Un
rey que vivía en Mabana con su familia ordenó que ningún hombre se
acercara a su pueblo; solamente podían estar allí las mujeres.
La
esposa de la tortuga vivía también en Mabana. Y la tortuga sufría
mucho por no poder ver a su mujer ni a los hijos que tenían. De
manera que pensó que podría ponerse un disfraz. Y, al cabo de unos
días, apareció recubierto con una funda de hojas de plátano para
no ser reconocido.
Aquella
funda pesaba mucho, y su mujer y algunas amigas tuvieron que ayudarle
a llegar hasta el pueblo. Una vez en casa, aguardaron a que
anocheciera; y entonces la tortuga salió de su funda y pasó la
noche con su mujer.
El
rey, que tenía espías en todas partes, se enteró de lo ocurrido y
mandó prender al malhechor. Y así fue como la tortuga fue condenada
a trabajar en el palacio del rey durante muchos años.
Más
adelante, el rey prohibió defecar en ningún lugar que estuviera a
la vista. La tortuga, que trabajaba en el palacio, aprovechó un
paseo del monarca para hacerlo encima de su trono. Cuando el rey se
apercibió de lo sucedido montó en cólera. Y las defecaciones sobre
el trono real se sucedían cada vez que salía del palacio, sin que
nadie pudiera darse cuenta de quién era el responsable de tal
desaguisado.
Por
fin el rey, decidido a terminar con aquel problema, ordenó que
llevaran a todos los sirvientes al río para matarlos. La tortuga,
astuta como siempre, sugirió que las cosas se hicieran con orden; y
que dispusieran a todos los reos en hilera, junto al río, de menor a
mayor estatura.
Los
guardianes creyeron que la tortuga tenía razón. Y, como ella era la
más bajita, quedó junto a la orilla. Cuando los guardianes
empezaron la matanza, ella se deslizó hasta el agua y esquivó el
real castigo.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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