(la más terrible de todas las criaturas)
Hubo una vez un matrimonio. El marido
había emprendido un largo viaje y, durante su ausencia, la mujer dio a luz a un
niño.
La madre del recién nacido aguardaba,
impaciente, el regreso del marido para mostrarle el pequeñuelo, que era un
negrito encantador, de ojos risueños y picarescos. Una monada de criatura.
Y he aquí que, a los pocos días del
nacimiento del lindo negrito, cuando la madre se preguntaba qué nombre daría al
retoño, pasmada de asombro, oyó que el hijito exclamaba:
-¡Mi nombre es Kuakú Baboní!
Más al siguiente día aumentó su
asombro. La mujer gruñía porque, debido a la ausencia del marido, no podía ir
al bosque a recoger leña, cuando el precoz negrito, que no contaba más que de
siete a ocho días de edad, dijo:
-Yo iré al bosque.
Y así lo hizo. Fuése a recoger leña y
regresó con medio bosque a cuestas.
Tendría mes y medio tan sólo cuando su
madre hubo precisión de ir hasta el río a lavar ropa y dejó al prodigioso negrito
en casa, durmiendo en su cuna.
De regreso encontró en la puerta a
todo un ejército de negritos que armaban un formidable escándalo.
-¡Tu hijo nos ha pegado! - le dijeron
lloriqueando.
-¡Mi hijo! -exclamó la madre,
estupefacta-. ¡Si es mi pequeño un niño de teta y vosotros sois ya
grandullones! Además, está en la cuna, donde le dejé hace poco, durmiendo como
un bendito.
Y para convencerles, les hizo entrar.
Pero, ¡oh desencanto!, por más que
buscaron, no pudieron encontrarlo por ninguna parte. Y la madre tuvo que
presentar excusas a los muchachos para que le perdonaran, pues era muy pequeño
y no sabía lo que se hacía.
Y para mayor burla, al cabo de un
rato, llegó con mucho sigilo y, sin que nadie lo advirtiera, subióse él mismo a
la cuna.
Tantas y tantas fueron las travesuras
y fecharías del precoz negrito, que sus padres, espantados, creyendo tener en
su casa a un verdadero diablillo, lo echaron de la choza, prohibiéndole que
pusiera nuevamente los pies en ella.
Y el negrito, en vez de entristecerse,
partió silbando alegremente.
Anda que te anda, al anochecer divisó
una linda casita. Vivían en
ella, juntos y en franca armonía, muy felices, un león, un tigre, un lobo, una
cabra y un elefante.
He de advertir a nuestros pequeños
lectores que, en aquel tiempo, los animales hablaban y se querían como
hermanos. Jamás se peleaban y se ayudaban mutuamente.
Los animales de nuestra historia: el
lobo, la cabra y el elefante que vivían fraternalmente, estaban sentados aquel
atardecer alrededor del fuego, fumando en pipa y contándose leyendas heroicas y
cuentos de hadas, de los que mucho gustaban.
Cuando llegó el pequeño negrito,
saludó cortésmente a la familia de animales y les pidió permiso para permanecer
entre ellos, ofreciendo servirles como criado, pues agregó ser huérfano de
padre y madre.
-Aceptemos sus servicios. Así tendré
quien me ayude en la pesada labor de la casa, ya que, mientras vosotros os
paseáis o tomáis el sol, tengo que atender a todas los cosas.
Los animales conferenciaron y
accedieron. Luego le invitaron a cenar. El negrito aceptó complacido y engulló
cuantos manjares le presentaron; parecía no haber comido en su vida, de tal
modo lo devoraba todo.
Los cinco animales acostumbraban
llegarse, por riguroso turno, a una finca que poseían a unos kilómetros de
distancia, en busca de provisiones para el sostén de la casa; era ésta una
labor de todas las mañanas.
Y como a la mañana siguiente a la
llegada de nuestro negrito le tocaba a la Cabra , ésta pidió que el negrito la acompañase
para ayudarla a traer el cesto.
