A tiempos remotos
habríamos de remontarnos para encontrar a un hombre llamado Paddy O'Kelly, que
vivía cerca de Tuam, en el condado de Galway. Una mañana se levantó muy
temprano, no sabía qué hora podía ser, pues aún, la luz de la luna iluminaba
los campos. Quería ir a la feria de Cauher-namart, a vender un asno que tenía.
No había avanzado más de
tres millas por la carretera, cuando sobrevino una gran oscuridad, y comenzó
a caer una densa lluvia. Vio una casa entre los árboles, a unas quinientas
yardas a un lado de la carretera, y decidió correr a refugiarse en ella hasta
que cesara la lluvia. Cuando llegó encontró la puerta abierta delante de él, y
entró. Vio una gran habitación a su izquierda, y un espléndido fuego en la
chimenea. Se sentó en una banqueta que había junto a la pared, y comenzaba a
quedarse dormido, cuando vio a una gran comadreja acercándose al fuego con algo
reluciente en la boca, que dejó caer sobre la losa del hogar; para desaparecer
otra vez. Pronto volvió de nuevo con otro objeto igual entre los dientes, y
esta vez pudo distinguir que era una guinea lo que llevaba. La soltó también
sobre la losa, y se marchó. Así estuvo yendo y viniendo, hasta que reunió un
enorme montón de guineas frente al fuego. Y al fin, cuando el animal volvió a
retirarse, Paddy se levantó, echó todo el oro que había apilado en sus
bolsillos, y corrió afuera con él.
No había ido lejos,
cuando escuchó que la comadreja venía tras él, chillando tan fuerte como las
gaitas. Adelantó a Paddy, llegó hasta la carretera, y comenzó a moverse hacia
adelante y hacia atrás, tratando sin duda, de lanzarse a su garganta. Paddy
tenía un buen bastón de roble, y la mantuvo a raya, hasta que llegaron dos
hombres que se dirigían también a la feria; uno de ellos llevaba un gigantesco
perro que persiguió a la comadreja hasta el agujero de un viejo muro, donde se
escondió.
Paddy continuó su viaje a
la feria, y, en lugar de volverse a casa con los beneficios obtenidos de la
venta de su viejo asno, como por la mañana había pensado hacer, fue y compró un
caballo con parte del dinero que había robado a la comadreja, y regresó a casa
montado en él. Cuando llegó al lugar donde el perro había acorralado a la
comadreja en un agujero del muro, ésta salió y le hizo frente, luego dio un
salto y se agarró del caballo por la garganta. El caballo se desbocó, y Paddy
no podía detenerle, hasta que en su locura saltó sobre una gran zanja llena de
agua y lodo negro; y estaba ahogán-dose y asfixiándose por momentos, cuando
unos hombres que venían de Galway acertaron a pasar por allí, espantaron a la
comadreja y le ayudaron a salir.
Paddy cogió el caballo,
se lo llevo a casa, lo metió en el establo de las vacas y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, al
despuntar el día, Paddy se levantó temprano, y salió a dar a su caballo paja y
avena. Mas cuando llegó a la puerta del establo, vio salir a la comadreja
cubierta de sangre.
"¡Siete mil
maldiciones caigan sobre ti!", gritó Paddy, "mucho me temo el estrago
que has hecho".
Entró en el establo, y
encontró a su caballo, un par de vacas lecheras, y dos terneras, muertos. Salió
precipitadamente y puso a un perro que tenía tras el rastro de la comadreja.
El perro atrapó a la comadreja, y ella atrapó al perro. El perro era un buen
animal, pero se vio forzado a soltar su presa antes de que Paddy pudiera
llegar. Este la siguió con la vista, sin embargo, a lo largo de su carrera,
hasta que vio cómo sé metía en una pequeña casucha que había en la orilla del
lago. Paddy corrió hacia allí, y, cuando llegó a la pequeña cabaña, hostigó al
perro, para excitarle y enfurecerle, y de nuevo lo envió tras ella. Cuando el
perro entró, comenzó a ladrar. Paddy corrió tras él, y vio a una vieja bruja en
un rincón. Le preguntó si había visto entrar a una comadreja allí.
"No la he
visto", dijo ella; "y más vale que sepas que estoy invadida por una
enfermedad apestosa, y que si no te marchas rápidamente de aquí, la vas a
coger tú también".
