Un
hombre se había casado con dos mujeres, ninguna de las cuales le
había dado hijos. Una de ellas era muy celosa y no quería compartir
a su marido con la otra; de manera que hacía todo lo posible para
que su rival resultara desagradable para el hombre.
Así,
por ejemplo; dejaba pudrir el pescado que su marido le traía cada
día; y lo comía podrido para estar descompuesta. Cuando su rival
tenía que dormir con su marido, se iba al lugar en cuestión y
tiraba tantos pedos como podía; y de esta manera el hombre recibía
aquel desagradable olor nada más entrar en la habitación de la otra
mujer. Más adelante llegó a cavar un agujero junto a aquella
habitación, y allí defecaba siempre.
Cuando
el marido y la otra mujer estaban juntos, pues, debían soportar un
olor nauseabundo; y, como no sabían quién lo provocaba, fueron a
consultar a un adivino. Éste no contestó a su pregunta, pero les
dio un objeto que producía ruido para que lo metieran en el agujero.
A
la noche siguiente la mujer celosa fue de nuevo a defecar allí, sin
darse cuenta de que el objeto ruidoso se metía dentro de su cuerpo:
ñec, ñec, ñec... Y se asustó mucho al comprobar que aquel ruido
misterioso sonaba siempre que se movía. Comprendió que había sido
víctima de un hechizo y decidió quedarse en su habitación, de pie
y sin moverse.
Cuando
su marido, unos días después, se acercó para estar con ella,
seguía así quieta. Hasta que el hombre se cansó y la empujó hacia
la cama. Entonces el ruido sonó de nuevo: ñec, ñec, ñec...
delatando su fechoría.
El
marido comprendió lo sucedido y la echó de su lado. Y así fue cómo
la mujer celosa se quedó sola para siempre.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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