para la anciana. Todos le dieron las gracias, y le
dijeron que era lo mejor que sus lenguas habían probado nunca.
"En verdad,
hijos", aseguró ella, "soy yo quien está contenta de poder mostraros
cómo os agradezco vuestra amabilidad al darme cobijo; aún tengo otro botellón,
y, si queréis, podéis pasároslo también mientras yo me acabo lo que este hombre
tan amable me ha dejado".
Bien; lo que habían
bebido de la otra botella sólo había excitado su deseo de beber más, y,
mientras el último de ellos llegaba al fondo de la segunda botella, el primero
dormía como un piedra sobre la silla, porque esta otra botella tenía una
poción para dormir mezclada con el whisky. La bruja bajó a cada uno de los
hombres y los dejó en el pesebre, o debajo de él, todos bien cómodos y calentitos;
calzó con recios calcetines las patas de todos los caballos, y, sin hacer el
menor ruido, los condujo hasta la cuadra de la casa de su padre.
Lo primero que el
hacendado vio a la mañana siguiente fue a Jack cabalgando camino arriba, y
cinco caballos más trotando detrás del que él montaba.
"¡Condenado seas,
Jack!", chilló, "iy condenados sean los patanes que se dejaron
engañar por ti!".
Fue al establo, y los
pobres tipos se sintieron no poco abochor-nados, ¡cuando al cabo de mucho
tiempo pudieron ser despertados en serio!
"Después de
todo", se justificó el hacendado, cuando estaban sentados para el
desayuno, "no ha sido tan gran hazaña engañar a semejantes bobos. Hoy
estaré cabalgando por la pradera de una a tres, y si eres capaz de quitarme la
bestia que montaré, habré de renocer que mereces ser mi yerno".
"Haría más que
eso", dijo Jack, "por honor, aunque el amor no entrase para nada en
el asunto", y la muchacha ocultó su rostro tras su plato.
Pues señor, ocurrió que,
según lo dicho, el hacendado estuvo cabalgando de un lado para otro y de aquí
para allá, hasta que se cansó, pero Jack no dio señal alguna. Al fin, empezaba
a pensar en volver a casa, cuando vio a uno de sus criados correr hacia él
desde la casa como si estuviera loco.
"iOh, señor,
señor", gritó, en cuanto pudo ser oído, "volad a casa, si queréis ver
a la pobre señora viva! Yo corro a buscar al cirujano. Ha rodado dos tramos de
escaleras abajo, y su cuello, o sus caderas, o sus dos brazos, se han roto, y
no habla nada; dad gracias, si todavía la encontráis respirando. Volad a
casa, tan rápido como podáis hacer correr a la bestia".
"Pero, ¿no sería
mejor que cogieras tú el caballo? ¡Hay una milla y media hasta el
cirujano!"
"Oh, como deseéis,
señor. ¡Ay, qué desgracia! ¡nuestra querida señora; vivir para ver el día! ¡y
su pobrecito cuerpo desfigurado como está!"
"¡Vamos, deja de
gritar, y vé como el rayo! Oh, querida mía, querida mía, ¿no es esto una dura prueba?"
Salió disparado hacia
casa como una furia, y se extrañó de no ver ajetreo alguno fuera de la casa; y
cuando entró en el vestíbulo, y de ahí al salón, su mujer y su hija, que
estaban cosiendo, lanzaron un grito de sobresalto al verle entrar tan
desbocado, y con una mirada tan salvaje en su rostro.
"¡Oh, querida
mía!", dijo, cuando pudo hablar, "¿Qué es lo que pasa? ¿Estás herida?
¿No te has caído por las escaleras? ¿Qué ha sucedido entonces? ¡Dime!"
"¿Por qué? No ha
pasado nada en absoluto, gracias a Dios, desde que te fuiste a caballo. Por
cierto ¿dónde lo has dejado?"
