Aquel
pueblo había sido tranquilo y alegre. Pero desde hacía algún
tiempo había cambiado mucho: nadie se atrevía a salir de su casa,
ni siquiera para ir a la finca, porque los gigantes atacaban y se
comían a todo el que encontraban.
Una
mujer muy tozuda quiso ir a visitar a su hijo, que vivía en Pale. Su
marido le rogó que no saliera para nada; pero ella metió comida en
una bolsa y emprendió el camino.
Al
llegar a Jada, lugar donde todos los caminantes encuentran reposo,
se sentó para descansar un rato. Entonces llegaron los gigantes y
ella, aterrorizada, les entregó la comida que traía en la bolsa.
Pero
no era aquélla la comida que los gigantes deseaban. Y así uno
empezó a comerle una mano, el otro un pie, el otro la cara... y la
mujer, que no había sabido comportarse con prudencia, murió entre
horribles dolores, devorada por aquellos monstruos.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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