Dos
vecinas se querían mucho. Una de ellas tuvo una niña y, al poco
tiempo, se le murió el esposo. La otra, a partir de entonces, las
cuidaba a las dos, madre e hija, con todo esmero, y les daba la
comida que necesitaban.
Pero
su marido se hartó de la situación: él hubiera querido tener algún
hijo a quien cuidar, en lugar de tener que ayudar a una vecina
cualquiera. Así es que prohibió a su mujer que las continuara
visitando para nada.
La
esposa quería obedecer al marido, pero su corazón le decía que no
debía dejar de ayudar a las vecinas que tanto amaba. Y su marido, al
ver que no le hacía caso, cogió una olla que estaba puesta al fuego
y se la tiró a la cara, con tan mala fortuna que la pobre mujer
quedó ciega.
Desde
aquel momento la vecina y su hija, agradecidas por todos los favores
que les había hecho, la ayudaron siempre. Y un día la muchacha,,
que ya había crecido, se encontró con una vieja a la que también
ayudó. Esta vieja le dijo: «Si vas a la otra parte de esta montaña,
encontrarás una hermosa sagua-sagua1.
Prepara una infusión con sus hojas y obtendrás un líquido que cura
toda clase de ceguera».
La
niña pensó que no le costaba nada probar suerte. Así es que se
dirigió a la otra parte de la montaña, cogió la sagua-sagua y
preparó la infusión. Después llamó a la vecina y, limpiándole
los ojos con aquel preparado, la curó inmediatamente.
Las
tres mujeres, libres de tan gran preocupación, decidieron abandonar
al marido y se dirigieron al bosque. Allí encontraron un jardín
grande y hermoso y un palacio con toda suerte de comodidades. También
había un apuesto joven que se casó con la muchacha.
La
vida, pues, discurrió a partir de entonces con toda clase de
felicidad. Mientras que el marido cruel se quedó solo y amargado
para el resto de su existencia.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
1
Chirimoya.
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