Sería difícil describir
el estado en que se encontró por espacio de un cuarto de hora o así, entre la
alegría de ver que nada había suce-dido a su esposa y la cólera hacia Jack, y
no menos por la vergüenza de haber sido engañado. Entonces vio cómo la bestia
subía por el camino, y un mocito montado a su silla con los pies en los
estribos. El criado no apareció durante una semana; pues poco se preocupó de
nada con las diez guineas de Jack en su bolsillo.
Jack no asomó la nariz
hasta la mañana siguiente, y no tuvo muy buena recepción.
"Fue una jugada
sucia la que me hiciste", le recriminó el hacen-dado. "Nunca te
perdonaré el susto que me diste. Pero estoy tan contento, sin embargo, que te
dejaré hacer otra prueba. Si eres capaz de llevarte la sábana de debajo de mi
mujer y de mí esta noche, la boda puede llevarse a cabo mañana mismo."
"Lo
intentaremos", dijo Jack, "pero si seguís reteniendo a mi novia por
más tiempo, os la robaré aunque esté guardada por dragones de fuego".
Aquella noche, cuando el
hacendado y su mujer estaban en la cama y la luna brillaba a través de la ventana,
vieron una cabeza emergiendo por el marco para fisgar, y desapareciendo otra
vez.
"Ese es Jack",
musitó el hacendado; "le voy a asustar un poco", añadió, apuntando
con una escopeta a la parte baja de la ventana.
"¡Oh, señor!
querido", terció la esposa, "espero que no irás a disparar a ese
bravo muchacho".
"Claro que no; no lo
haría ni por un reino; no hay más que polvo en ella."
La cabeza subió, la
escopeta se disparó, el cuerpo cayó desplomado, y se oyó un fuerte batacazo en
el camino de grava.
"¡Oh, señor!",
se lamentó la señora, "el pobre Jack está muerto o impedido de por
vida".
"Espero que
no", dijo el hacendado, y corrió escaleras abajo. Sin pre-ocuparse de
cerrar la puerta, abrió la verjilla y salió al jardín.
La mujer oyó la voz de su
marido a la puerta de la habitación, antes de que tuviese tiempo de estar
debajo de la ventana y volver, o al menos así lo pensó.
"iEsposa,
esposa", gritó la voz desde la puerta, "la sábana, la sábana! No está
muerto, creo, pero está sangrando como un cerdo. Debo tratar de limpiarlo como
pueda, y conseguir a alguien para llevarlo conmigo".
Ella sacó de un tirón la
sábana de la cama, y se la echó. Como un relámpago fue éste escaleras abajo, y,
apenas había tenido tiempo de llegar al jardín, cuando ya estaba de vuelta, con
su camisón, como había salido.
"¡Así te cuelguen,
Jack", voceó, "canalla rematado!"
"¿Canalla
rematado?" preguntó ella, "¿acaso no está el pobre hombre todo
cortado y magullado?"
"Poco me importaría
que lo estuviese. ¿ Qué crees que era lo que estaba asomando y escondiendo la
cabeza por la ventana, y cayó tan pesadamente al caminillo? Las ropas de un
hombre rellenas de paja y un par de piedras."
"¿Y para qué querías
la sábana hace un momento, que me dijiste que era para limpiar su sangre, si
sólo era un muñeco de paja?"
"¡Sábana!, ¡mujer,
yo no quería ninguna sábana!"
"Bien, la quisieras
o no, yo te la arrojé cuando estabas ahí junto a la puerta."
"¡Oh, Jack, Jack,
maldito tunante!" sollozó el hacendado, "es inútil luchar contigo.
Pasaremos sin la sábana esta noche y mañana ten-dremos boda, para salir de una
vez por todas de tantos problemas".
Así que se casaron, y
Jack resultó ser un buen marido. Y el hacendado y su señora no se cansaron
nunca de ensalzar a su yerno: "Jack, el Astuto Ladrón."
024 Anónimo (celta)
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