Y así se acordó. Entregaron el cesto a
Kuakú Baboní, y éste, muy contento, echó a andar tras la Cabra.
Cuando llegaron a la finca propiedad
de los cinco animales, el negrito dejó en el suelo el cesto y echó a correr de
un lado a otro, jugando y curioseándolo todo.
Fue inútil que la Cabra le llamara la atención
y que le amonestara para que fuese en su ayuda; él proseguía en sus juegos y en
sus fisgonerías. Tanto, que ya la
Cabra se enfadó, y, llevada de los nervios, dióle unos
tirones de orejas con la consabida reprimenda.
Mas ¡cuál no sería su estupefacción,
al ver que Kuakú Baboní le propinaba un formidable puñetazo que la tiraba al
suelo, rodando! Y hubo más: lanzándose sobre ella, le dio una paliza soberana,
hasta que la Cabra ,
extenuada, pidió gracia.
Pero Kuakú Baboní siguió aporreándola
hasta que ella juró terminar el trabajo, dejándole en paz con sus diversiones,
llevar el cesto lleno de provisiones y no decir a nadie ni una sola palabra de
lo ocurrido.
Sólo entonces Kuakú Baboní permitió
que la Cabra se
levantara del suelo, donde la tenía acorralada. Estaba llena de contusiones y
tenía un ojo hinchado y el labio partido; lo que vulgarmente se dice, una
verdadera calamidad.
Llegado el momento del retorno, la Cabra cargó, sobre su
cabeza, con el cesto lleno de provisiones y emprendieron la marcha.
Al llegar cerca de la choza, Kuakú
Baboní tomó el cesto, aparentando la ayuda que no había prestado. Y así llegó
con la Cabra.
Extrañados los animales del lastimoso
aspecto que presentaba su compañera, preguntáronle qué le había ocurrido.
-Tuve la desgracia -explicó la Cabra , de tropezar con un
enjambre de abejas cuando estaba recogiendo las provisiones. Me aguijonearon y
dejáronme en el deplorable estado en que me veis.
A la mañana siguiente le tocó al Lobo,
y fuése a la finca acompañado de Kuakú Baboní. También aquél regresó con el
rostro hinchado y el cuerpo lleno de contusiones.
Luego, la Cabra y el Lobo hablaron de
lo sucedido, extrañando que una criatura tan chiquitina como Kuakú Baboní
tuviese fuerza tan enorme y osadía tan singular.
Todos los días, por la mañana, uno de
los animales, el que le correspondía, iba a la finca e, infaliblemente,
regresaba hecho un "ecce-homo". Por fin, habiendo corrido todos la
misma suerte y no habiendo motivos para disimular, celebraron concilio con el
único y exclusivo objeto de estudiar el modo de desembarazarse de Kuakú Baboní,
la más terrible de todas las criaturas.
Acordaron abandonar la choza y dejar
en ella a Kuakú Baboní como solo propietario.
Antes de emprender la fuga para
librarse de aquella terrible criatura, prepararon, con gran reserva, un cesto
lleno de provisiones, a las que agregaron los utensilios indispensables de
cocina: un jarro para la leche, una cacerola, cinco calabazas que servíanles de
plato, una gran cafetera y las diferentes pipas de la cuadrilla.
Desgraciadamente para ellos, Kuakú
Baboní se enteró de sus proyectos. Y, sin que ellos ni siquiera lo sospecharan,
cogió una hoja de árbol, muy grande, se introdujo en el cesto y se envolvió en
aquélla, cosa muy factible para Kuakú Baboní, porque ya sabéis que era muy
chiquitín.
Al amanecer, sin el menor ruido por
temor a despertar al terrible Kuakú Baboní, la pandilla emprendió la fuga.
Sentían ganas e saltar, de brincar, de cantar y de reír, al verse libres del
terrible negrito.
Y cuando ya habían andado algunos
kilómetros de su antigua morada la
Cabra , que llevaba el cesto de provisiones sobre la cabeza,
sintiéndose fatigada, se detuvo un instante a descansar.
