Una
familia muy rica tenía una hija. Los padres murieron y la gente del
pueblo se aprovechó de la circunstancia: uno decía que los
fallecidos le habían prometido los muebles en herencia, otro la
casa, otro el dinero... la pobre huérfana se vio reducida a la
miseria, y entonces la echaron del pueblo y tuvo que vivir en el
bosque, comiendo frutos silvestres.
Hasta
que un día, en un claro del bosque, divisó una casucha. Entró en
ella y observó que estaba habitada por una vieja que tenía los ojos
llenos de pus. Al darse cuenta de que tenía una visita, la vieja le
suplicó que le lamiera los ojos. La muchacha dijo que aquel pus era
repugnante; pero que, como quería ayudarla, podía limpiarle los
ojos con unas hojas.
Sin
embargo la anciana siguió insistiendo; hasta que la niña accedió a
su deseo y, pasándole la lengua por los ojos, sintió un gusto muy
dulce. La vieja, agradecida, le dijo: «Ya sé que eras una niña
rica y te han convertido en una huérfana pobre. Pero yo te ayudaré:
sigue por este camino hasta que encuentres otra casita; verás que
allí hay una maleta vieja y otra maleta nueva; sin hacer caso de lo
que nadie te diga, coge la vieja y tráela aquí».
La
muchacha hizo todo lo que la vieja le había dicho. Y, al regresar a
la casucha del bosque, la anciana desapareció dejándola sola con su
maleta. Entonces la abrió y comprobó que estaba vacía. Mas de
pronto salió un chispazo de allí dentro y apareció un magnífico
jinete, hermoso y apuesto, montado en un caballo blanco: «Llevaba
mucho tiempo aguardando este momento. ¿Quieres venir conmigo?».
La
joven aceptó el ofrecimiento de aquel hombre, que la llevó hasta ,
su pueblo. Allí se casaron, fueron felices y vivieron en la
abundancia.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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