Mientras Paddy y la bruja
hablaban, el perro no dejaba de moverse inquieto, hasta que, al fin, dio un
salto y cogió a la bruja por la garganta. Esta chilló y dijo:
"Paddy O'Kelly,
quítame a tu perro de encima, y haré de ti un hombre rico."
Paddy mandó a su perro
soltarla, y preguntó:
"Dime quién eres tú,
y ¿por qué mataste a mi caballo y a mis vacas?"
"¿Y por qué te
llevaste tú todo el oro que yo había estado almacenando durante quinientos
años, por todas las colinas y escondrijos del mundo?", cortó la bruja.
"Yo creí que sólo
eras una comadreja", dijo Paddy, "de otro modo no habría tocado tu
oro; y, otra cosa", agregó, "si ya llevas quinien-tos años en este
mundo, creo que ya es tiempo de que te vayas a descansar".
"Cometí un gran
crimen en mi juventud", explicó la bruja, "y ahora podría ser liberada
de mis sufrimientos, si tú pagaras veinte libras para que digan misas por mí
durante ciento tres veintenas de años".
"¿Dónde está el
dinero?", preguntó Paddy.
"Ve y cava debajo de
un arbusto que hay encima de un pequeño pozo, en la esquina de aquel campo de
allí, y encontrarás una olla llena de oro. Paga las veinte libras por las
misas, y quédate tú con el resto.
Cuando levantes la losa
de encima de la olla, verás salir un gran perro negro; pero no tengas miedo de
él; es un hijo mío. Cuando tengas el oro, compra la casa donde me viste la
primera vez. La conseguirás barata, porque tiene fama de albergar un fantasma
en ella. Mi hijo vivirá abajo en el sótano. No te hará ningún daño, y será un
buen amigo para ti. Yo moriré dentro de un mes a partir de este día, y, cuando
me tengas por muerta, pon carbón bajo esta pequeña chabola y quémala. No le
digas a nadie nada sobre mí y la suerte te acompañará."
"¿Cuál es tu
nombre?", inquirió Paddy.
"Mary Kerwan",
dijo la bruja.
Pady se fue a casa, y,
cuando la oscuridad de la noche se echó como un manto encima, cogió una azada y
marchó hasta el arbusto que había en la esquina del campo, y comenzó a cavar.
No había pasado mucho rato, cuando encontró la olla, y cuando levantó la losa
que la cubría, un gran perro negro saltó afuera, y se fue corriendo, y el perro
de Paddy tras él.
Paddy llevó el oro a
casa, y lo escondió en el establo. Al cabo de un mes, marchó a la feria de
Galway, y compró un par de vacas, un caballo, y una docena de ovejas. Los
vecinos se preguntaban de dónde había sacado todo aquel dinero; llegando a la
conclusión de que tenía tratos con la buena
gente [1].
Un día, Paddy se vistió y
fue a ver al caballero que poseía la gran casa donde había visto por primera
vez a la comadreja, y le pidió que le vendiera la casa, y la tierra que la
rodeaba.
"Puedes tener la
casa sin pagar renta alguna; mas hay un fantasma en ella, y no me gustaría que
fueras a vivir allí sin decírtelo antes, pero no podría quedarme sin la tierra
sin conseguir por ella cien libras más de lo que tú puedes ofrecerme."
"Quizá tenga yo todo
lo que pides", dijo Paddy. "Mañana estaré aquí con el dinero, si
estás dispuesto a darme la posesión."
"Estaré
dispuesto", aseguró el caballero.
Paddy se fue a casa y
contó a su esposa que había comprado una gran casa y una posesión de terreno.
"¿De dónde has
sacado el dinero?", le preguntó la mujer.
"Qué más te da a ti
de dónde lo haya conseguido?”, contestó Paddy.
Al día siguiente, Paddy
fue a ver al caballero de nuevo, le dio el dinero, y tomó posesión de la casa y
de la tierra; y el caballero le cedió amablemente el mobiliario y todo cuanto
había en la casa, incluidos en el lote.
Paddy se quedó en la casa
aquella noche, y cuando oscureció, bajó al sótano, y allí vio a un hombre diminuto
con sus dos piernas abiertas sobre un barril.
"Dios te salve, buen
hombre", saludó a Paddy.
"Igualmente",
dijo Paddy.