Entre tanto, sus compañeros proseguían
el camino y perdióles de vista; acordóse de los manjares que llevaba y entróle
deseos de comerse un bocadillo, sin que ellos lo vieran; la Cabra era muy glotona. ¡Cuál
no sería su sorpresa y asombro! Al levantar la tapa del cesto, recibió una
formidable trompada al mismo tiempo que oía una voz que le decía:
-¡Cierra el cesto y a callar se ha
dicho!
Faltóle tiempo a la Cabra para obedecer y echó a
correr tras de sus compañeros, aterrada por aquella terrible criatura.
Y así que los divisó los llamó y
exclamó luego:
-¡Lobo, ahora te toca a ti cargar con
el cesto! ¡Yo estoy muy cansada!
El Lobo tomó la carga. Pero, al poco,
recordando también las sabrosas provisiones que contenía la cesta, fingiendo
estar fatigado, se detuvo a descansar un instante.
Y cuando sus compañeros se hubieron
distanciado un largo trecho, abrió el cesto. Y, como la Cabra había recibido antes,
asestáronle un formidable puñetazo. Dejó caer la tapa del cesto y reanudó la
marcha muy ligero para alcanzar a sus compañeros.
El León y el Tigre, uno tras otro,
llevaron el cesto. Y los dos, a cual más glotón, levantaron la tapa del cesto
de provisiones para engullirse alguna golosina. Y los dos, respectivamente,
recibieron un puñetazo soberano.
Le tocó el turno al Elefante, que
también recibió una trompada. Cuando se reunió con los demás y pidió que le
librasen de la carga, todos exclamaron:
-¡Si no quieres seguir llevando el
cesto, tíralo; nosotros, ya estamos cansados de cargar con él!
El Elefante, al oír estas palabras,
tiró precipitadamente el cesto y echó a correr como alma que lleva el diablo,
en dirección al bosque.
Sus compañeros echaron una mirada al
cesto y apretaron a correr tras el Elefante, también hacia el bosque.
Continuaron así corriendo todo el día
y toda la noche, sin descansar, hasta que se internaron en el bosque. Rendidos
de fatiga se echaron a descansar junto a un baobab, gigante entre los árboles.
Pero el terrible Kuakú, al caer el
cesto, salió y echó a correr a campo traviesa, en dirección al bosque. Sabía
que los fugitivos descansarían a la sombra del gigantesco baobab. Trepó a una
rama y se ocultó entre el follaje.
Los animales, rendidos de cansancio, y
tendidos al pie del baobab se enzarzaron en una violenta discusión. Todos
censuraban a la Cabra
por haberles propuesto que tomasen a su servicio aquella terrible criatura.
-¡Fue de común acuerdo el tomarle a
nuestro servicio!
Y añadía:
-¡Yo no tengo la culpa! ¡Si ese
diablillo estuviera presente me daría la razón! Es más: os culparía a vosotros.
Al oír estas palabras, Kuakú se dejó
caer entre los animales que allí discutían. Poseídos de terror, los cinco
animales huyeron en direcciones distintas.
El Lobo corrió hacia la estepa; el
Tigre se escondió en el bosque; el León no paró hasta llegar al desierto
arenoso; el Elefante huyó hacia la región del Níger, y la Cabra fue a pedir protección
a las regiones habitadas por los hombres.
Y desde entonces, viven separados y en
lugares tan diferentes; su vida es muy otra a la que observaban cuando, bajo el
mismo techo, vivían fraternalmente.
En cuanto a Kuakú Baboní, la más
terrible de todas las criaturas, continúa vagando por el mundo para terror y
espanto de todos los animales, que temen su presencia en cualquier instante.
Pues habéis de saber que el Lobo, el
León, el Elefante, el Tigre y la
Cabra advirtieron a sus hijos que se cuidaran muy mucho de
tener el menor trato con la más terrible de las criaturas de la creación, Kuakú
Baboní.
Por esto, por haber sido advertidos,
muchos de los descendientes de aquellos animales, como tienen buena memoria,
huyen, desconfiados, en cuanto divisan o huelen la presencia del hombre.
009. Anónimo (africa)
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