En
un pueblo vivía un hombre casado con dos mujeres. Cada una de ellas
tuvo un hijo; y los niños eran tan parecidos que nadie podía saber
cuál era el hijo de una y cuál el de otra.
Una
de las dos mujeres murió. Y la otra cuidaba a los dos muchachos con
ecuanimidad. Aun así, tenía ganas de saber cuál de los dos era su
hijo; y decidió acudir a un curandero para solucionar su problema.
El curandero le dijo: «Pon un hilo negro al pie de la escalera de tu
casa. Cuando vuelvan los chicos, aquel que no te salude será tu
hijo».
Así
lo hizo. Y desde aquel momento empezó a cuidar magníficamente al
hijo propio y a discriminar al ajeno. Éste, cansado de aquel trato
vejatorio, decidió irse de casa. Así que llamó a su hermano y le
dijo: «Voy a irme, pero dejaré mi cuchillo clavado en este árbol
para que te ayude: si alguna vez cambia de posición, significará
que te acecha algún peligro». Una vez hecho esto, se fue para no
volver.
Al
llegar al río encontró a un viejo que le sugirió que se acercara
al siguiente pueblo: había allí un monstruo llamado Esganx que
había raptado a la hija del rey para comérsela, por lo que su padre
había prometido la mano de la princesa a quien la liberara.
El
muchacho se dirigió al bosque donde vivía Esganx y lo mató,
salvando a la hija del rey. Ya era de noche, y los dos jóvenes se
dispusieron a dormir; antes, el chico cortó una oreja y la lengua
del monstruo y se las metió en el bolsillo.
Por
la noche otro chico se acercó al bosque; raptó a la muchacha y se
dirigió al palacio del rey proclamando su heroísmo y reclamando su
recompensa. Cuando la boda estaba ya a punto de llevarse a cabo, se
presentó nuestro muchacho llevando consigo la lengua y la oreja de
Esganx como prueba de su valor.
Entonces
expulsaron al impostor, y se celebró la boda con el auténtico
libertador de la princesa. Los dos fueron muy felices y tuvieron
muchos hijos.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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