El
elefante y la ballena vivían en lugares distintos, pero ambos
estaban orgullosos de su tamaño y de su fuerza. La tortuga iba a
visitarles a menudo, y siempre apostaba con ellos a que sería capaz
de arrastrarles a cualquier sitio que le propusieran. La ballena
sonreía y respondía que solamente esperaba a que la tortuga fijara
fecha, hora y lugar; y también el elefante parecía dispuesto a
aceptar la apuesta.
Por
fin la tortuga los citó: lo hizo por separado, sin que el uno
supiera que el otro también debería acudir. Al llegar el día, la
tortuga se dirigió a la ballena y le pasó una cuerda por la cintura
mientras le decía: «Ahora me voy hacia aquella roca; cuando
adviertas que la cuerda empieza a tensarse, ya puedes tirar de ella
con todas tus fuerzas».
A
continuación se dirigió a la costa, donde le aguardaba el elefante.
Le pasó por la cintura el otro extremo de la cuerda y le dio las
mismas instrucciones. Luego fue hasta la roca: desde allí podía
divisar a los dos animales; ellos la veían, pero no podían
distinguirse entre sí.
La
tortuga cogió la cuerda y pegó un buen tirón. Al instante, tanto
el elefante como la ballena empezaron a tirar con todas sus fuerzas.
Y lo hicieron con tanto ímpetu que la disputa duró muchas horas,
sin que ninguno de los dos sospechara que estaban enfrentándose. La
tortuga, encima de la roca, bailaba y se reía a carcajadas.
Por
fin, la cuerda se rompió. La tortuga se acercó al lugar donde se
encontraba la ballena, postrada y jadeante, que le dijo: «Mientras
yo sudaba y luchaba con todas mis fuerzas, tú bailabas sobre la roca
y te reías. Eres pequeña, pero me has ganado. De ahora en adelante
siempre te respetaré». Y también el elefante, postrado y sudoroso,
rindió admiración a la presunta fuerza de la pequeña tortuga y le
prometió respeto para toda la vida.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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