En
un pueblo había un rey que era muy querido por todos porque era muy
bueno. También vivían allí la tortuga y su esposa, que, como los
demás habitantes del lugar, gozaban de la protección del rey.
Un
día llegó al pueblo un gigante terrible, que atemorizaba a todo el
mundo y se comía a los que intentaban enfrentársele. El rey mandó
muchas veces a sus soldados a combatirle; pero jamás lograban
vencerle, y el gigante se los iba comiendo. De manera que el rey
estaba desolado.
Entonces
la tortuga se presentó ante el rey para ofrecerle sus servicios: «Yo
solucionaré tu problema y traeré al gigante atado para que puedas
matarlo. A cambio deseo que me prometas la mitad del reino». El rey
accedió gustoso, puesto que deseaba el bienestar del pueblo; y la
tortuga se dirigió al bosque cercano, donde el gigante terrible
aguardaba a sus nuevas víctimas.
Se
acercó a él sin ninguna clase de miedo y le hizo la siguiente
proposición: «Me atarás las patas con esta cuerda que he traído;
si logro sacármela ataré tus piernas con un alambre; si no
consigues desembarazarte de tus ligaduras, te habré vencido y todo
el mundo sabrá que soy más fuerte que tú».
El
gigante, complacido por un desafío que no parecía difícil de
superar, lo aceptó sin darse cuenta de que la cuerda que había
traído la tortuga estaba podrida. Así es que ésta no tuvo ninguna
dificultad en deshacerse de las ataduras que el gigante le hizo. En
cambio, cuando los alambres de la tortuga sujetaron las piernas del
gigante con gran fuerza, éste no pudo librarse de ellos por más que
lo intentó.
La
tortuga cogió un buen garrote y, pegándole constantemente, le llevó
ante el rey para que éste pudiera matarle. El rey le metió en una
gran jaula; y concedió la mitad del reino a la tortuga, tal como
había prometido.
Sucedió,
sin embargo, que un día los hijos del rey empezaron a jugar cerca de
la jaula del gigante. Y la pelota, accidentalmente, fue a parar
dentro de la jaula. Como los pequeños sabían dónde se guardaba la
llave, abrieron la puerta para recuperar su juguete; y el gigante
aprovechó la ocasión para escaparse.
Furioso
y lleno de rabia, merodeó por todo el pueblo buscando a la tortuga
para vengarse de ella. Al llegar a la playa vio que allí estaba, con
su esposa. Pero las dos tortugas, al darse cuenta de su presencia, se
metieron en el agua y nadaron mar adentro.
Los
esfuerzos del gigante resultaron baldíos. Y, al ver que no podría
vengarse de su enemiga, subió a lo alto de un barranco y se
precipitó al vacío. De esta manera el pueblo recuperó su
tranquilidad.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
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