"No tengas miedo de
mí, en absoluto", continuó el hombrecillo. "Yo seré un excelente
amigo para ti, si eres capaz de guardarme un secreto."
"Claro que soy
capaz; guardé el secreto de tu madre, y guardaré el tuyo también."
"¿Tienes sed,
quizá?", -preguntó el hombrecillo.
"No estoy libre de
ella", -respondió Paddy.
El hombrecillo metió una
mano en su pechera, y sacó de ella una copa de oro. Se la dio a Paddy, y dijo:
"Toma vino de este barril que está debajo de mí."
Paddy llenó la copa hasta
arriba, y se la pasó al hombrecillo.
"Bebe tú
primero", dijo.
Paddy bebió, llenó otra
copa, la pasó al hombrecillo, y éste la bebió.
"Llena otra vez y
bebe", ordenó el hombrecillo. "Esta noche pienso ponerme
alegre."
Y se sentaron los dos,
mano a mano, hasta que estuvieron medio borrachos. Entonces, el hombrecillo
dio un salto hasta el suelo, y preguntó a Paddy:
"¿No te gusta la
música?"
"Claro que me
gusta", dijo Paddy, "y soy un buen bailarín, también".
"Levanta esa losa
grande que hay allí, en el rincón, y encontrarás mi gaita debajo."
Paddy levantó la losa,
cogió la gaita, y se la dio al hombrecillo. Este apretó la bolsa, y comenzó a
tocar una melodiosa música. Paddy empezó a bailar, y así siguió hasta que
estuvo muy cansado. Entonces echaron otro trago y el hombrecillo le habló de
nuevo:
"Haz lo que mi madre
te dijo, y yo te conseguiré grandes riquezas. Puedes traer a tu esposa contigo,
pero no le digas que yo estoy aquí, así ella no me verá. Cuando quiera que te
falte cerveza o vino, ven aquí y coge. Ahora, adiós; vete a dormir, y ven otra
vez aquí mañana por la noche."
Paddy se fue a la cama, y
al cabo de no mucho rato se quedó dormido.
Al despuntar el alba del
día siguiente, Paddy fue a su casa, y trajo a su mujer y a sus niños a la nueva
vivienda, y allí se asentaron con gran confort. Aquella noche Paddy bajó al
sótano; el hombrecillo le dio la bienvenida y le preguntó si quería bailar.
"No antes de tomar
un trago", dijo Paddy.
"Bebe hasta
hartarte", rió el hombrecillo; "ese barril nunca estará vacío
mientras tú vivas".
Paddy se bebió una copa
rebosante, y ofreció otra al hombrecillo. Entonces éste le dijo:
"Esta noche voy a la
fortaleza de los duendes, a tocar música para la buena gente, y si vienes conmigo conocerás la buena diversión. Te daré un caballo, y te aseguro que jamás habrás
visto nada parecido.
"iIré contigo, y
bienvenido sea tu ofrecimiento!", exclamó Paddy; "pero, ¿qué excusa
voy a darle a mi mujer?"
"Yo te llevaré de su
lado sin que ella se dé cuenta, cuando los dos estéis dormidos, y luego te
traeré junto a ella de la misma manera", explicó el hombrecillo.
"Soy
obediente", dijo Paddy; "echemos otro trago antes de irme".
Bebió trago tras trago,
hasta que estuvo medio borracho, y se fue a la cama con su mujer.
Cuando se despertó, se
encontró a sí mismo montando una escoba cerca de Doon-na-shee, y el hombrecillo
montando otra a su lado. Cuando llegaron a la verde colina del Doon, el
hombrecillo dijo algunas palabras que Paddy no entendió. La verde colina se
abrió, y la pareja entró en una elegante cámara.
Paddy jamás había visto
nada semejante a lo que vio aquella noche en el Doon. Todo estaba lleno de
gente diminuta, hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Todos dieron la
bienvenida al pequeño Donal -que era el nombre del gaitero- y a Paddy
O'Kelly. El rey y la reina de los duendes se acercaron hasta ellos, y dijeron:
"Esta noche vamos a
ir todos a CnocMatha, y visitaremos al gran rey y a la reina de toda nuestra gente."
