En
un pueblo vivía la tortuga con su familia. Un dragón merodeaba por
aquellos contornos y nuestra amiga decidió enfrentársele: se acercó
al lugar donde vivía, comiendo tambarinos; y el dragón, que estaba
hambriento, le pidió unos cuantos; al ver que la tortuga iba en son
de paz, le propuso que jugaran juntos.
La
tortuga aceptó: cogió unas cuerdas de banano que había traído, se
ató con ellas y, simulando una gran fuerza, se desató. El dragón
también quería demostrar su poderío, por lo que pidió a la
tortuga que le atara; ésta así lo hizo, pero esta vez con unos
alambres; de manera que el dragón no pudo desatarse y la tortuga le
llevó ante el rey, que lo enjauló.
Al
cabo de un tiempo, el dragón prometió al rey que jamás volvería a
practicar la maldad. El rey ordenó que lo soltaran. Y el dragón,
que no podía sacarse de la cabeza la mala jugada que la tortuga le
había hecho, fue a buscarla y le anunció que se la iba a comer.
La
tortuga le dijo: «Ya sabes que nosotras olemos muy mal cuando nos
cocinan. Espera un momento a que me limpie y luego me haces lo que te
plazca».
El
dragón aceptó y la tortuga se deslizó hasta lo más profundo de un
pozo; pero su enemigo la había seguido y vigilaba aquel pozo día y
noche. Por fin la tortuga, al ver que su estratagema no daba
resultado, salió del pozo y le anunció: «La carne de tortuga está
muy dura, y tendré que hervir durante mucho tiempo. Deja que suba a
este árbol: te iré echando leña, y tú la recoges. Así tendrás
suficiente fuego para una cocción tan larga».
El
dragón estuvo de acuerdo. La tortuga empezó a cortar ramas y a
echárselas abajo. Hasta que una de las veces se cogió de la rama
que caía. El dragón no se dio cuenta de que la tortuga estaba en el
suelo y siguió esperando a que cayera la rama siguiente. Mientras
tanto la tortuga se escondió entre los helechos e inició una huida
temerosa. Empezó a llover y se refugió bajo una roca que estaba
situada junto a un acantilado.
El
dragón, molesto por la lluvia y por la espera, temió que su presa
se hubiera escapado y se aprestó a seguirla. Cuando la encontró
bajo la roca, le ordenó que le siguiera hasta su casa. La tortuga,
en lugar de obedecerle, indicó: «Date cuenta de que esta roca puede
causar daño a alguien. Empújala y luego te seguiré». El dragón
empezó a empujarla y la tortuga, echándose desde lo alto, cayó al
mar; y, burlándose de la ingenuidad de aquel dragón, nadó hasta
que estuvo en lugar seguro y fuera de su alcance.
Su
astucia le había salvado la vida.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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