Tres
amigas eran tan presumidas que no querían bañarse con las demás y
lo hacían solas, río arriba. Dejaban sus toallas en una roca y se
zambullían en el agua.
Un
día un gigante cogió la toalla de la más pequeña y se escondió,
esperando a que salieran del agua. La pequeña sollozaba por la
pérdida de su toalla cuando el gigante salió de su escondrijo
diciendo: «Aquí la tengo. Si quieres recuperarla tendrás que
seguirme». Las otras dos amigas salieron despavoridas: mientras que
el gigante, mirando a la pequeña y retrocediendo, la hizo llegar a
su guarida, un lugar alejado y tenebroso.
Allí
la trató bien, aunque no la dejaba salir para nada: «Por estos
alrededores viven, otros gigantes; y ellos sí te comerían si
observasen tu presencia». Al cabo de un tiempo tuvieron un hijo;
pero, aun así, la chica estaba decidida a intentar escapar de
aquella prisión.
Su
oportunidad se presentó en cierta ocasión en que el gigante había
ido a merodear a un lugar desconocido. Temerosa de que efectivamente
aquel lugar estuviera habitado por más gigantes, llegó hasta la
costa. Al cabo de un rato pasó un cayuco y la muchacha le hizo
señales. La embarcación se acercó y, después de que la chica
contara su situación, la recogió y empezó a adentrarse en el mar.
En
aquel momento el gigante regresaba. Y, al darse cuenta de la
situación, cogió a su hijo en brazos y empezó a gritar desde la
orilla: «¿Es que vas a abandonar a tu hijo?». El cayuquero
advirtió a la muchacha: «No vuelvas la vista atrás, porque tu
corazón de madre te traicionaría».
La
chica no hizo caso de las razones del gigante. Y así pudo regresar a
su pueblo, donde los suyos la recibieron como una bendición.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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