Se levantaron todos y
salieron. Había caballos preparados para cada uno de ellos, y una fantástica
carroza para los monarcas. El rey y la reina subieron al carruaje, cada hombre
saltó sobre su propio caballo, y podéis estar seguros de que Paddy no se quedó
atrás. El gaitero salió delante y se puso a tocarles música, y luego allá fue
con ellos. No había pasado mucho tiempo cuando llegaron a Cnoc Matha. La colina
se abrió, y el rey y la reina y toda la hueste de duendecillos entraron.
Finvara y Nuala, el gran
rey y la gran reina de la hueste de duendes de Connacht, estaban allí; y también
miles de personitas. Finvara se levantó y dijo:
"Esta noche vamos a
jugar un partido de bastones contra la hueste de Munster, y, como no los derrotemos,
nuestra fama se habrá esfumado para siempre. El partido tendrá lugar en
Moytura, debajo de Slieve Balgadaun."
La hueste de Connacht gritó:
"Estamos todos preparados, y no tenemos la menor duda de que los
venceremos.”
"Adelante, todo el
mundo", gritó el gran; “los hombres de la colina de Nephin estarán en el
terreno antes que nosotros”.
Y salieron todos, y el
pequeño Donal y doce gaiteros más iban delante, tocando ritmos mágicos. Cuarido
llegaron a Moytura, los duendecillos de la colina de Nephin ya estaban allí.
Sería necesario explicar
que era cosa necesaria para las huestes de los duendes tener a dos seres
humanos de testigos con ellos cuando iban a luchar, o a jugar un partido de
bastones, y ésa era la razón de que el pequeño Donal llevara a Paddy O'Kelly
con él. Igualmente había un hombre con la hueste de Munster, al que llamaban
"el Stongirya amarillo" [2],
y era de Ennis, en el condado de Clare.
Al cabo de un rato las
dos huestes tomaron posiciones; la pelota fue lanzada a lo alto en medio de
las dos, y la diversión dio comienzo en serio. Golpearon y lanzaron sin cesar
la bola, y los gaiteros tocaron, hasta que Paddy O'Kelly vio que la hueste de
Munster estaba tomando la sartén por el mango, y comenzó a ayudar a la hueste
de Connacht. Entonces el stongirya
se levantó y se lanzó hacia Paddy O'Kelly, pero Paddy lo puso patas arriba. Las
dos huestes pasaron del juego a la pelea, y al cabo de un rato la hueste de
Connacht acabó sacudiendo a la otra. Entonces, los de la hueste de Munster se convirtieron
en escarabajos voladores, y salieron volando de allí, comiéndose cuanto de
verde encontraban en su camino. Arrasaron todo el campo hasta llegar a Cong.
Entonces, miles de palomas salieron de un enorme agujero, y se tragaron a los
escarabajos. Aquel agujero no ha tenido otro nombre, desde entonces hasta hoy,
que Pull-na-gullam, el agujero de las palomas.
Cuando la hueste de los duendes
de Connacht hubieron ganado su batalla, regresaron a CnocMatha llenos de
felicidad, y el rey Finvara dio a Paddy O'Kelly una bolsa llena de oro, que el
pequeño gaitero llevó de vuelta a casa, lo dejó en su cama, al lado de su
mujer, y allí se quedó dormido.
Pasó un mes después de
aquello, sin nada que valga la pena mencionar, hasta que una noche Paddy bajó
al sótano, y el hombrecillo le dijo: "Mi madre ha muerto; ve y quema la
casa sobre ella."
"Es verdad",
recordó Paddy. "Ella me dijo que ya no le quedaba más que un mes en el
mundo, y el mes se cumplió ayer."
Al día siguiente por la
mañana, Paddy fue hasta la cabaña y encontró a la bruja muerta. Puso carbón en
el suelo de la cabaña, y la quemó. Luego volvió a casa, y dijo al hombrecillo
que había quemado a la bruja. El hombrecillo le dio una bolsa de monedas y le
dijo: "Esta bolsa nunca estará vacía mientras vivas. Ahora, ya no me verás
más; pero conserva un cariñoso recuerdo de la comadreja. Ella fue el principio
y la causa primera de todas tus riquezas." Y se marchó, y Paddy ya no
volvió a verlo nunca más.
Paddy O'Kelly y su mujer
vivieron durante largos años después de aquello en la casa grande, y cuando él
murió dejó tras sí una gran fortuna, y una gran familia para gastarla.
Ahí queda, pues, esta
historia para vosotros, desde la primera hasta la última palabra, tal como se
la oí contar a mi abuela.
024 Anónimo (celta)
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